Una exposición que pudo publicarse en su día en dos revistas en papel: una cerró en enero y la otra no consideró oportuna la inclusión de este artículo. Pero Pompeya y su magia son eternas y aquí siguen:
Pompeya redescubierta en el precioso palacete del Museo Maillol
Pompeya redescubierta en el precioso palacete del Museo Maillol
No faltó ningún detalle en este contexto porque hasta una deliciosa comida italiana (¡qué tiramisú, señores!) enriquecía en el subsuelo del museo la exposición abierta hasta el 12 de febrero sobre “Pompeya, un arte de vivir”.
La exposición de Pompeya en el Museo Maillol fue un prodigio de buen gusto y de talento por haber sabido elegir las piezas y la ambientación. A pesar de que toda la dotación museística provenía del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (donde hay cientos de frescos y presencias de las ciudades desaparecidas bajo el volcán) muchas de ellas no pueden admirarse in situ, cuando se visita el sancta sanctorum de los museos de Campania.
Como escribió el conocido periódico “Le Figaro”, “reconstituyendo el interior de una casa pompeyana, la exposición del Museo Maillol muestra toda la riqueza de un arte de vivir y una extraordinaria variedad en la decoración: estatuas, pinturas, mosaicos, objetos, bronces, mármoles: en Pompeya cada “domus” conserva obras maestras, testigos de la vida cotidiana en el apogeo del Imperio”.
En Pompeya, una ciudad "burguesa" por encima de todo, si llamarla así no fuera un anacronismo histórico clarísimo, el ritmo de las estaciones, el otium y el nec otium, el calor de la vida, marcaban el latido de una población que vibraba al compás de los versos más citados de Horacio: carpe diem.
Por todas partes referencias eróticas, faunos, príapos, meretrices, termas,
prostíbulos, leyendas sexuales en las paredes de los edificios públicos y
privados (que todavía se conservan) sin
ningún atisbo de pudor porque a Pompeya no había llegado aún la idea de pecado
posterior del cristianismo y la pasión desbordante de la vida se disfrutaba
como un regalo merecido. Los romanos la consideraban con justicia, “una tierra
de dioses”.
Eros, puro Eros.
Eros, puro Eros.
El pasado invierno, en París, 20 siglos después, todavía pudimos caer presos del “Síndrome de Stendhal”, porque la muestra nos sedujo con una nostalgia inenarrable por el sentimiento de
la libertad y la belleza para siempre perdidas. Inmensas. Excesivas.
La exposición de Ra´anan Lévy
Si su trabajo se contextualiza en una serie de
temas que le resultan desde siempre familiares como apartamentos vacíos,
desagües y lavabos sucios, sus últimos trabajos revelan una intensificación de
su preocupación por el tema del agua. Materia primordial y vaso incuestionable
del mundo inconsciente, la claridad y la dulzura de los colores pastel de Lévy
no atenúan para nada la angustia que traducen sus obras.
Aunque varíen los formatos y los materiales con los que produce sus creaciones, Ra´anan Lévy nos propone internarnos por los laberintos desconocidos de la existencia humana, más allá de las circunstancias previstas, donde lo cotidiano se hace carne y se transforma en un cuestionamiento para responder, como dice el pintor, a la eterna pregunta del ser humano: “¿Quién soy?”. En la planta superior, lejos, muy lejos de Pompeya…
Aunque varíen los formatos y los materiales con los que produce sus creaciones, Ra´anan Lévy nos propone internarnos por los laberintos desconocidos de la existencia humana, más allá de las circunstancias previstas, donde lo cotidiano se hace carne y se transforma en un cuestionamiento para responder, como dice el pintor, a la eterna pregunta del ser humano: “¿Quién soy?”. En la planta superior, lejos, muy lejos de Pompeya…
Alicia
Perris
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