La nueva directora de la Tate
Modern pilotará la institución más popular del arte contemporáneo en el mayor
reto de su historia tras una ambiciosa ampliación
Londres
Vista del museo Tate Modern, alojado en una
antigua central de energía de Londres. HAYES
DAVIDSON
El museo de arte moderno más popular del mundo se
expande. Una ampliación del edificio original, realizada por los mismos Herzog
y De Meuron que convirtieron esta central eléctrica en la orilla sur del
Támesis en un icono Londres, permitirá aumentar en un 60% el espacio
expositivo. La Tate Modern afronta el mayor reto
de su historia y lo hace pilotada por alguien que está ahí desde antes incluso
de que el museo abriera hace 16 años. Frances Morris nació en este sur de
Londres hace 57 años y fue comisaria y directora de la colección internacional.
Ahora es, desde enero, la cuarta directora de la historia del museo. La primera
de la casa, la primera británica y la primera mujer. Acude ella misma a recibir
a EL PAÍS a la entrada de personal. Ya en su austero despacho, suspira al
recordar la añorada paz de la cabaña asturiana que tiene con su marido a los
pies de los Picos de Europa, y habla con pasión y seguridad de una institución
cuya filosofía y cuyas tripas conoce como nadie.
Pregunta. Nicholas Serota, director del imperio Tate,
dijo que usted conducirá la Tate Modern a una nueva era. ¿Cómo
será?
Respuesta. Lo que ha cambiado significativamente es que
la autoridad del museo ya no es inobjetable. Cuando yo entré en la Tate, la
autoridad estaba investida en la institución. Hemos pasado a tener que ganarnos
el liderazgo. Ahora competimos con una enorme gama de espacios públicos y
privados que ocupan las vidas de la gente fuera de sus rutinas laborales.
Todas las industrias culturales han vivido cambios
dramáticos en estos años. ¿Los museos también?
Sí. Los museos históricamente debían salvaguardar
la herencia. Ahora deben activar el presente. Deben ser relevantes.
¿Y qué es ser relevante en el siglo XXI en una
ciudad como Londres?
“Somos la
herencia de toda la gente. Es mi responsabilidad refrescar continuamente
nuestra forma de enfocar el pasado”
Cómo abordar el pasado desde la perspectiva del
presente, eso es lo realmente emocionante. La propiedad pública de la Tate es
muy importante: somos la herencia de toda la gente. Es mi responsabilidad
refrescar continuamente nuestra forma de enfocar el pasado para que un artista
que trabajó en los años 60 o 30 pueda vivir de nuevo. Si no, está relegado a la
morgue.
En la nueva Tate Modern, tres cuartas partes de la
colección expuesta serán obra adquirida después del año 2000, año en que se
abrió el museo. ¿Cómo ha cambiado el arte en estos años?
El mundo está muy interconectado. La tecnología ha
unido el mundo. El diálogo entre artistas ya no es solo local, sino global.
Desde mi punto de vista, ya no es posible pensar en fronteras geográficas en el
arte. Tampoco hay fronteras respecto a las maneras de trabajar. Los artistas ya
no se definen como pintores, cineastas o artistas de performance. ¿Cómo trazar
un camino por los territorios sin fronteras de las disciplinas y la geografía?
Ese es el trabajo de un museo como la Tate Modern. Salir del canon y adentrarte
en territorios que no están mapeados.
Su prioridad ha sido siempre una mayor presencia
de mujeres artistas. ¿Queda mucho por hacer?
Muchísimo. No es que sepamos lo que hay y se trate
solo de sacarlo a la luz. Cada día puedes hacer grandes descubrimientos sobre
mujeres que han sido ignoradas. Había muchas mujeres haciendo arte en el siglo
XX y muchas no encajaban en las convenciones de la práctica canónica. Podían
utilizar otros medios, abordar los temas de otra manera. Estaban en los
márgenes y, en un mundo sin centro, todos los artistas en los márgenes de
repente son relevantes.
¿Puede haber una manera femenina de dirigir un
museo?
Yo traigo mi perspectiva que es, claro, la de una
feminista. Todos vemos con ojos de género. Mis ojos tienen el sesgo de mujer y
de feminista. Y esa visión, indudablemente, tendrá impacto en la Tate Modern.
Pero no sé cómo.
A la hora de abrir la Tate a esa
perspectiva global, ¿no le da miedo el hecho de que a menudo la gente quiere
ver en los museos lo que ya conoce?
Cinco millones de personas vienen cada año y ven
muchas cosas que no conocen. Cuando inauguramos la Tate Modern, nos
comprometimos a exponer obras conocidas junto con obras no conocidas, a menudo
en diálogo. Es como ir a ver una película difícil con un amigo: estás en
territorio seguro para acercarte a lo desconocido. Por otro lado, si vamos a
construir conocimiento popular y público sobre el arte, que es nuestro objetivo
declarado, tenemos el deber de animar al público a comprender y disfrutar el
arte de su tiempo. Es un compromiso institucional traer lo desconocido al
frente y presentarlo todo lo coherente y brillantemente que podamos. Y serán
las estrellas del futuro. Monet fue objeto de burla y ahora le adoramos. ¡Y mire Louise Bourgeois!
Bourgois podría ser a la Tate Modern lo que
Pollock es al MoMA, y eso es por usted.
Es una artista con una carrera muy singular que
encapsula mucho de lo que puedes decir de muchas mujeres. Se negó a ser
definida por un club o un ismo. No era surrealista, no era
expresionista abstracta, no era minimalista. Pero tenía que ver con todos ellos.
No era encasillable. Además, fue de las primeras voces en los 60 en hablar de
identidades personales en relación con su trabajo. Aparte del surrealismo, el
arte del siglo XX estaba dominado por un análisis formal. El peso, el
equilibrio, el color, la belleza. Cosas trascendentes. Bourgeois vino y habló
de la vida real, de las relaciones, de amar, de los hijos, de la muerte.
¿Será difícil dejar de mirar al edificio y volver
a mirar al arte?
Estoy contenta con que la gente mire al edificio y
se entusiasme por un tiempo, porque es precioso y además el edificio responde a
la colección. Los arquitectos Herzog y De Meuron idearon un edificio que
encajara con la colección y su futuro en el siglo XXI. Pensar en el edificio es
pensar en su propósito. Pero más allá de eso, la textura, la forma, cómo se
anuda con el otro edificio, es como una metáfora de la colección y sus raíces.
Pero en otoño habrá que dejar de pensar en el edificio y pensar en el arte
porque tenemos dos importantes exposiciones, Georgia O’Keeffe y Philip Parreno.
Uno de los retos de la colección es incorporar las
nuevas formas de arte digital. ¿Es posible desde un museo?
Estoy totalmente decidida a pensar en lo digital.
No tengo la más remota idea de dónde nos llevará. Es como coleccionar lo no coleccionable.
En los inicios de la Tate, se tomó la decisión de no adquirir fotografía. No
podemos permitir que eso vuelva a ocurrir. No creo que ya exista siquiera una
categoría que sea arte digital. Pero la manera en que la tecnología digital ha
afectado al mundo y se ha reflejado en la práctica artística, debe ser
capturada por nuestra colección.
"Desde
mi punto de vista, ya no es posible pensar en fronteras geográficas en el arte.
Tampoco hay fronteras respecto a las maneras de trabajar"
Otra cosa que se ha propuesto es conectar más el
museo con la comunidad local.
En un plano simbolico, nos hemos conectado
físicamente. Estamos abiertos al sur de Londres. Pero también trabajamos con la
comunidad local para asegurar que hay acceso. Estamos haciendo mucho trabajo en
nuestra bienvenida. Los museos pueden ser lugares muy intimidantes. En la Tate
la bienvenida es muy importante. El lenguaje que la gente ve al entrar, por
ejemplo. Hemos pensado mucho en las palabras que usamos en los textos. Es
lenguaje normal. No queremos hacer que la gente se sienta estúpida o que crea que
necesita un conocimiento especializado para tener acceso a lo que hacemos.
Vamos a pensar mucho en los próximos años sobre como salir a la comunidad
local. Yo soy del sur de Londres y mi museo local era increíblemente
importante.
¿Cuál era?
Era un museo marítimo. ¿No es extraño? Estaba
lleno de barcos. Pero también tenía muchos cuadros sobre la vida y la muerte,
muchos uniformes, muchas cosas curiosas fuera de mi conocimiento. Por eso creo
que es importante que la gente joven venga a la Tate. Este es un espacio
publico lleno de sorpresas. Me encantaría hacer que esa experiencia signifique
algo para nuestros vecinos. Y si lo logramos, seremos un museo realmente
global. Porque es una comunidad increíblemente cosmopolita.
Usted es la primera directora que procede de la
casa. ¿Qué mensaje envía al mundo del arte?
Es un buen mensaje para la gente que trabaja en
las instituciones: nunca perdáis la esperanza. Es agradable pensar que mi
conocimiento de la colección y un largo periodo de contribución a la visión y la
misión es reconocido. No voy a reinventar completamente la Tate Modern, porque
he contribuido a inventarla. Pero eso no quiere decir que dejaremos de
arriesgar. La Tate Modern es hoy un lugar más seguro para asumir riesgos.
Espero que en cinco años sigamos irritando a la
gente a la vez que agradándola. El concepto de fracaso es muy interesante. Los
fracasos de hoy son los éxitos de mañana. He estado aquí el suficiente tiempo
para haber hecho un número de proyectos que en su momento fueron considerados
fracasos, pero que ahora, diez años después, la gente dice que fueron
inteligentes y audaces, que desplazaron el paradigma. Me interesa la relación
entre éxito y fracaso, y conviene tener una visión a largo plazo. Obviamente es
fantástico cuando tienes una gran cobertura, pero debes empujar las
expectativas de la gente.
Lo más emocionante, asegura, será la recolocación
de la colección. ¿Cómo es?
Es mucho más internacional. Hemos mirado la
historia del arte desde 1900 hasta hoy a través de los puntos de conexión entre
artistas. Estamos demostrando, de una forma creo que convincente y con
autoridad, que hay mucha más interconectividad global en la práctica histórica.
La otra cosa que hemos tratado de hacer es alejarnos del modelo de museo
taxonómico del siglo XVIII. Nos hemos alejado mucho ya, pero ahora hemos
borrado las barreras. Y lo tercero es que la contribución de la mujer a esa
historia será más evidente.
Usted fue corresponsable de la ruptura del orden
cronológico en la colección, algo que luego se imitó en todo el mundo. ¿Por qué
intuyó que desproveer al arte de su contexto histórico ayuda a comprenderlo
mejor?
Porque una secuencia lineal no crea un contexto.
El contexto lo crean otras cosas, que no están expresadas por una secuencia
numérica de fechas. Lo que tratamos de hacer al romper la cronología era
literalmente encontrar un contexto. El que encontramos en el año 2000 fue el
temático: el paisaje, el cuerpo… Después, en 2007, volvimos a colgar y lo
hicimos de acuerdo a cambios de paradigma. Los dos ejercicios fueron muy
útiles. Permitieron a aquellos que no están familiarizados con la historia del
arte acceder mejor al trabajo. La cronología solo es útil si conoces la
historia. Lo interesante es que, una vez rota la cronología, se hizo evidente
la ausencia de una foto más internacional y de mujeres. Arrojó luz en esos
huecos.
¿Qué despertó su pasión por el arte?
Mi padre era arquitecto y mi madre profesora de
arte, así que el arte era algo obvio para mí. Viví en París un año y trabajé
como au pair. Fui muy infeliz. Los sábados iba al Pompidou y tuve
uno de esos momentos, que todos mis colegas han tenido, en los que estás frente
a algo y suena la flauta. Para mí fue Malevich. Tenía 18 años y estaba frente a
un cuadrado negro. Allí decidí estudiar historia del arte.
¿Qué vio en aquel cuadrado negro?
¡Quién sabe! Cuando hicimos aquí la exposición de
Malevich traje a mi hijo de 18 años, justo la edad que yo tenía cuando vi aquel
cuadro en el Pompidou. Y en la última sala, ante el cuadrado negro, no pude
contener las lágrimas. Todavía tiene ese poder. Es extraño, ¿verdad?
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/06/13/babelia/1465770442_632660.html
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