La artista francesa alejó la fotografía de moda de los clichés creados por
la mirada masculina. En sus icónicas imágenes, la evocación se impone sobre lo
evidente y las mujeres dejan de ser objetos de deseo.
Cansada de prestar su cuerpo menudo y frágil a la cámara, decidió ponerse
al otro lado del visor. No sin que antes Helmut Newton, Irving Penn o Guy Bourdin la
fotografiasen durante mediados de la década de los sesenta. Así, la fotografía
de moda encumbrada por la mirada masculina encontró réplica. Desde entonces,
cada vez que Sarah Moon (Vernon, Francia, 1941) aprieta el obturador la moda se
olvida de los estereotipos y de los clichés. El tiempo, no sus modelos, se
convierte en el protagonista de su obra, en su afán por conseguir una imagen
que sea “el último testigo, o incluso la última evidencia, de un momento que de
otra forma se hubiese perdido para siempre”.
De procedencia judía, llegó con su familia a Londres siendo niña, huyendo
de una Francia ocupada por los nazis. Estudió diseño antes de trabajar
esporádicamente como modelo. Los primeros retratos que tomó fueron los de sus
compañeras. Así, alentada por los últimos coletazos de los swinging
sixties, decidió dedicarse de lleno a la fotografía. Fue entonces cuando
abandonó su nombre real, Marielle Hadengue, dispuesta a observar la moda desde
un universo propio donde la evocación primase sobre la descripción. Quería
liberar a este tipo de fotografía de la visión masculina que mostraba a la
mujer como objeto de deseo. Sus colegas norteamericanas Lillian Bassman y
Deborah Turbeville la acompañaban en el empeño, creando imágenes cuyo potencial
se basaba en la atmósfera y en la emoción en vez de en su impacto gráfico;
aquello que los británicos llaman mood photography, de la que Sarah
Moon se ha convertido en su mayor exponente. Desterró cualquier connotación
relacionada con lo sexy, con el brillo superficial y evidente, con
el lenguaje codificado del glamour. Sus modelos, desdibujados por
un halo de misterio, nunca miran a los ojos y sin embargo no renuncian a la
sensualidad. Enemiga del retoque, nunca lo utiliza para embellecer, salvo en
casos muy necesarios, ya que considera que falsifica su acercamiento a los
seres humanos.
The Red Dress (2010) SARAH MOON
Comenzó trabajando para Barbara Hulanicki, creadora de Biba, pero
sería la marca Cacharel, con la que estuvo 20 años, quien consolidaría su
nombre. Comme des Garçons, Dior, Chanel, Issey Miyake, Valentino o Alexander
McQueen se encuentran entre los clientes de esta gran dama de la fotografía, la
primera en realizar el célebre calendario Pirelli en 1972. Convertida en un
referente del retrato de moda, sus fotos ilustran las páginas de las
principales revistas internacionales del sector y se exhiben en las galerías y
museos de todo el mundo, mientras comparte su vida con el editor, productor y
también fotógrafo Robert Delpire. Pero su necesidad de dar rienda suelta a un
mundo onírico la ha hecho profundizar en una obra fotográfica propia. A esto se
suma su faceta como cineasta, que enmarca una serie de cortos, algunos
premiados en el Festival de Cannes; un largometraje, Mississippi One,
inspirado en Charles Perrault y Hans Christian Andersen, y dos documentales:
uno sobre su amigo Cartier Bresson y otro sobre la fotógrafa americana Lillian Bassman.
Siempre quiso contar historias. El cine fue lo que realmente le acercó a la
fotografía: “Cuando hacía publicidad, me imaginaba un relato y una situación
donde podía ocurrir. Finalmente cada fotografía era la primera y última imagen
de una película que no iba a hacer, de una historia que nunca iba a contar”.
Now and Then, el libro publicado por la editorial Kehrer Verlag, nos sumerge
lentamente en el universo etéreo y fantasmal de Sarah Moon. Una cuidada
selección de textos y una pequeña muestra de la correspondencia que la autora
mantiene con el célebre fotógrafo Duane Michals sirven de guía. “Sus
instantáneas nos hacen recorrer la historia del arte sin que seamos capaces de
definir sus referencias. Allí están los paseantes que se cruzan en nuestro
camino como en el famoso poema de Baudelaire, las mujeres pájaro que conocemos
de las obras surrealistas de Max Ernst, las bailarinas como las pintaba Degas,
mujeres salidas de las litografías de Toulouse-Lautrec, estatuas que al igual
que la Venus de Ille comienzan inquietantemente a moverse”, escribe Barbara
Vinken en el libro.
Maria’s Dogs (2000) SARAH MOON
Rara vez concede una entrevista: “Tengo problemas con las preguntas”, le
confiesa a José Childlovsky en otra de las conversaciones que aparecen en ese
texto: “Me ponen a la defensiva. Especialmente las que usan mi biografía como
una anécdota para explicar mi obra”. Considera que la producción siempre
trasciende a la biografía, aunque obviamente esta última es el trampolín, ya
que estamos hechos de nuestro pasado. Tampoco se siente cómoda cuando se la
describe como artista, prefiere el término artesana. También el blanco y negro
al color: “El blanco y negro es el color del inconsciente, de la memoria. Trata
de la luz y la sombra. Es ficción. Es donde me encuentro a mí misma”.
Las imágenes de Sarah Moon abren
las puertas tanto al pasado como al futuro; nos alejan del presente, del
momento absoluto, de manera que el tiempo es continuo. Definidas por destellos
volátiles y fugitivos, nos sumergen en la atemporalidad y en el misterio del
tiempo. “En el corazón del drama de tus fotos existe un gran enigma”, escribe
Duane Michals a la artista.
http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/sarah-moon-instantes-furtivos/
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