PEDRO G.CUARTANGO
Nada más placentero en una noche de invierno que recogerse en casa para
imaginar un Londres cubierto por la espesa niebla que cubre el Támesis y
deleitarse con una de las aventuras de Sherlock Holmes.
Siempre que visito la capital del Imperio Británico me paso por el edificio
de tres pisos de ladrillo, situado en el 221B de Baker Street. Allí vivió el
detective, acompañado de su fiel amigo Watson.
Tal es la pasión que siempre he sentido por Holmes que, como ya he contado,
fui en peregrinación a las cataratas de Reichenbach en Suiza para presenciar el
lugar por el que se había despeñado en su cuerpo a cuerpo contra Moriarty.
Me he estremecido de niño con el aullido del sabueso de los Baskerville en
el parámo solitario, he seguido los pasos del detective para descifrar el
enigma del carbunclo azul o me he quedado atrapado por el misterio de la liga
de los pelirrojos.
Seguir las peripecias de Holmes, que jamás se separaba de
su pipa y del horario de trenes de las estaciones de Londres, suponía
desplazarse por toda la geografía inglesa, conocer su cultura y familiarizarse
con la certera tipología de sus personajes.
He aprendido a amar a Inglaterra leyendo a Sherlock Holmes
y viendo el repertorio de sus películas, especialmente la de Billy Wilder en la
que el misógino inquilino de Baker Street se enamora de una espía alemana y la
corteja cerca del lago Ness, en el que los lugareños ven a un monstruo que en
realidad es un submarino de Su Majestad. Holmes ha sido Basil Rathbone, Peter
Cushing, Christopher Plummer, Ian Richarson y otros muchos actores, que le han
dado vida durante casi un siglo.
Si tuviera que elegir un personaje que encarnara la grandeza y el espíritu
de Inglaterra no sería Winston Churchill, descendiente de Marlborough, el
famoso Mambrú, y héroe de la lucha contra Hitler. Ni tampoco mi admirado Oliver
Cromwell, ni siquiera la longeva reina Victoria. Elegiría a Holmes, la
encarnación de la abnegación, el fair play y el patriotismo
británico.
Quiero pensar que un hombre tan inteligente como él, que ayudó a
desenmascarar alguna conspiración contra una monarquía europea, hubiera votado
a favor de la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea.
Holmes afirmaba que es un error capital establecer teorías
antes de conocer los datos. 'Insensiblemente, uno comienza a deformar los
hechos para hacerlos encajar en las teorías en lugar de encajar las teorías en
los hechos', escribió.
Esto es lo que ha sucedido en el Reino Unido, donde la mayoría de los ciudadanos
ha votado sin conocer los hechos y en base a un estereotipo de Europa muy
alejado de la realidad. El gran Holmes no habría cometido tal error de juicio.
El hombre de la pipa, el sobretodo y la gorra era un analista que indagaba
a partir de evidencias científicas como las huellas dactilares, los tipos de
tabaco o la medicina forense. No se dejaba engañar por su intuición ni por las
apariencias sino que seguía una lógica para reconstruir lo sucedido.
Los británicos han acudido a las urnas para expresar su frustración, para
castigar a su clase dirigente y para mostrar su enfado con la burocracia
de Bruselas. Pero no han calculado que su decisión implica clavarse un
puñal en el vientre.
Estoy muy decepcionado con lo que han votado, pero seguiré amando el
fútbol británico, su cerveza pale ale, el roast
beef de The Cross Keys, los pubs de Kensington, los sonetos de Shakespeare,
las necrológicas de The Times y los viejos espías del Circus
de Smiley. Los ingleses pueden irse, pero nunca podrán arrebatarnos los sueños
que tanto nos han hecho amar a ese país.
http://www.elmundo.es/opinion/2016/06/25/576d85aa46163fef468b456c.html
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