Un reducido jurado decide, entre
cientos de peticiones, las galerías que participan en la principal feria
El desafío se desliza con la suavidad de una bala
en el tambor de un revólver. Porque bastantes galerías saben que todas las
primaveras tienen una cita con una particular ruleta rusa. Art Basel (Basilea, Suiza, del 16 al
19 de junio) ha recibido en esta edición más de 800 solicitudes para entrar en
la feria de arte más importante del planeta, pero solo 286 han sido admitidas.
Cada año, centenares lo intentan y fracasan. Para muchas será un ejercicio de
resignación de por vida. Otras invertirán años, trabajo y recursos en lograrlo.
Todas tentarán a la suerte.
El barquero de esta particular laguna Estigia está
compuesto por un comité de seis galeristas que empiezan a trabajar sobre las
candidaturas 11 meses antes de que se inicie la feria. Viajan, se reúnen y
junto a sus asesores deciden quiénes entran. Una responsabilidad que mantienen
entre cinco y 10 años. Por eso quizá Marc Blondeau (Blondeau & Cie,
Ginebra); Lucy Mitchell-Innes (Mitchell-Innes & Nash, Nueva York); Jochen
Meyer (galería Meyer Riegger, Berlín); Tim Neuger (Neugerriemschneider,
Berlín); Franco Noero (galería Franco Noero, Torino) y Eva Presenhuber (galería
Presenhuber, Zúrich) sean estos días los guardianes más importantes del arte.
Son ellos los que dan acceso a coleccionistas multimillonarios, compradores
institucionales y verdaderos apasionados dispuestos a pagar miles o millones de
euros por una pieza. Un zoo de cristal de engañoso brillo. “He presentado obra
en Basilea en el pasado y, francamente, tampoco me cambió la vida. Es una
feria, y punto”, observa el artista Daniel Canogar. ¿Una feria, y punto?
Hace 46 años, cuando empezaba Art Basel, era un
encuentro dirigido a coleccionistas europeos de arte moderno y contemporáneo.
Por entonces, Basilea pintaba más por su laissez faire, laissez passer financiero
que por su escena plástica. Un territorio para connoisseurs (entendidos)
y fortunas discretas. Sin embargo, a finales de los años setenta la feria
incorporó un jurado y las normas de acceso se endurecieron. Luego acudiría la
globalización del dinero, la especulación y centenares de millonarios de todo
el planeta. La vorágine del capital alcanzó su cénit en 2015, cuando la
aseguradora Axa reveló que la feria atesoraba obra valorada en 2.700 millones
de euros. Una exhibición de arte y dinero que atrae cada año a 92.000
visitantes y 300 galerías. “Es muy difícil entrar en Art Basel porque la
competencia resulta feroz y el espacio es limitado”, relata Silvia Dauder,
directora de ProjecteSD. Y también caro. Un estand en la sección principal
oscila entre 40.000 y 70.000 euros. Dauder participa en el programa general
desde 2011. Pero entró en 2009 a través de la secciónStatement, enfocada
en artistas emergentes. Antes lo había intentado cuatro veces. Otras tantas
probó fortuna Pedro Maisterra, codirector de Maisterravalbuena, quien esta
edición se estrena en Statement.
Esa dureza llevó a algunos marchantes a denunciar
a la feria, y a finales de los noventa la Administración suiza investigó si
estaba violando las leyes sobre libre competencia del país. No hubo sanciones.
Pero los organizadores se comprometieron a crear un espacio de apelación para
las no admitidas. Un tema que aún escuece. “Las galerías no son rechazadas,
sino que se ven superadas por competidores más fuertes”, aclara Marc Spiegler,
director de la feria. Un consuelo semántico. Cuando Soledad Lorenzo no fue admitida
en 2011 —después haber acudido durante años— pidió explicaciones a Sam Keller.
El anterior responsable de Art Basel se justificó con dos palabras: “New
blood”. Sangre nueva, y cambios. En las últimas cinco ediciones, la
rotación en la sección principal (Galleries) ha sido de unos 60
marchantes sobre 220.
La aceptación de una galería requiere de una
exigencia enorme. Se analiza el talento para diseñar buenos puestos, la
fuerza del programa expositivo, el perfil y su historia. Y también si es capaz
de construir una carrera a sus artistas. “Queremos galerías que desempeñen un
papel activo en el mundo del arte”, resume Marc Spiegler. Esa es la linde que
fija la entrada. Para readmitir a una galería que ya participa son necesarios
cinco votos sobre seis y para que entre (si hay espacio disponible) una nueva,
cuatro. Además, nadie tiene el estand garantizado. “Ningún marchante es lo
suficientemente importante para ser inmune a las críticas y ha habido un montón
de casos de galerías muy reconocidas que han caído”, recuerda Michael Findlay,
director de la galería neoyorquina Acquavella. Aunque parece imposible que
alguien pueda mover la silla a Gagosian, Pace o Marian Goodman. Da igual. Cada
mañana, sobre las ocho, el jurado recorre la feria y vigila que los galeristas
no hayan reemplazado obras vendidas el día anterior por piezas de menor
calidad. O que los artistas que cuelgan sean distintos de los que presentaron
en su día en la solicitud. Si emplean esas artes, la galería quizá no regrese.
Y en una época en la que las ferias para algunos marchantes representan la
mitad de sus ingresos, decir adiós a Basilea puede ser un roto profundo. “En
términos de negocio, para nosotros Art Basel es la mejor feria”, admite el galerista
berlinés Gregor Podnar. Igual que él piensa otras 800 galerías.
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/06/11/actualidad/1465640706_608788.html
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