La pianista festeja hoy sus 75 años con un
concierto junto a Daniel Barenboim en Berlín.
“¡Que viva cien años!”
le cantaron en Varsovia cuando ganó el primer premio del Concurso Chopin. Hoy,
que Martha Argerich cumple 75 y que toca y estudia más que nunca, le cantamos
“Que vivas 100 más”.
“Schumann me ama, pero
temo a Mozart”. Las dudas, miedos y amores pocas veces no correspondidos,
expresados así, con una leve sonrisa en la mirada esquiva, y un tono
confesional, de pudorosa reserva, no son apenas un buen material para el culto
a la Misteriosa Argerich sino que son la esencia de su magnetismo. En términos
puramente musicales, su ánimo principal, el de la duda y el temor, es la
compensación de una naturaleza que tritura la partitura desde que comienza a
estudiarla.
Argerich nació en
Buenos Aires el 5 de junio de 1941. Mucho antes de saber lo que era el temor,
enfrentó el desafío al que la sometía un compañerito del jardín de infantes:
“Marthita es muy chiquita, no puede tocar el piano”. Para desmentirlo, Argerich
se acercó al instrumento y desgranó nota a nota cada una de las canciones que
había aprendido.
Ya convertida en niña
prodigio, Martha pasó a la guarda del temible Vicente Scaramuzza. “Me
intimidaba. No me tuteaba. Le gustaba decir y hacer cosas crueles. Dos días
antes de un concierto cambiaba más de cien indicaciones en mi partitura” le
contó Martha Argerich a la pianista Jura Margulis en una charla registrada en
Los Angeles, durante 1997.
Pero las clases con
Scaramuzza no inhibieron a la niña de los cabellos de fuego. Los registros de
sus recitales en el Colón forman parte del archivo del teatro y pueden
escucharse en su página web. Y de haber podido escuchar su versión del Concierto en re menor,
sería Mozart quien temería de la energía de Marthita a los 10 años.
Sin embargo, durante
mucho tiempo, y seguramente como una de sus tantas formas de contrariar al
mundo que se rendía ante sus interpretaciones, Argerich dijo que su verdadero
maestro fue el austríaco Friedrich Gulda, quien durante una visita a Buenos
Aires había enardecido el ámbito de la música académica.“Era un revolucionario
y eso a mí me iba muy bien. Scaramuzza ponía el énfasis en el sonido redondo.
Gulda tenía un rigor rítmico extraordinario. A veces lograba un sonido
desagradable para la gente. Eso me encantaba”, le contó a Revista Clásica, en
1999.
El General Perón fue
el pasaporte que le permitió entrar a Viena para estudiar con Gulda. “A Perón
le gustó que no quisiera ir a Estados Unidos” recuerda Argerich en esa misma
entrevista. “Mi mamá, para congraciarse, le dijo que a mí me encantaría tocar
un concierto para la UES. Debo haber puesto cara de que la idea no me gustaba
porque Perón le siguió la corriente diciéndole ‘por supuesto señora, vamos a
organizarlo’, mientras por debajo de la mesa, me hacía que no con un dedo.” En
1954 Viena era una fiesta. Después de 17 lecciones, su nuevo maestro le dijo
que ya tenía poco para enseñarle. Y es cierto que, desde el punto de vista
académico, no fue mucho lo que Argerich logró allí. Pero es justamente en ese tiempo
en el que conoció a uno de sus amigos más entrañables, el brasileño Nelson
Freire: una amistad con la que escuchó discos, intercambió libros, compartió
noches de jazz y cine.
En 1957 Argerich
obtuvo muchos premios: primero el Concurso de Bolzano (que se había declarado
desierto por siete años consecutivos) y pocos meses después, el Concurso
Internacional de Ginebra. El más importante fue el Chopin, en 1965, aquel del
“Que viva Usted cien años”, un himno que los polacos sólo cantan a los seres
más admirados y queridos, un cálido agradecimiento que también había recibido
Arturo Rubinstein.
Hoy la música rusa
forma parte de su repertorio de cabecera, “en ella permanece el humor que
desapareció de la música de concierto después del primer clasicismo”, dijo
alguna vez desde uno de los cómodos sillones de su casa en Bruselas, ante la
cámara del documentalista Georges Gachot.
Esa casa fue
residencia temporaria de músicos de origen y edades diversas. Desordenada, casi
desaprensiva, en el manejo del dinero y generosa con sus colegas como pocos
artistas, paga deudas y colabora en la formación de músicos, a quienes programa
en los distintos festivales que organiza.
En septiembre de 1999
y después de 13 años de ausencia en el país, Argerich volvió a tocar en Buenos
Aires y aceptó presidir el concurso con su nombre. El primer Festival Argerich
se hizo en Beppo (Japón) luego hubo nuevas ediciones en Bruselas, en Pescara
(Italia) y en Taipei (Taiwán). También está el Festival de Lugano, que hoy
corre peligro de muerte porque el Banco que lo sustentaba está pensando
seriamente en retirar los subsidios.
El Festival Argerich,
tuvo también lugar aquí, entre 1999 y 2005, hasta que un conflicto gremial
impidió el desarrollo de los conciertos. Poco acostumbrada a lidiar con la
prepotencia sindical, la salud de Argerich y sus finanzas sufrieron y mucho.
Después de esos días desagradables, tomó distancia prudencial del Colón, aunque
regresó al país de incógnito, más de una vez. Se cuenta que fue Daniel
Barenboim, con su indeclinable energía, quien la convenció de volver al Colón
para tocar juntos. Este año, por tercera vez consecutiva, tocará junto con él,
en julio.
Hoy, celebran juntos
el cumpleaños de Argerich con un concierto de la Staatskapelle en la
Filarmónica (la sala de la Staatskapelle está en refacciones). Primero, un
Mozart a cuatro manos y después el primero y segundo concierto de Beethoven.
Seguramente, no faltará el caluroso “Cumpleaños Feliz” interpretado por
orquesta y público.
http://www.clarin.com/extrashow/musica/Martha-Argerich-jovenes_0_1589241135.html
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