CARLOS GARCÍA GUAL
Francisco Rodríguez
Adrados, en su casa de Madrid en 2013.ÁLVARO GARCÍA
Quienes cursamos la especialidad de Filología Clásica en aquella
mítica Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense, hace algo más de medio
siglo, tuvimos la suerte de dar con unos estupendos profesores de griego:
Manuel Fernández Galiano, José Lasso de la Vega, Luis Gil Fernández y Francisco
Rodríguez Adrados. Eran todos ellos admirables por su rigurosa formación
filológica, tanto en la enseñanza de la lengua como en la de la tradición
literaria. Por un momento vuelvo la vista atrás y echo de menos esos mejores
años.
Por entonces, Rodríguez Adrados enseñaba tanto Textos Griegos como
Lingüística Indoeuropea, y lo hacía con cierta perspectiva propia, con gran
agudeza crítica y notable acento personal. Tras licenciarme, él dirigió mi
tesis de licenciatura sobre el tema arduo de las voces del verbo griego. Y
desde entonces (1970) he seguido y admirado su vastísima trayectoria
intelectual, admirando tanto la amplitud de sus estudios como la originalidad
de sus teorías, en muy extensos dominios de la Lingüística Griega e
Indoeuropea, en Filología y en la Literatura antigua y universal.
Ha sido más de medio siglo de profunda admiración y de amistad. No
conozco a ningún estudioso del mundo antiguo con una semejante amplitud de
conocimientos. De un lado, están sus libros Lingüística Indoeuropea y Estudios
de Lingüística General y sus artículos de perspectiva estructuralista; de otro,
sus renovadores estudios sobre el teatro griego (Fiesta, comedia y tragedia),
sobre la teoría política y la democracia ática (Ilustración y política en la
Grecia clásica), sus extensos estudios sobre la historia de las fábulas
esópicas y, más recientemente, su documentado libro sobre la Historia de la
Lengua Griega, así como sus innumerables ensayos sueltos sobre el amor, la
tragedia, los sofistas, y otros temas esenciales del abigarrado mundo helénico.
Añadamos sus numerosas traducciones de los grandes textos clásicos:
desde Tucídides a los poetas elegíacos y los líricos, desde Esquilo y Eurípides
a Aristófanes.
Y, a la vez que mantenía esa asombrosa y variada producción
literaria, daba sus cursos en la universidad, artículos e innumerables
conferencias y congresos. Además de dirigir durante tantos años en el CSIC su
monumental Diccionario Griego-español y la acreditada revista Emerita, Adrados
ha mantenido el timón de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, en tiempos
de duras borrascas, con una tenacidad y energía ejemplares. Ha dejado una imponente
y muy variada obra, tuvo muchos y notables discípulos, marcó una época y
mereció los honores y distinciones que tuvo.
Quienes lo conocimos recordaremos su inolvidable figura, su andar
presuroso y aquel decir suyo cortante y aguzado, y ese singular humor que se
acentuó con los años, así como su entusiasmo por viajes y lejanías.
Todos somos irrepetibles, pero Don Francisco más que nadie.
Carlos García Gual es académico de la RAE y helenista.
https://elpais.com/cultura/2020-07-21/inolvidable-maestro.html
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