La actual fuga de coleccionistas de la ciudad alemana pone en duda
la perpetua obsesión por encontrar un epicentro del arte
BEA ESPEJO
El artista Olafur
Eliasson recibe al empresario Bill Gates en su estudio en la capital alemana,
en 2013. ALAMY
La idea de capital del arte es como las burbujas en un refresco. A
veces, son de aguja: ligeras, discretas, sofisticadas. Otras, producen vivacidad,
efervescencia y esa sensación siempre de chisporroteo. Le ha ocurrido siempre a
Berlín. Con 3 óperas, 9 orquestas sinfónicas, 140 teatros, 350 galerías y un
número nada desdeñable de museos, siempre ha peleado por alzarse con el título
de capital europea de la cultura. Su estela punk siempre ha alimentado esa idea
de ciudad experimental capaz de todo con casi nada. Pese a que siempre hemos
sabido que el mercado del arte no es su fuerte, se inventó la idea de gallery
weekend, que durante años suponía el pistoletazo de salida a la temporada
artística europea. Una ciudad laboratorio que siempre ha funcionado de
escaparate, marcando el paso, con exposiciones que no se veían en ningún otro
lugar más que en esta urbe barata y cosmopolita, cuna de lo moderno, donde
tantos artistas han plantado el nido.
Un estado gaseoso que parece lleno de fugas. El Hamburger Bahnhof
anunciaba hace unos días que el coleccionista suizo Friedrich Christian Flick
retirará las 2.500 obras de arte moderno ubicadas en el Rieckhallen, el
edificio que daba cobijo a su colección, cuya remodelación él mismo había
financiado y que el museo tiene alquilado hasta septiembre, momento en que será
demolido. Thomas Olbricht, heredero del imperio cosmético Wella, también ha
anunciado que pone rumbo a Essen y cierra Me Collectors Room en la
Auguststrasse, epicentro de las galerías más establecidas en el aburguesado
Mitte, ya que en breve rescindirá su contrato de renta antigua. Lo mismo tienen
en mente Barbara y Axel Hoffmann para su colección, una de las más singulares
de Alemania, que miran ya otras ciudades para mover todo lo que tienen ahora
expuesto en una antigua fábrica de aguardiente convertida en museo en el barrio
de Lichtenberg. Y, si nada lo impide, Julia Stoschek se marchará en 2022,
cuando se acabe el contrato de alquiler que su fundación dedicada al videoarte
tiene en el centro de la ciudad, cerca de Checkpoint Charlie. Aunque no parece
tanto un problema de dinero como de desidia política. Sin acuerdos a la vista,
hay quienes ya vislumbraban la metamorfosis gradual de Berlín: desde un centro
creativo hasta una fortaleza para los especuladores inmobiliarios. Erika y Rolf
Hoffmann, otra importante pareja de coleccionistas, ya donaron hace un par de
años a Dresde parte de su colección, unas 1.200 obras, que han pasado a ser
propiedad de 20 museos públicos. Un bajón que está en la base del exiguo
presupuesto de la actual Bienal de Berlín y es más que notable en la feria más
importante de la ciudad, Art Berlin, cancelada en diciembre por problemas
económicos.
Dicen que Stoschek tiene el ojo puesto en Los Ángeles, alentada por
su amigo Klaus Biesenbach, director del MOCA desde hace dos años, aunque hoy la
ciudad californiana también dista mucho de ser lo que era cuando en 2015 se
alzó con la etiqueta de capital del arte. La apertura de The Broad y las más de
600 galerías hacían de ella la ciudad perfecta donde instalarse. Eli y Edythe
Broad se sumaron a un paisaje de museos y fundaciones, como los que en su día
crearon poderosos coleccionistas como J. Paul Getty, Norton Simon y Armand
Hammer, llevando la ciudad a un estado de poderío económico considerable. Los
alquileres entonces eran baratos y apenas había presión del mercado. California
era el reducto del Nuevo Mundo, la antítesis de un Nueva York capitalista,
donde Hauser & Wirth también acabó instalándose siguiendo esa estela
multicultural. Y seguramente eso mismo fue lo que la mató. Los Ángeles es hoy
tan cara como Nueva York y dista mucho de ser ese espacio libre donde todo el
mundo era bienvenido. Las protestas de los vecinos contra la gentrificación no
ha parado desde entonces en barrios como Boyle Heights, donde la consigna Fuck
Artwashing ha conseguido que varias galerías echen el cierre.
A menudo da la sensación de que cada vez que abre un nuevo museo o
fundación el mapa del arte da un vuelco o, al menos, un respingo. Pasó en 2014
con Moscú, cuando la apertura de Garage auguraba un renacer de esta ciudad que
desde 2008 había caído en el olvido. Pero la cosa nunca funcionó, en gran parte
porque las grandes fortunas rusas están fuera del país. Volvió a pasar en 2017
con Dubái. Empezó a hablarse de ella como la nueva meca del arte, cuando llegó
el Louvre de Abu Dabi, sumado a las ferias, bienales y galerías que apostaban
por la cultura frente al petróleo, aunque en realidad la ciudad funciona más
como una suerte de Disney para adultos que como pulmón cultural. Desde hace
años, también Hong Kong es un poco como Silicon Valley: un pequeño rincón del
mundo en el que todos ponen los ojos, aunque su espiral positiva arrastra solo
dinero y no una escena.
Pensar que hay un centro que lo orquesta todo se ha quedado
antiguo. ¿Y si ese nuevo centro fuera la nube?
También Londres se ha ido escurriendo del mapa de las grandes
capitales del arte desde que el Brexit entró en vigor, rebajando mucho el pulso
que llegó a tener la ciudad cuando en 2012 llegó la feria Frieze y revolucionó
una escena frenética que contaba ya con el museo de arte moderno más visitado
del mundo, la Tate Modern, y las grandes casas de subastas. El Reino Unido
siempre ha sido el gran ojo de Europa. Desde hace meses, galerías como David
Zwirner y White Cube han abierto sede en París. Lo que se prevé es una
bicapitalidad Londres-París, o que París asuma, de nuevo, ese rol histórico que
siempre tuvo, solo arrebatado por Nueva York en los cincuenta. La apertura del
próximo museo de la colección de François Pinault, aplazada ahora a 2021,
refuerza esa idea, aunque cabe preguntarse qué entendemos hoy por capital del
arte en un mundo global cada vez más descentralizado. Pensar que solo hay un
centro que lo orquesta todo se ha quedado tan antiguo como esquivar el nuevo
auge del viaje virtual. ¿No será la nube la gran capital cultural?
https://elpais.com/cultura/2020/07/10/babelia/1594385527_746157.html
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