sábado, 3 de julio de 2021

CONSEGUIDO IL TROVATORE, EN EL CIRCO MÁXIMO DE ROMA

 IL TROVATORE. OPERA DI ROMA

Temporada 2020/2021

Il Trovatore, música de Giuseppe Verdi ( 1813- 1901). Libreto de Salvatore Cammarano, a partir del drama español de Antonio García Gutiérrez. Circo Máximo, Roma 27 de junio, 2021. 21 horas.


Ópera en cuatro actos, primer estreno, Roma, en el Teatro Apolo, el 19 enero de 1853

Elenco artístico

Director musical,  Daniele Gatti

Dirección escénica, Lorenzo Mariani

Maestro del coro, Roberto Gabbiani

Figurines, William Orlandi

Iluminación, Vinicio Cheli

Video, Fabio Massimo Iaquone y Luca Attilii

Personajes e intérpretes

EL CONTE DI LUNA Christopher Maltman

LEONORA, Roberta Mantegna**

AZUCENA, Clémentine Margaine

MANRICO, Fabio Sartori

FERRANDO, Marco Spotti

INÉS Marianna Mappa*

RUIZ Domingo Pellicola*

UN VIEJO GITANO, Antonio Taschini

UN ENVIADO, Aurelio Cicero

 * Del proyecto “FABBRICA”, YOUNG ARTIST PROGRAM del Teatro de la Ópera de Roma

** Diplomado del proyecto “FABBRICA” YOUNG ARTIST PROGRAM del Teatro de la Ópera de Roma

Orquesta y Coro del Teatro de la Ópera de Roma

Nueva producción, Teatro de la Ópera de Roma

Subtítulos en inglés e italiano

Como es conocido de todos, aunque solo los filólogos y estudiantes de carrera lo leen en la actualidad, El trovador es un drama romántico situado en la Zaragoza de la Edad Media. Escrito por Antonio García Gutiérrez, la mayor parte de la acción se desarrolla en una torre de planta rectangular del Palacio de la Aljafería.

Fue Giuseppe Verdi quien dio vida eterna a la obra del escritor español, por lo demás, con un argumento algo confuso, donde gran parte de los hechos están inscritos ya en el pasado y con una carga de pasiones encontradas típicas en ese momento del siglo XIX en Europa. Al hilo del culto romántico a la Naturaleza, al Yo de los poetas y a la búsqueda de soluciones nunca encontradas a ese spleen generalizado e irremediable, envuelto en la persecución de los ideales de la Libertad.

Estrenado con enorme éxito en el Teatro del Príncipe el 1 de marzo de 1836, obligó al dramaturgo a salir a saludar reiteradas veces. El trovador se considera una de las obras maestras del romanticismo español. Se inscribe en su vertiente más abierta y libertaria ya que el trasfondo histórico de la obra radica en un conflicto entre una figura emblemática de la nobleza más rancia y feudal (Don Nuño, Conde de Luna) y un héroe marginado y humilde (el trovador, Manrique). Como muchas creaciones del teatro romántico y de la lírica, el amor realmente no triunfa, sino que destaca la angustia vital de los protagonistas y la pérdida de sus derechos, oportunidades e ilusiones.

Salvatore Cammarano (Nápoles, 1801- 1852) fue un poeta italiano que escribió libretos de ópera durante el siglo XIX para compositores como Gaetano Donizetti y Giuseppe Verdi, casi cuarenta. Para Verdi dibujó Alzira, La battaglia di Legnano, Luisa Miller e Il Trovatore. Esta última, tras su prematura muerte, fue revisada y completada por Leone Bardare a solicitud de Verdi.

Se cuenta que Enrico Caruso dijo una vez que todo lo que se necesita para una representación exitosa de El trovador era los cuatro mejores cantantes del mundo. Il trovatore aparece hasta en la película de los hermanos Marx, Una noche en la ópera y Luchino Visconti usó una representación de este capolavoro verdiano en el Teatro de La Fenice para la secuencia inicial de su película del año 1954 Senso.

Dicen los expertos que “Cuando Manrico canta su grito de batalla en Di quella pira, la representación se ve interrumpida por los gritos de respuesta de nacionalistas italianos en la audiencia. En Italian Film in the Light of Neorealism, Millicent Marcus sugiere que Visconti usó este paradigma operístico a través de todo Senso, con paralelos entre los protagonistas de la ópera, Manrico y Leonora, y los protagonistas de la película, Ussoni y Livia.

Los fragmentos icónicos musicales son muchos: el aria de Leonora Tacea la notte placida, seguida por el terceto en que se suman Manrico y el conde (acto I), la narración de Azucena y la romanza del conde Il balen del suo sorriso (acto II); Ah, sì ben mio y Di quella pira, en la voz de Manrico (acto III), o los bellísimos, melancólicos y patéticos acentos que transmite Leonora en D'amor sull'ali rosee y el Miserere (acto IV)”.

Políticamente incorrecto, en la actualidad, el argumento de esta ópera sería impensable este tratamiento de otros tiempos de la figura femenina, siempre sujeta al deseo en sentido amplio, del hombre, el ultraje reiterado a la raza romaní, generalizado como en otras óperas, a partir del personaje, aquí, emblemático y desdichado, de la gitana Azucena.

Pero así como Nerón o los Medici y tantos otros  emblemas históricos no pueden ser “leídos” a la luz del siglo XXI, sino según las características de su propia época, la ópera tiene sus propias reglas de comprensión y goce, sin la complicidad con las cuales, sería más adecuado dedicarse a cultivar otros géneros musicales y literarios. Importante:  la herencia genética, la filiación y la maternidad, son en esta historia sus señas identitarias, como ya ocurría con estos temas en los clásicos grecolatinos.

Unir en una propuesta como Il trovatore, el libreto de Cammarano, la música verdiana y el majestuoso entorno del Circo Máximo, probablemente el más antiguo yacimiento arqueológico romano (no se debería asegurar nada al respecto, porque en cualquier momento aparece algo nuevo, no excavado, y quién sabe si no podría ser anterior…), es un privilegio y un lujo.

El Circo Máximo fue creado bajo el quinto rey de Roma, Lucio Tarquinio Prisco, un edificio para carreras de carros de la pretérita capital de Rómulo y Remo. Se erigió en el valle entre los montes Aventino y Palatino. "Debido al hecho de que el Monte Palatino era el hogar de las familias reales y el Emperador, se construyó una “caja” imperial para ellos en el área del palacio en la colina. También se hicieron cajas privadas para políticos, personal militar importante y senadores.

La entrada al Circo Máximo era gratuita entonces y todos los niveles de la sociedad romana, desde el emperador hasta los pobres urbanitas, vinieron a ver las carreras de carros" (Nedeva). Fue el mayor circo de la antigua civilización romana con sus 621 metros de longitud y 118 de anchura y una capacidad para cientos de miles de espectadores.


En nuestros días, solo queda la planta del antiguo estadio y su solar es un parque público de Roma. En la pista cabían hasta 12 carros y los dos lados de la misma se separaban con una mediana elevada llamada la spina o euripus. Sin embargo, las carreras de carros no eran la única forma de entretenimiento dentro del Circo Máximo. "Aunque el Circus Maximus fue diseñado para carreras de carros (ludi circenses), otros eventos se llevaron a cabo allí, incluidos los combates de gladiadores (ludi gladiatorii) y la caza de animales salvajes (venationes), eventos deportivos y procesiones" (Grout).

Se conserva muy poco del Circo, con la excepción de la pista de carreras, hoy cubierta de hierba, y la spina. Algunas de las verjas de salida sobreviven, pero la mayoría de los asientos han desaparecido, sin duda porque las piedras fueron empleadas para construir otros edificios en la Roma medieval.

El Circo sigue siendo ocasionalmente usado para conciertos y eventos importantes, como otros yacimientos romanos. Las Termas de Caracalla albergaron también proyectos de la Ópera de Roma, como este Trovatore todavía concebido y ejecutado en la pandemia,  que comienza casi cuando el sol y la luz se van apagando sobre la vieja capital del imperio más activo y desarrollado del mundo antiguo.

El Circo emparenta con el Septizodium y la Domus Flavia, (arqueóloga presente en la función consultada dixit) que se asoman, en el inicio de la Via Appia, también el rosedal que recuerda el clausurado cementerio judío del lugar, la forma de la Menorah, la Boca de la verdad no visible, pero cerca y el gran almacén con más de cinco mil vestidos de grandes cantantes y bailarines, en el entorno, acompañando. Siempre a dos pasos del Foro romano. El complejo circundante del yacimiento es la verdadera alma de esta puesta atrayente. Orgánica y fluida.

Este Trovatore es una producción bella, equilibrada, que a pesar de los arrebatos, muertes y sufrimientos de los protagonistas, inspira sosiego, seguramente declinado además por una “regia” de Lorenzo Mariani, poseedor de un curriculum inmejorable. La puesta luce despojada, sobria, apolínea, sustentada por un escenario donde los escalones, con algunos muebles blancos lacados y candelabros que suben y bajan continuamente. Como los artistas, que enmarcan el espectáculo y la escena en un entorno sin embargo dinámico, muy ajustado a la acción.



El video producido por Fabio M. Laquone y Luca Attilii conforma un fondo que evoluciona, poco, siguiendo los movimientos de la acción y la historia. El vestuario de William Orlandi dibuja la rigidez de una narrativa sombría sospechada desde el primer instante, en negros sobre todo, muy fiel al imaginario habitual que todo lo hispánico despierta en los públicos y en los creadores y líneas rojas que afinan siempre la silueta de los cantantes. Sin desentonar con el conjunto, la iluminación de Vinicio Cheli.

La dirección de Daniele Gatti, músico asiduo de los escenarios españoles, bien conocido, se hace cargo de la totalidad sonora de esta partitura, voces e instrumentos, con la que “completa su viaje por la popular trilogía verdiana, realizada durante el periodo de la pandemia”.

Consigue redondear la orquesta, el coro bien preparado y desenvuelto a cargo de Roberto Gabbiani, con unos protagonistas esforzados, nada apoyados por el entorno al aire libre, que apaga en parte el sonido general, cuando no se interpone en la emisión lírica, la sirena de la policía o de una ambulancia, bordeando la entrada del Circo Massimo. Pero el espectador debe adaptarse a estas circunstancias, haciendo que su cerebro, percepción y capacidad para comprender la realidad actual, lejos de la comodidad de los precedentes coliseos aterciopelados asimile estos inconvenientes, originados, en gran parte, por las necesidades del estío romano y de la tiranía de un virus que nunca se va del todo en el mundo. (Y eso que en Europa formamos parte de la “squadra” de los privilegiados, con recursos, vacunas, mascarillas, normas y todo el arsenal disponible para lidiarlo).

Así, dicho esto, todo se percibe un poco “sottovoce”, en sordina, ligero, hay que buscar y encontrar los matices, los volúmenes sonoros. Sin embargo, muy a la altura el barítono que defiende El Conde de Luna, el británico Christopher Maltman, en un rol poco agradecido, que comprende bien. El suyo requiere de un compromiso que consigue desenvolver en escena.

La Leonora de Roberta Mantegna, de una apariencia física muy española, lógico, porque es de Palermo, del Meridione, es rica, solvente, con excelente técnica, actuación teatral conseguida y una venturosa carrera por delante. Se trata de una joven Diplomada del Proyecto Fabbrica del Teatro de la Ópera de Roma.

La Azucena de Clementine Margaine (Narbona, 1984), posee uno de los instrumentos mejor considerados de su generación. Fogueada ya en diversos papeles y teatros, le confiere a la “zíngara”, una versatilidad vocal y escénica con fiato, mejorable dicción (gran parte del resto del elenco es italiano, claro) y apreciable desarrollo en el palcoscenico. Le presta toda la complejidad que exige su rol de protagonista atormentada y postergada por cuestiones de raza y clase.

El Manrico de Fabio Sartori es afable, rotundo, con una voz bonita. Se sabe su parte y suena muy correcto, hasta donoso. Míticos cantantes siempre en el recuerdo han representado a Manrico, pero él está ahora y aquí y lo compone con soltura.

Los acompañantes de los protagonistas, Marco Spoti como Ferrando, la Inés de Marianna Mappa y Ruiz, del que es responsable Domingo Pellicola, los dos últimos también del Fabbrica, responden con holgura, en el sostenimiento del planteamiento total de la producción. Igual que lo hacen, last but not least, Antonio Taschini y Aurelio Cicero.

Para la prensa, gratuito, o al precio de diez euros para la audiencia habitual, un programa-libro completísimo, en varias lenguas, lleno de artículos firmados, como los de Fedele D´Amico, Andrea Penna, Giovanni Bietti, Alessandra Malusardi o Luigi Bellingardi, reproducciones, fotos, citas, responsabilidad de Cosimo Manicone.

El público agradeció con generosos aplausos, durante las intervenciones cantadas y al final, aunque el recinto no estaba al completo, también por las cuidadosas medidas de seguridad sanitaria comprometidas por la Ópera de Roma, “en modo” verano.

Estar en el Circo Massimo, con todo su pasado y su presente, en estas particulares circunstancias, viniendo de España, asentirán algunos, es un honor y una forma-rara y privilegiada hoy- de estar en el mundo. Habrá que agradecer, a los tradicionales dioses manes y lares y tantos otros de la antigua Roma y a todo, muchísimos, los que hacen posible, que Il Trovatore siga sonando y viéndose, a pesar de los pesares, unos cuantos. Se ha hecho lo mejor que se ha podido y ha resultado un espectáculo serio y cuidado. Complimenti a tutti, davvero!

Alicia Perris

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