Temporada 2020/2021
Il Trovatore, música de Giuseppe Verdi ( 1813-
1901). Libreto de Salvatore
Cammarano, a partir del drama español de Antonio García Gutiérrez. Circo Máximo,
Roma 27 de junio, 2021. 21 horas.
Ópera en cuatro actos, primer estreno, Roma, en el Teatro Apolo, el
19 enero de 1853
Elenco artístico
Director musical, Daniele Gatti
Dirección escénica, Lorenzo Mariani
Maestro del coro, Roberto Gabbiani
Figurines, William Orlandi
Iluminación, Vinicio Cheli
Video, Fabio Massimo Iaquone y Luca Attilii
Personajes e intérpretes
EL CONTE DI LUNA Christopher Maltman
LEONORA, Roberta Mantegna**
AZUCENA, Clémentine Margaine
MANRICO, Fabio Sartori
FERRANDO, Marco Spotti
INÉS Marianna Mappa*
RUIZ Domingo Pellicola*
UN VIEJO GITANO, Antonio Taschini
UN ENVIADO, Aurelio
Cicero
* Del proyecto “FABBRICA”, YOUNG ARTIST
PROGRAM del Teatro de la Ópera de Roma
** Diplomado del
proyecto “FABBRICA” YOUNG ARTIST PROGRAM del Teatro de la Ópera de Roma
Orquesta y Coro del
Teatro de la Ópera de Roma
Nueva producción, Teatro
de la Ópera de Roma
Subtítulos en inglés e italiano
Como es conocido de todos, aunque solo los filólogos y estudiantes
de carrera lo leen en la actualidad, El
trovador es un drama romántico situado en la Zaragoza de la Edad Media.
Escrito por Antonio García Gutiérrez,
la mayor parte de la acción se desarrolla en una torre de planta rectangular
del Palacio de la Aljafería.
Fue Giuseppe Verdi quien
dio vida eterna a la obra del escritor español, por lo demás, con un argumento
algo confuso, donde gran parte de los hechos están inscritos ya en el pasado y
con una carga de pasiones encontradas típicas en ese momento del siglo XIX en
Europa. Al hilo del culto romántico a la Naturaleza, al Yo de los poetas y a la
búsqueda de soluciones nunca encontradas a ese spleen generalizado e
irremediable, envuelto en la persecución de los ideales de la Libertad.
Estrenado con enorme éxito en el Teatro del Príncipe el 1 de marzo
de 1836, obligó al dramaturgo a salir a saludar reiteradas veces. El trovador
se considera una de las obras maestras del romanticismo español. Se inscribe en
su vertiente más abierta y libertaria ya que el trasfondo histórico de la obra
radica en un conflicto entre una figura emblemática de la nobleza más rancia y
feudal (Don Nuño, Conde de Luna) y un héroe marginado y humilde (el trovador,
Manrique). Como muchas creaciones del teatro romántico y de la lírica, el amor
realmente no triunfa, sino que destaca la angustia vital de los protagonistas y
la pérdida de sus derechos, oportunidades e ilusiones.
Salvatore Cammarano (Nápoles, 1801- 1852) fue un poeta italiano que
escribió libretos de ópera durante el siglo XIX para compositores como Gaetano
Donizetti y Giuseppe Verdi, casi cuarenta. Para Verdi dibujó Alzira, La battaglia di
Legnano, Luisa Miller e Il Trovatore. Esta última, tras su
prematura muerte, fue revisada y completada por Leone Bardare a solicitud de Verdi.
Se cuenta que Enrico Caruso
dijo una vez que todo lo que se necesita para una representación exitosa de El
trovador era los cuatro mejores cantantes del mundo. Il trovatore aparece hasta
en la película de los hermanos Marx, Una noche en la ópera y Luchino Visconti
usó una representación de este capolavoro verdiano en el Teatro de La Fenice
para la secuencia inicial de su película del año 1954 Senso.
Dicen los expertos que “Cuando Manrico canta su grito de batalla en
Di quella pira, la representación se ve interrumpida por los gritos de
respuesta de nacionalistas italianos en la audiencia. En Italian Film in the
Light of Neorealism, Millicent Marcus sugiere que Visconti usó este paradigma
operístico a través de todo Senso, con paralelos entre los protagonistas de la
ópera, Manrico y Leonora, y los protagonistas de la película, Ussoni y Livia.
Los fragmentos icónicos musicales son muchos: el aria de Leonora
Tacea la notte placida, seguida por el terceto en que se suman Manrico y el
conde (acto I), la narración de Azucena y la romanza del conde Il balen del suo
sorriso (acto II); Ah, sì ben mio y Di quella pira, en la voz de Manrico (acto
III), o los bellísimos, melancólicos y patéticos acentos que transmite Leonora
en D'amor sull'ali rosee y el Miserere (acto IV)”.
Políticamente incorrecto, en la actualidad, el argumento de esta
ópera sería impensable este tratamiento de otros tiempos de la figura femenina,
siempre sujeta al deseo en sentido amplio, del hombre, el ultraje reiterado a
la raza romaní, generalizado como en otras óperas, a partir del personaje,
aquí, emblemático y desdichado, de la gitana Azucena.
Pero así como Nerón o los Medici y tantos otros emblemas históricos no pueden ser “leídos” a
la luz del siglo XXI, sino según las características de su propia época, la
ópera tiene sus propias reglas de comprensión y goce, sin la complicidad con
las cuales, sería más adecuado dedicarse a cultivar otros géneros musicales y
literarios. Importante: la herencia
genética, la filiación y la maternidad, son en esta historia sus señas
identitarias, como ya ocurría con estos temas en los clásicos grecolatinos.
Unir en una propuesta como Il trovatore, el libreto de Cammarano,
la música verdiana y el majestuoso entorno del Circo Máximo, probablemente el
más antiguo yacimiento arqueológico romano (no se debería asegurar nada al
respecto, porque en cualquier momento aparece algo nuevo, no excavado, y quién
sabe si no podría ser anterior…), es un privilegio y un lujo.
El Circo Máximo fue creado bajo el quinto rey de Roma, Lucio
Tarquinio Prisco, un edificio para carreras de carros de la pretérita capital
de Rómulo y Remo. Se erigió en el valle entre los montes Aventino y Palatino.
"Debido al hecho de que el Monte Palatino era el hogar de las familias
reales y el Emperador, se construyó una “caja” imperial para ellos en el área
del palacio en la colina. También se hicieron cajas privadas para políticos,
personal militar importante y senadores.
La entrada al Circo Máximo era gratuita entonces y todos los niveles de la sociedad romana, desde el emperador hasta los pobres urbanitas, vinieron a ver las carreras de carros" (Nedeva). Fue el mayor circo de la antigua civilización romana con sus 621 metros de longitud y 118 de anchura y una capacidad para cientos de miles de espectadores.
En nuestros días, solo queda la planta del antiguo estadio y su
solar es un parque público de Roma. En la pista cabían hasta 12 carros y los
dos lados de la misma se separaban con una mediana elevada llamada la spina o
euripus. Sin embargo, las carreras de carros no eran la única forma de
entretenimiento dentro del Circo Máximo. "Aunque el Circus Maximus fue
diseñado para carreras de carros (ludi circenses), otros eventos se llevaron a
cabo allí, incluidos los combates de gladiadores (ludi gladiatorii) y la caza
de animales salvajes (venationes), eventos deportivos y procesiones"
(Grout).
Se conserva muy poco del Circo, con la excepción de la pista de
carreras, hoy cubierta de hierba, y la spina. Algunas de las verjas de salida
sobreviven, pero la mayoría de los asientos han desaparecido, sin duda porque
las piedras fueron empleadas para construir otros edificios en la Roma
medieval.
El Circo sigue siendo ocasionalmente usado para conciertos y
eventos importantes, como otros yacimientos romanos. Las Termas de Caracalla
albergaron también proyectos de la Ópera de Roma, como este Trovatore todavía
concebido y ejecutado en la pandemia,
que comienza casi cuando el sol y la luz se van apagando sobre la vieja capital
del imperio más activo y desarrollado del mundo antiguo.
El Circo emparenta con el Septizodium y la Domus Flavia,
(arqueóloga presente en la función consultada dixit) que se asoman, en el
inicio de la Via Appia, también el rosedal que recuerda el clausurado
cementerio judío del lugar, la forma de la Menorah, la Boca de la verdad no
visible, pero cerca y el gran almacén con más de cinco mil vestidos de grandes
cantantes y bailarines, en el entorno, acompañando. Siempre a dos pasos del
Foro romano. El complejo circundante del yacimiento es la verdadera alma de
esta puesta atrayente. Orgánica y fluida.
Este Trovatore es una producción bella, equilibrada, que a pesar de los arrebatos, muertes y sufrimientos de los protagonistas, inspira sosiego, seguramente declinado además por una “regia” de Lorenzo Mariani, poseedor de un curriculum inmejorable. La puesta luce despojada, sobria, apolínea, sustentada por un escenario donde los escalones, con algunos muebles blancos lacados y candelabros que suben y bajan continuamente. Como los artistas, que enmarcan el espectáculo y la escena en un entorno sin embargo dinámico, muy ajustado a la acción.
El video producido por Fabio
M. Laquone y Luca Attilii conforma un fondo que evoluciona, poco, siguiendo
los movimientos de la acción y la historia. El vestuario de William Orlandi dibuja la rigidez de una
narrativa sombría sospechada desde el primer instante, en negros sobre todo,
muy fiel al imaginario habitual que todo lo hispánico despierta en los públicos
y en los creadores y líneas rojas que afinan siempre la silueta de los
cantantes. Sin desentonar con el conjunto, la iluminación de Vinicio Cheli.
La dirección de Daniele
Gatti, músico asiduo de los escenarios españoles, bien conocido, se hace
cargo de la totalidad sonora de esta partitura, voces e instrumentos, con la
que “completa su viaje por la popular trilogía verdiana, realizada durante el
periodo de la pandemia”.
Consigue redondear la orquesta, el coro bien preparado y
desenvuelto a cargo de Roberto Gabbiani,
con unos protagonistas esforzados, nada apoyados por el entorno al aire
libre, que apaga en parte el sonido general, cuando no se interpone en la
emisión lírica, la sirena de la policía o de una ambulancia, bordeando la entrada
del Circo Massimo. Pero el espectador debe adaptarse a estas circunstancias,
haciendo que su cerebro, percepción y capacidad para comprender la realidad actual,
lejos de la comodidad de los precedentes coliseos aterciopelados asimile estos
inconvenientes, originados, en gran parte, por las necesidades del estío romano
y de la tiranía de un virus que nunca se va del todo en el mundo. (Y eso que en
Europa formamos parte de la “squadra” de los privilegiados, con recursos,
vacunas, mascarillas, normas y todo el arsenal disponible para lidiarlo).
Así, dicho esto, todo se percibe un poco “sottovoce”, en sordina, ligero, hay que buscar y encontrar los matices, los volúmenes sonoros. Sin embargo, muy a la altura el barítono que defiende El Conde de Luna, el británico Christopher Maltman, en un rol poco agradecido, que comprende bien. El suyo requiere de un compromiso que consigue desenvolver en escena.
La Leonora de Roberta
Mantegna, de una apariencia física muy española, lógico, porque es de
Palermo, del Meridione, es rica, solvente, con excelente técnica, actuación
teatral conseguida y una venturosa carrera por delante. Se trata de una joven Diplomada
del Proyecto Fabbrica del Teatro de la Ópera de Roma.
La Azucena de Clementine
Margaine (Narbona, 1984), posee uno de los instrumentos mejor considerados
de su generación. Fogueada ya en diversos papeles y teatros, le confiere a la
“zíngara”, una versatilidad vocal y escénica con fiato, mejorable dicción (gran
parte del resto del elenco es italiano, claro) y apreciable desarrollo en el
palcoscenico. Le presta toda la complejidad que exige su rol de protagonista
atormentada y postergada por cuestiones de raza y clase.
El Manrico de Fabio Sartori
es afable, rotundo, con una voz bonita. Se sabe su parte y suena muy correcto,
hasta donoso. Míticos cantantes siempre en el recuerdo han representado a Manrico,
pero él está ahora y aquí y lo compone con soltura.
Los acompañantes de los protagonistas, Marco Spoti como Ferrando, la Inés de Marianna Mappa y Ruiz, del que es responsable Domingo Pellicola, los dos últimos también del Fabbrica, responden
con holgura, en el sostenimiento del planteamiento total de la producción.
Igual que lo hacen, last but not least, Antonio
Taschini y Aurelio Cicero.
Para la prensa, gratuito, o al precio de diez euros para la
audiencia habitual, un programa-libro completísimo, en varias lenguas, lleno de
artículos firmados, como los de Fedele
D´Amico, Andrea Penna, Giovanni Bietti, Alessandra Malusardi o Luigi
Bellingardi, reproducciones, fotos, citas, responsabilidad de Cosimo Manicone.
El público agradeció con generosos aplausos, durante las
intervenciones cantadas y al final, aunque el recinto no estaba al completo,
también por las cuidadosas medidas de seguridad sanitaria comprometidas por la
Ópera de Roma, “en modo” verano.
Estar en el Circo Massimo, con todo su pasado y su presente, en
estas particulares circunstancias, viniendo de España, asentirán algunos, es un
honor y una forma-rara y privilegiada hoy- de estar en el mundo. Habrá que
agradecer, a los tradicionales dioses manes y lares y tantos otros de la
antigua Roma y a todo, muchísimos, los que hacen posible, que Il Trovatore siga
sonando y viéndose, a pesar de los pesares, unos cuantos. Se ha hecho lo mejor
que se ha podido y ha resultado un espectáculo serio y cuidado. Complimenti a
tutti, davvero!
Alicia Perris
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