El hecho de no haber sido acreditada como periodista para la Tosca del próximo 21 o 24 de julio con Anna Netrebko en el teatro real madrileño, me retrotrae a la generosidad de la Ópera Garnier de Montecarlo, y la Société de Bains de Mer, con profesionales siempre dispuestos a proporcionarte unas localidades con acompañante incluido, aunque sea con una antelación de horas, improvisando.
Los habitantes y expertos de Monaco, a pesar de que a veces el Principado tiene mala prensa, son generosos, abiertos y saben compartir recursos y riquezas. Gracias de nuevo y gracias siempre.
Este pasado enero y febrero pandémicos, me esperaban en la Ópera Garnier, pero no pude llegar, porque Francia, por donde se accede a Mónaco generalmente, estaba confinada, al igual que España. Ya nos estamos viendo, este otoño, este otoño.
Alicia Perris
Obras de Nicolas Rimsky-Korsakov, Sergey Rachmaninoff, Piotr Chaikovsky, Paolo Tosti, Pietro Mascagni, Ruggero Leoncavallo, Franz Léhar, Richard Addinsell, Gustave Charpentier, Georges Bizet, Luigi Arditi, Antonín Dvorak, Salvatore Cardillo, Giacomo Puccini y Astor Piazzolla.
La sala
No es la primera vez que la mencionamos en una reseña, se trata de
un patrimonio único en el mundo. La gema del Casino de Monte-Carlo, la Sala
Garnier (del mismo arquitecto que diseñó el recinto musical homónimo en París),
todavía da cuenta de la desmesura y la audacia que presidieron esta concepción
artística, incorporada por la Sociedad des Bains de Mers a su casino en un
colosal proyecto de ingeniería, lujo y sofisticación.
Charles Garnier concibió este entorno con todo tipo de decoraciones
suntuosas: la conjunción de tres oros, el uso profuso de la lira, mientras que
los mecanismos de hierro destinados a sostener la inmensa estructura, fueron
diseñados por Gustave Eiffel. Los ventanales que dan al mar, terminan de
dibujar un setting único en el mundo.
Renovada entre los años 2003-5, y restaurada conservando su
espíritu clásico, Mr. Alain- Charles Perrot, arquitecto jefe de los Monumentos
Históricos franceses, consiguió mantenerle su propuesta original. De hecho,
Charles Garnier tardó solo 8 meses para construir la sala de concierto,
mientras que la restauración duró dos años, para devolverle su fasto de antaño
y su pasión por la excelencia.
Los nombres de compositores, actores y cantantes e instrumentistas que la habitaron, todavía la descubren a un público siempre fascinado y a una prensa rendida de forma ineluctable, por las atenciones del Departamento de Comunicación, siempre disponible, en temporada de ópera y en verano, y entregado de verdad, para conseguir y hacer reales acreditaciones hasta cuando no las hay.
Los intérpretes
Dos, sobre todo una, la de la soprano mítica Anna Netrebko y su
marido, Yusif Eyvazov, se presentan en Monte-Carlo patrocinados por Berin Art y
sus socios, los Casinos de Montecarlo y la Sociedad des Bains de Mer, que han
contribuido a que esta velada excepcional fuera posible.
Según los patrocinadores, “Anna Netrebko ha dado un nuevo sentido a
la noción de prima donna de la ópera. Gracias a esta condición, pasea su
talento por las más importantes salas de todo el mundo”, de norte a sur y de
este a oeste, hasta salas legendarias como el Teatro Colón de Buenos Aires,
donde acaba de actuar en ese invierno austral.
Junto a su marido, Yusif Eyvazov, forma una pareja excepcional
tanto en el arte como en la vida. Nacido en Argelia, su partenaire desarrolló
su carrera en Italia, aunque también ha cantado en grandes teatros como el
Mariinsky, el Bolshoi, El Metropolitan de Nueva York, la Ópera Nacional de
Viena, entre muchos otros.
El recital
Sin subretítulos, Anna Netrebko, comenzó su extenuante recital en
solitario, con autores rusos, cadenciosos, melancólicos, especialmente
dedicados con seguridad al abundante público eslavo que colmaba la sala. Ni una
entrada disponible. Todos engalanados, enjoyados, de peluquería. Trajes y
bolsos carísimos de marca ad hoc, guirnaldas tradicionales del este ajustadas
en el cabello de las señoras y flores, muchos ramos al final de la velada para
Netrebko, el tenor y el pianista, engalanados en su mayoría en rojo y blanco,
los colores de la bandera del Principado de Mónaco.
Enfundada en una especie de traje oriental plateado con apliques en
oro, parecía flotar mientras desgranaba En el silencio de la noche o El
ruiseñor y la rosa de Rimsky o Noches salvajes de Tchaikovsky.
Su voz está fresca a sus 45 años, ahora se discute si de tesitura
dramática o lírico- spinto, muy distinta y más hecha, desde la época en que, a
sus 22 años, en el Mariinsky, de Valery Gergiev, el zar musical de todas las
rusas imperiales de Putin, la descubriera cantando entre cajas y quedara seducido por su timbre y su
sensualidad evidentes.
El instrumento de Netrebko es pulposo, atmosférico, potente, lleno de matices, excelente línea de canto y fiato, apoyos más que suficientes y una seguridad apabullante tanto en el registro agudo, como en los graves, bien resueltos.
Llevó a cabo buenos dúos con su pareja, Yusif Eyvazov, como la
Mattinata de Leoncavallo, el dúo de Me has robado el corazón de Franz Léhar o
el dúo de Madame Butterfly, Vogliatemi bene, aunque su voz, consigue un quasi-
Puccini, porque con el compositor de Tosca se oscurece inexplicablemente y
pierde sentimiento y claridad. Es posible que sea una afirmación o una
apreciación muy subjetiva, pero no se le puede en todo caso, echar la culpa a
la sala, de una acústica inmejorable.
La teatralidad de Netrebko es estudiada, souple y enérgica. El
tenor Eyvazov con una voz joven y entera, podría mejorar sin embargo las
diferencias de carácter e interpretativas de los distintos compositores y roles
que canta, ya que no es parecido conseguir iluminar su aria de Don José de la
Carmen de Bizet, que la ejecución de Core ingrato de Salvatore Cardillo u otras
canciones populares del repertorio italiano, por ejemplo. Mejorables las
dicciones en italiano (y francés en el caso del tenor) de ambos cantantes,
aunque están bastante pulidas.
Capítulo aparte merece el acompañamiento de piano de Pavel
Nebolsin, experto, talentoso, que susurra con el teclado la música que acompaña
con soltura y devoción total a los cantantes. Especial lucimiento y una técnica
brillante, demostró en el Warsaw Concerto de Richard Addinsell, precioso y
burbujeante y en la inefable creación que hizo de Libertango, de Astor
Piazzolla, apasionada, dramática, aunque a los argentinos les hubiera gustado
tal vez, más canalla y todavía, si fuera posible, más pasional, más de
compadritos y quiebros. De todas formas, en ese lugar, en ese concierto, un
descubrimiento y un regalo nostálgico.
El entreacto, largo, fue un festival visual y sonoro de gentes de
todas partes, con unos coches aparcados en la puerta del casino de esos que
solo ven los mortales comunes en las grandes películas de aventuras o espías de
Hollywood. Netrebko como una star que es, luego de la pausa, cambió de vestido
y se decidió por uno blanco roto con vuelos y bien largo, que le permitía, muy
femenina, jugar con la falda en medio de sus apabullantes interpretaciones.
Como propina, un amigo de la pareja, interpretó (de nuevo en la
velada) Catarí, catarí, (Cuor ingrato), una de las canciones napolitanas que
hicieron más famosa si cabe, Tito Schipa, Luciano Pavarotti, Giuseppe Di
Stefano y Caruso, entre otros. Dulce y envolvente el dúo, pero nada napolitano,
¡ay!
Aplausos, todos y vivas. Para los habituales, una velada más de
buena música y placeres diverso, champagne, caviar, un lujo que marea. Para el
público más modesto y para esta, probablemente la única cronista de periodismo
musical en la sala y su acompañante, un goce poco frecuente, casi una
alucinación.
Ópera Garnier. 23 de agosto 2018.
Alicia Perris
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