Francis Poulenc (1899 – 1963). La voix humaine, ópera en un acto sobre la obra homónima de Jean Cocteau, FP 171 (1958). Domingo 28 de noviembre, 2021, Círculo de Cámara. Temporada 2021 / 2022, Teatro Fernando de Rojas.
INTÉRPRETES
Anna Caterina Antonacci, soprano
Donald Sulzen, piano
“...Y entre los dos
amantes, la omnipresencia del “tercero”, que bien pueden ser todos los otros
confabulándose contra ellos, para domesticar el amor. La muerte toma cuerpo y
se envanece. Una vez producido el encuentro los amantes se consagran al rito de
la mutua destrucción donde nada sobrevive sino la memoria y el recuerdo…” Alicia Perris
Prólogo de Los gestos, de Gerardo López Ayala, la Girándula, Colección de relatos
Anna Caterina
Antonacci nació en Ferrara y situada en el entorno de Bolonia, debutó en
1984 con Rigoletto y destaca en el repertorio barroco y clásico en la primera
etapa de su carrera y como mezzosoprano en obras de Rossini, Mozart, Händel, Donizetti,
Bellini y Monteverdi.
A partir de los años 90 frecuentó con gran éxito roles como el de Casandra
en Les Troyens de Berlioz, Carmen de Bizet, Charlotte en Werther de Massenet, y Medea de
Cherubini. En Les nuits d'eté y La muerte de Cleopatra de Berlioz. Cantó en
Covent Garden, La Scala, París, Festival de Glyndebourne, Turín, Salzburgo,
Copenhague, Teatro Colón de Buenos Aires (protagonista de Ermione,
L'incoronazione di Poppea, Werther), Toulouse, Roma, Gran Teatro del Liceo de
Barcelona o el Teatro Real de Madrid, entre otros.
Considerada como una de las grandes voces de su generación, pulcra
y cuidadísima técnica y amplio registro, que le permite abordar diferentes
papeles de varios repertorios distintos, ganó el prestigioso premio Voci
verdiane, y los concursos Callas y Pavarotti. Goza del reconocimiento y la
concesión de la Legión de Honor de la República Francesa. Acompañada
habitualmente por el pianista Donald Sulzen,
con quien grabó L´Alba separa dalla luce l´ombra y canciones de Tosti, CIlea y
Hahn.
La propuesta del Círculo de Bellas Artes, como informan sus
autoridades, reconocida institución
privada en Madrid, recala ahora en “Francis Poulenc, uno de los grandes
operistas franceses del siglo XX. Con
solo tres obras en el género y después de la comedia surrealista Las tetas de
Tiresias, escrita durante la SGM sobre un texto de Apollinaire y hoy poco
representada, y Diálogos de carmelitas, el drama de Bernanos que se estrenó en
la Scala (1957) y se ha convertido en un gran éxito internacional, Poulenc
escribió una ópera breve a partir de un texto de Jean Cocteau que también se ha hecho habitual en todo tipo de
escenarios.
La voz humana vio la luz en 1959 y consta de una sola voz femenina,
la protagonista, que habla por teléfono con el amante que la ha abandonado para
casarse con otra. El drama precisa de una gran cantante-actriz, y Antonacci lo
es. El acompañamiento sinfónico pensado originalmente, se ha sustituido aquí por un piano”.
A sus 60 años Antonacci tuvo y retiene un saber hacer que se
reparte equitativamente entre un instrumento muy conservado y una actuación
teatral apta para este tipo de desafíos. Ya había cantado Le travail du peintre
de Poulenc y llega a Madrid después de una tournée italiana con una partitura
totalmente diferente: Iphigénie en Tauride, de Glück, que defendió en Cremona,
Como, Brescia y Pavía, con la dirección musical de Diego Fasolis.
Esta vez, sugerentemente habitada por ropa que le sienta como un
guante, con un relampagueo cercano a Mónica
Bellucci (estatura, cabellera, anchura generosa de pecho y de cadera,
porte, rostro anguloso y esculpido) por l´italianità, y en única función,
administra colores e intensidades variadas. La actriz de Perugia porta aromas
de Spectre, 007, 2015, Sam Mendes o El Pacto de los lobos, Christophe Gans,
2011 en estas figuras fundacionales, de Madonnas agraviadas y trágicas. Como Anna
Magnani, en El Amor, de Rossellini (1948) o Ingrid Bergman, Kotcheff (1966, las
mismas narrativas y “tusitalas” similares.
La ferraresa, elegante, dúctil y seductora, (aquí bastante sombría
y relampagueante) frasea y da alma a un rol donde lo emocional, aunque cantado,
manda. Con un timbre polifacético y una tesitura muy elástica, hora susurra,
hora seduce e implora. Llora por dentro, hondamente, y espera. Embrida.
Donald Sulzen se comporta en
escena, al piano, como un alter ego rendido y delicado de Antonacci, pero no de
una manera especular, sino aportando la experiencia y el carácter, diverso, no
necesariamente italiano, sino con un espíritu de frontera de Kansas, Texas, y
la seguridad que le brinda haber acompañado a grandes cantantes y ser él mismo
un excelente pianista.
Desde 2001 Sulzen es el pianista oficial de Piano Trío de Munich fundado
por su cellista Gerhard en 1982. La
empatía que posee para declinar su arte a través de sus acompañantes, se pone
de manifiesto en el CD de grabaciones que incluyen obras de Haydn, Alberto
Ginastera, Ned Rorem y Astor Piazzolla.
Este dúo de ciudadanos del mundo, viajeros en el espacio por las
más reconocidas salas e instituciones del mundo, trae a Madrid no una obra
fácil, pero sí sentida, ejercitada con sutileza, finura y un abanico de sentimientos
y reflejos dorados acorde con la estación que transitamos (como llamaba aquella
película ya clásica) de un otoño frío e inquietante. Una reseña muy
cinematográfica esta (también nostalgias de la gran pantalla). El público
asistente, entregado.
Alicia Perris
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