Lorenzo Viotti, dirección
Gautier Capuçon, violonchelo
L. Berio (1925-2003)
Quattro versioni originali della
Ritirata Notturna di Madrid di Boccherini
A. Dvořák (1841-1904)
Concierto para violonchelo en Si
menor, op.104
Allegro
Adagio ma non troppo
Adagio ma non troppo-Allegro
moderato
S. Prokófiev (1882-1971)
Romeo y Julieta, suite
AVISO DE IBERMÚSICA, ORGANIZADORA
PRIVADA DEL CONCIERTO. Advierte de que
“Por reciente enfermedad de RICCARDO CHAILLY, el concierto será dirigido por LORENZO VIOTTI”.
El concierto no pudo haber comenzado de una manera más lucida y puntual. En efecto, las Quattro versioni originali della "Ritirata notturna di Madrid" de Luciano Berio es un arreglo de un movimiento a partir de la obra de Luigi Boccherini, Musica notturna delle strade di Madrid. El título completo añade, “sovrapposte e transcritte per orchestra” (es decir, Cuatro versiones originales de "Retiro de noche en Madrid" de Luigi Boccherini, superpuestas y transcritas para orquesta). Un encargo de la Orquesta del Teatro de La Scala en 1975, en el que se le pedía que escribiera una pieza corta que sirviera como composición de apertura. Entonces vio la luz una estructura sonora estratificada.No era la primera vez que Berio era reconocido por arreglar o transcribir piezas de otros compositores, ya que buena parte de su éxito como compositor se debía a que trabajaba en adaptaciones y arreglos no solo de composiciones de otros autores clásicos, sino también de sus propias composiciones, como hizo con Rendering, el final de Turandot de Puccini, y algunas de las Secuencias de Berio, que más tarde fueron reelaboradas en Chemins. La pieza fue dedicada a Davide Bellugi y más tarde publicada por Universal Edition en 1977.
La lectura que hizo aquí la Filarmonica della Scala fue minuciosa y llena de gracia. A mitad de camino entre la marcialidad de fondo en un ostinato de parche y un minuetto contrastante pero siempre en la coherencia orquestal, Boccherini, el compositor de Lucca que a partir de los 25 años vivió en Madrid donde murió, despliega un estilo galante, muy de corte, que fluye con amabilidad de una vida en paz. No hay contratiempos, ni cambios bruscos. Es como bajar una escalera de terciopelo.
Como el podio al que saltó con brío Lorenzo Viotti, a cargo de la celebérrima formación (muy merecido el adjetivo). A sus 35, sin batuta y sin partituras, comenzó la que sería una elaboración prodigiosa de las obras y una telaraña preciosa donde todos los músicos y el solista posterior encajarían como en unas ajustadas cajitas chinas.De familia de músicos, nacido en Suiza
y orígenes francoitalianos no hay nada que pudiera señalarse para mejorar o
pulir las prestaciones del que ya es un maestro consagrado. La audiencia, desde
el comienzo, fascinada, como transfigurada por obra de unas interpretaciones
cuidadísimas. Todas las secciones de la orquesta, las cuerdas, los vientos y la
percusión empastan generosamente y atentos a una dirección convencida y muy
lograda, que sabe dónde va. Presencia física espectacular y emocional en el
podio.
El segundo, Adagio ma non troppo empieza con un pasaje orquestal seguido por el violonchelo, que presenta una lírica melodía en sol mayor, luminosa. Tras un pasaje tormentoso a cargo de la orquesta, el solista aborda el segundo tema, basado en un lied compuesto por el propio Dvořák unos años antes, Lass' mich allein (Op. 82, n.º 1). El retorno del tema inicial conduce la música serenamente hacia su conclusión.
El último movimiento, Adagio ma
non troppo-Allegro moderato, se abre con un motivo similar a una marcha que el
violonchelo toma inmediatamente para desarrollar el tema principal. El
movimiento asume una forma de rondó, que el violonchelo cierra evocando
fugazmente los temas principales de los movimientos anteriores, así como la
melodía Lass' mich allein, que entona con infinita tristeza junto con los
violines, antes de finalizar la obra con una breve y agitada coda a cargo del
conjunto de la orquesta. Exigido para el solista, que no solo debe leerlo, sino
también imprimirle una interpretación junto con una orquesta entregada, como en
este caso.
La Filarmonica cuenta con músicos
de todas las edades: un joven que no llega a los 30 se sienta al lado a uno
cercano a la jubilación. Igual proporción de mujeres y hombres en la
Filarmonica della Scala. La concentración de estos profesionales es asombrosa.
Es habitual soportar orquestas que tocan de oficio, dejándose llevar, al correr
desabrido de los compases, sin alma. Bolsitos de Prada, zapatos de fondo rojo
franceses, todos muy elegantes, de frac o traje negro. Los dos maestros, Viotti
y Capuçon, frac y traje de gala azul noche respectivamente. En la segunda parte
se intercambiaron los primeros puestos de violines y chelos, para dar
visibilidad a todos. Portentoso el trabajo del concertino de la segunda parte,
muy aplaudido por el propio director.
El Maestro Viotti disfruta del
aspecto de un contemporáneo de Verdi (Tal vez escapado de la serie italiana
“Belcanto”, 2024, dirigida por Carmine Elia o de “Il gattopardo”, de Visconti) y el celista luce los anillos de plata que
siempre lo acompañan. Los dos, como en trance, no se pierden de vista ni un
segundo. Tienen ambos ese halo icónico de los grandes artistas de toda la
historia de la música: el de un Paganini, un Liszt, una Malibrán, un Toscanini,
la Callas, la lista es interminable. Gozan de un relato propio que se reescribe
constantemente.
En una entrevista que
compartieron para esta ocasión, hablando de esta gira, Viotti y Capuçon pusieron
de manifiesto que ambos músicos se quieren, se aprecian. Del concierto de
Dvořák dice el celista “que es casi una sinfonía, que está muy bien servir a
la música entre todos”. Lorenzo Viotti reconoce que los dos pertenecen a dos
conceptos de la música opuestos, pero que trabajan juntos desde hace tiempo y
se compenetran muy bien. En cuanto a la “love story” de Prokoviev, relata que,
fue un honor que lo escogiera para reemplazarlo el maestro Chailly y que este
había seleccionado las primeras series de la partitura para este ballet, con su
ritmo obsesivo, a veces lúdico, pero con una gran profundidad de sonido”.
Gautier Capuçon, (de Chambéry, 1981) y también familia de músicos, (con su mítico chelo Matteo Goffriller, L´Ambassadeur, de 1701, en préstamo) es un caso aparte en el universo de los solistas de los últimos tiempos. Un don de la naturaleza, un estado mental. Tiene una técnica depurada, llena de pliegues e insinuaciones, de aquí y de allá, de sí, pero no, para profundizar en los clímax y anticlímax, en medio de un voraz estallido de golpes de arco, con unos “spiccato” de antología, una” finezza” en los detalles a lo largo y ancho de todos los números del concierto.
Circula con solvencia y amplitud
por valles y cimas, entre la ternura y el vértigo, acariciando, inundando el
aire con una música que en sus manos se transforma casi en programática. Es de
una sinestesia brutal: imaginamos cuadros, paisajes, literatura, carne y sangre
mientras la escuchamos. Y percibimos hasta el incienso de una catedral.
Capuçon es muy francés en su
aparente cartesianismo musical, con su despreocupación aparente, y su spleen,
también en la felicidad que va repartiendo dentro y fuera del escenario. En su
capacidad de comunicar, con sus correspondencias, su elevación, entre la
belleza y sus ensoñaciones, como un fuego fatuo, oceánico. Más que un alcohol
añejo es un arca de sabores, como los wiener gemischter satz y el neu Wein (el
vino nuevo, del año) de las Heurigen, las famosas tabernas de los alrededores
de Viena. Burbujeante, floral, perfumado, tierno, solar y con ese toque de
locura que dan la ya madurez, el talento y el genio. Su bis, anunciado después
de un “buenas noches” en español con parlamento luego en inglés, Lass' mich
allein, también de Dvořák ( incluido en su cd “Intuition”), no hizo más que
confirmar su empatía y su disponibilidad. Así, lo compaginó con la sección de
violonchelos, como para recordar que él forma con el resto de intérpretes de la
Filarmonica en la velada y que hay que dar oportunidad de lucimiento a todos.
Viotti desplegó con la selección
de Romeo y Julieta de Prokofiev, una energía inusitada y titánica, indicando
hasta el minimalismo las entradas, los matices, los ritmos, los tempi,
consiguiendo que la orquesta hasta sonriera al saludar y no funcionara como
otras que escuchamos con frecuencia en este foro: a mitad de camino entre la
repetición mecánica y el funcionariado asumido (nunca se insistirá lo
suficiente en esto). Hay orquestas que tocan solas, todos lo sabemos, por su
solvencia y saber hacer, como esta, pero este concierto hubiera sido inviable
sin la entrega y la denodada lucha con
el sonido y las texturas orquestales que solo él pudo recrear (Viotti): gran
gama de colores, ricos, lunares, sombríos ahora, cristalinos después, en cada
grupo orquestal. Generosas las cuerdas, los metales y las maderas, apoteósica
la percusión. Un paisaje de historias contadas en papel pautado, mientras la
mente del oyente discurre por la geografía de Shakespeare y sus desafortunados amantes
de Verona.
Alicia Perris
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