viernes, 28 de abril de 2017

MOZART Y SALIERI, DE RIMSKY-KÓRSAKOV Y LIBRETO DE ALEKSANDR PUSHKIN, EN LA FUNDACIÓN JUAN MARCH DE MADRID, UNA COPRODUCCIÓN CON EL TEATRO DE LA ZARZUELA

MOZART Y ZALIERI, DE RIMSKY-KÓRSAKOV Y ALEXANDER PUSHKIN, EN LA FUNDACIÓN JUAN MARCH DE MADRID, 26 DE ABRIL DE 2017

Escenas dramáticas de Nikolái Rimski-Kórsakov (1844-1908), dedicadas por el compositor a Dargomiski, basadas en la obra teatral homónima de Aleksandr Pushkin.
Estreno, Teatro Solodovnikov (Moscú), 7 de diciembre de 1898
Revisión del texto original y traducción de Amelia Serraller Calvo
Dirección musical y piano, Borja Mariño
Dirección de escena y de arte, Rita Cosentino


Fotos: Archivo de la Fundación Juan March

Reparto
Salieri, Ivo Stánchev, barítono.
 Mozart, Pablo García López, tenor
Criado, asistente de Salieri y enterrador, Rafael Rivero
Mendigo ciego violinista y estudiante, Fran Parrado
Equipo Artístico
Movimiento escénico Rafael Rivero
Diseño de escenografía Antonio Bartolo
Diseño de vestuario Gabriela Salaverri
Diseño de iluminación Fer Lázaro
Edición musical Leipzig y San Petersburgo, M. P. Belaïeff, 1898
Vídeo, Realizadora Celeste Carrasco
Diseño de vídeo proyección Yann-Loïc Lambert
Habrá funciones didácticas y la representación del miércoles 26 se transmitió en directo por Radio Clásica de RNE, en diferido por Catalunya Música y en streaming a través de www.march.es/directo

Con esta propuesta se da paso a la séptima edición del formato “Teatro Musical de Cámara”, iniciado en 2014 por la Fundación Juan March, con obras de pequeño formato destinadas a un número reducido de intérpretes, que no suele tener cabida en los teatros de ópera convencionales. Primero fue Cendrillon de Pauline Viardot y a este proyecto se sumó el Teatro de la Zarzuela en 2015, con cinco nuevas coproducciones: la recuperación moderna de Fantochines de Conrado del Campo (marzo 2015), el programa doble Los dos ciegos de Francisco Barbieri y Une éducation manquée de Emmanuel Chabrier (mayo 2015), la representación de una Trilogía de tonadillas de Blas de Laserna hasta entonces inéditas (enero 2016), el programa doble El pelele de Julio Gómez (recuperación moderna) y Mavra de Igor Stravinsky (abril 2016); y Le cinesi ópera de salón en un acto, con música de Manuel García y libreto de Pietro Metastasio (enero 2017).
Según las abundantes anotaciones del programa de mano, El “Teatro Musical de Cámara” tiene, por tanto, la vocación de recuperar para el público del siglo XXI,  géneros de excepcional importancia para la historia del teatro musical y de la cultura española que, sin embargo, han sido marginados por el modo en el que los repertorios teatrales han quedado institucionalizados. Para desarrollar este proyecto de teatro musical, el habitual salón de actos de la Fundación Juan March se transforma en un pequeño teatro.

La trama de Mozart y Salieri se basa en la leyenda que acusa al compositor italiano de haber asesinado a Mozart. Pese a haber sido desmentido por la investigación musicológica, este mito no ha perdido vigencia. Buena prueba de ello es el éxito de la película Amadeus (1984) de Miloš Forman, basada en este mismo tema. Un clásico. Sea como fuere, cuentan que el público y las autoridades vienesas de la época, le pagaron el talento a Mozart, con un enterramiento en una fosa común.
Afincado en Viena, Antonio Salieri (1750-1825) fue un compositor italiano, que consiguió importantes éxitos operísticos, trabajó al servicio de la Corte Imperial y fue profesor de Beethoven, Schubert, e incluso del hijo menor de Mozart. Salieri y Mozart coincidieron en numerosas ocasiones, sin que existiera entre ellos más rivalidad que la estrictamente profesional.
Considerado miembro fundacional de la literatura rusa moderna, Aleksandr Pushkin (1799-1837), publicó Mozart y Salieri en 1832. El sentimiento de la envidia, su poder a la vez creativo y destructivo, es el tema central de la obra, que desde entonces ha alimentado el mito de un Salieri a la vez asesino y atormentado.
Exponente clave del nacionalismo ruso, Nikolái Rimski-Kórsakov (1844-1904) fue uno de los miembros del Grupo de los Cinco y preconizaba una música genuinamente rusa, lejos de las influencias europeas. Su producción operística alcanza la veintena de títulos, caracterizada por la utilización de un recitativo derivado de la rítmica y la acentuación propias de su idioma.
Rimski incluyó aquí citas de Don Giovanni, Le nozze di Figaro y el Requiem de Mozart. En algunos pasajes juega también a  imitar su estilo y lo contrapone con el que asocia a Salieri, más anticuado y sombrío.
Este tipo de creación camerística tiene un rango que puede ir, desde el lujo indescriptible de la música interpretada por ejemplo en el Teatro de la Ópera de Versalles, pasando por teatros de corte de época, como el Manoel de Valetta, la capital de Malta y a menudo se cae en el riesgo con estos intentos, de convertir los proyectos en excesivamente modestos y simplistas, comparables a una mera función escolar.
Nada de esto ocurre en la conjunción planetaria benéfica que lleva al teatro de la Zarzuela y La Fundación March a forjar una propuesta elegante, sofisticada incluso, creando la ilusión de un gran espacio escénico gracias a la dirección de arte, el vestuario y las videoproyecciones.


En la responsabilidad de la obra, acompañadas por el pianista Borja Mariño, buen cómplice, dúctil y sensible, que imprime un color destacado al Steinway de la sala, destacan los dos protagonistas, un joven Mozart, con un físico parecido al real o a la figura evanescente y delicada que conserva nuestro inconsciente colectivo, pelucón y traje del siglo XVIII, como los que todavía lucen los publicistas de los teatros clásicos en las calles de Praga.

El tenor cordobés Pablo García López da vida a este Mozart condenado a la muerte desde el minuto cero de la primera parte (la obra tiene dos secciones en este caso), con una ligereza vocal espléndida, buena afinación e instrumento bonito y una actuación adecuada, aunque es Salieri, el que permanece más tiempo en el escenario. Es sobre el barítono-bajo búlgaro, afincado en Madrid, Ivo Stánchev, de impresionante voz, potente y cálida, casi saliéndose de los límites de la sala de conferencias de la Fundación, preparada esta vez como teatro, sobre quien recae el peso de esta miniatura agradable y pulida, concebida como una joya rara.
Míticos fueron los cantantes que en origen defendieron esta partitura de Rimsky, Fiodor Chaliapin y Vassili Chkafier, por lo que la comparación con lo que se hace después es inevitable, y la responsabilidad, enorme. Apropiado desempeño Rafael Rivero como el asistente de Salieri y enterrador y Fran Parrado el mendigo ciego que toca el violín. Los vídeos provienen del trabajo de Celeste Carrasco. Gabriela Salaverri se ha hecho cargo de unos figurines elegantes y la escenografía es de Antonio Bartolo.

Mención aparte para Rita Cosentino y el perfume artístico con el que impregna toda la representación, reminiscencias inevitables tal vez de sus años de formación e inicio como regista en el Instituto Superior del Teatro Colón de Buenos Aires. Inteligentes y sensibles sus valoraciones psicológicas y filosóficas sobre la envidia. Y sobre la distancia que hay entre el deseo  y el instante en que se da “el paso” a otra dimensión, la del asesinato físico del ser odiado. La decisión nefasta que, según los psicólogos, transforma al ciudadano de a pie, simplemente mortificado, en un psicópata. Todas estas disquisiciones en el programa de mano, muy por encima del nivel de los que recibimos en los teatros habitualmente, responsabilidad aquí de la músicóloga Marina Frolova- Walker. Otro lujo y otro descubrimiento. Como la rueda de prensa, que presentó, en el teatro de La Zarzuela esta producción: dinámica, divertida y llena de anécdotas y comentarios, jugosos, como siempre por parte de los gestores y artistas.

Puede ser apropiado, dada la temática recurrente de la ópera de Rimsky-Pushkin, terminar citando unas palabras que Rita Cosentino escribió sabiamente en el programa de mano: “…Por eso la envidia es vinculante, es decir, convierte esa relación con el rival en un vínculo de amor-odio aterrador. “El otro siempre está inserto en el drama que me define”, decía Sartre…De ahí que sea erróneo pensar que el sufrimiento del envidioso termina cuando el otro, que es parte de su pesadilla, “desaparece”, sino que, por el contrario, sobreviene el colapso al comprobar que era la existencia de ese otro la que daba sentido a la contienda”.

Alicia Perris

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