MOZART Y ZALIERI, DE RIMSKY-KÓRSAKOV
Y ALEXANDER PUSHKIN, EN LA FUNDACIÓN JUAN MARCH DE MADRID, 26 DE ABRIL DE 2017
Escenas dramáticas de Nikolái Rimski-Kórsakov (1844-1908), dedicadas
por el compositor a Dargomiski, basadas en la obra teatral homónima de Aleksandr Pushkin.
Estreno, Teatro
Solodovnikov (Moscú), 7 de diciembre de 1898
Revisión del texto original
y traducción de Amelia Serraller Calvo
Dirección musical y piano,
Borja Mariño
Dirección de escena y de
arte, Rita Cosentino
Fotos: Archivo de la Fundación Juan March
Reparto
Salieri, Ivo Stánchev,
barítono.
Mozart, Pablo García López, tenor
Criado, asistente de
Salieri y enterrador, Rafael Rivero
Mendigo ciego violinista y
estudiante, Fran Parrado
Equipo Artístico
Movimiento escénico Rafael
Rivero
Diseño de escenografía
Antonio Bartolo
Diseño de vestuario Gabriela
Salaverri
Diseño de iluminación Fer
Lázaro
Edición musical Leipzig y
San Petersburgo, M. P. Belaïeff, 1898
Vídeo, Realizadora Celeste
Carrasco
Diseño de vídeo proyección
Yann-Loïc Lambert
Habrá funciones didácticas
y la representación del miércoles 26 se transmitió en directo por Radio Clásica
de RNE, en diferido por Catalunya Música y en streaming a través de
www.march.es/directo
Con esta propuesta se da
paso a la séptima edición del formato “Teatro Musical de Cámara”, iniciado en
2014 por la Fundación Juan March, con obras de pequeño formato destinadas a un
número reducido de intérpretes, que no suele tener cabida en los teatros de
ópera convencionales. Primero fue Cendrillon de Pauline Viardot y a este
proyecto se sumó el Teatro de la Zarzuela en 2015, con cinco nuevas
coproducciones: la recuperación moderna de Fantochines de Conrado del Campo
(marzo 2015), el programa doble Los dos ciegos de Francisco Barbieri y Une
éducation manquée de Emmanuel Chabrier (mayo 2015), la representación de una
Trilogía de tonadillas de Blas de Laserna hasta entonces inéditas (enero 2016),
el programa doble El pelele de Julio Gómez (recuperación moderna) y Mavra de
Igor Stravinsky (abril 2016); y Le cinesi ópera de salón en un acto, con música
de Manuel García y libreto de Pietro Metastasio (enero 2017).
Según las abundantes
anotaciones del programa de mano, El “Teatro Musical de Cámara” tiene, por
tanto, la vocación de recuperar para el público del siglo XXI, géneros de excepcional importancia para la
historia del teatro musical y de la cultura española que, sin embargo, han sido
marginados por el modo en el que los repertorios teatrales han quedado
institucionalizados. Para desarrollar este proyecto de teatro musical, el
habitual salón de actos de la Fundación Juan March se transforma en un pequeño
teatro.
La trama de Mozart y
Salieri se basa en la leyenda que acusa al compositor italiano de haber
asesinado a Mozart. Pese a haber sido desmentido por la investigación
musicológica, este mito no ha perdido vigencia. Buena prueba de ello es el
éxito de la película Amadeus (1984) de Miloš Forman, basada en este mismo tema.
Un clásico. Sea como fuere, cuentan que el público y las autoridades vienesas
de la época, le pagaron el talento a Mozart, con un enterramiento en una fosa
común.
Afincado en Viena, Antonio
Salieri (1750-1825) fue un compositor italiano, que consiguió importantes
éxitos operísticos, trabajó al servicio de la Corte Imperial y fue profesor de
Beethoven, Schubert, e incluso del hijo menor de Mozart. Salieri y Mozart
coincidieron en numerosas ocasiones, sin que existiera entre ellos más
rivalidad que la estrictamente profesional.
Considerado miembro
fundacional de la literatura rusa moderna, Aleksandr Pushkin (1799-1837), publicó
Mozart y Salieri en 1832. El sentimiento de la envidia, su poder a la vez
creativo y destructivo, es el tema central de la obra, que desde entonces ha
alimentado el mito de un Salieri a la vez asesino y atormentado.
Exponente clave del
nacionalismo ruso, Nikolái Rimski-Kórsakov (1844-1904) fue uno de los miembros
del Grupo de los Cinco y preconizaba una música genuinamente rusa, lejos de las
influencias europeas. Su producción operística alcanza la veintena de títulos,
caracterizada por la utilización de un recitativo derivado de la rítmica y la
acentuación propias de su idioma.
Rimski incluyó aquí citas
de Don Giovanni, Le nozze di Figaro y el Requiem de Mozart. En algunos pasajes
juega también a imitar su estilo y lo
contrapone con el que asocia a Salieri, más anticuado y sombrío.
Este tipo de creación
camerística tiene un rango que puede ir, desde el lujo indescriptible de la
música interpretada por ejemplo en el Teatro de la Ópera de Versalles, pasando
por teatros de corte de época, como el Manoel de Valetta, la capital de Malta y
a menudo se cae en el riesgo con estos intentos, de convertir los proyectos en
excesivamente modestos y simplistas, comparables a una mera función escolar.
Nada de esto ocurre en la
conjunción planetaria benéfica que lleva al teatro de la Zarzuela y La
Fundación March a forjar una propuesta elegante, sofisticada incluso, creando
la ilusión de un gran espacio escénico gracias a la dirección de arte, el
vestuario y las videoproyecciones.
En la responsabilidad de la
obra, acompañadas por el pianista Borja Mariño, buen cómplice, dúctil y
sensible, que imprime un color destacado al Steinway de la sala, destacan los
dos protagonistas, un joven Mozart, con un físico parecido al real o a la
figura evanescente y delicada que conserva nuestro inconsciente colectivo,
pelucón y traje del siglo XVIII, como los que todavía lucen los publicistas de
los teatros clásicos en las calles de Praga.
El tenor cordobés Pablo
García López da vida a este Mozart condenado a la muerte desde el minuto cero
de la primera parte (la obra tiene dos secciones en este caso), con una
ligereza vocal espléndida, buena afinación e instrumento bonito y una actuación
adecuada, aunque es Salieri, el que permanece más tiempo en el escenario. Es sobre
el barítono-bajo búlgaro, afincado en Madrid, Ivo Stánchev, de impresionante
voz, potente y cálida, casi saliéndose de los límites de la sala de conferencias
de la Fundación, preparada esta vez como teatro, sobre quien recae el peso de
esta miniatura agradable y pulida, concebida como una joya rara.
Míticos fueron los
cantantes que en origen defendieron esta partitura de Rimsky, Fiodor Chaliapin
y Vassili Chkafier, por lo que la comparación con lo que se hace después es
inevitable, y la responsabilidad, enorme. Apropiado desempeño Rafael Rivero
como el asistente de Salieri y enterrador y Fran Parrado el mendigo ciego que
toca el violín. Los vídeos provienen del trabajo de Celeste Carrasco. Gabriela
Salaverri se ha hecho cargo de unos figurines elegantes y la escenografía es de
Antonio Bartolo.
Mención aparte para Rita
Cosentino y el perfume artístico con el que impregna toda la representación,
reminiscencias inevitables tal vez de sus años de formación e inicio como
regista en el Instituto Superior del Teatro Colón de Buenos Aires. Inteligentes
y sensibles sus valoraciones psicológicas y filosóficas sobre la envidia. Y
sobre la distancia que hay entre el deseo
y el instante en que se da “el paso” a otra dimensión, la del asesinato
físico del ser odiado. La decisión nefasta que, según los psicólogos,
transforma al ciudadano de a pie, simplemente mortificado, en un psicópata.
Todas estas disquisiciones en el programa de mano, muy por encima del nivel de
los que recibimos en los teatros habitualmente, responsabilidad aquí de la
músicóloga Marina Frolova- Walker. Otro lujo y otro descubrimiento. Como la
rueda de prensa, que presentó, en el teatro de La Zarzuela esta producción:
dinámica, divertida y llena de anécdotas y comentarios, jugosos, como siempre
por parte de los gestores y artistas.
Puede ser apropiado, dada
la temática recurrente de la ópera de Rimsky-Pushkin, terminar citando unas
palabras que Rita Cosentino escribió sabiamente en el programa de mano: “…Por
eso la envidia es vinculante, es decir, convierte esa relación con el rival en
un vínculo de amor-odio aterrador. “El otro siempre está inserto en el drama
que me define”, decía Sartre…De ahí que sea erróneo pensar que el sufrimiento
del envidioso termina cuando el otro, que es parte de su pesadilla,
“desaparece”, sino que, por el contrario, sobreviene el colapso al comprobar
que era la existencia de ese otro la que daba sentido a la contienda”.
Alicia Perris
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