Una joya de la arquitectura
mameluca, a la vez cementerio y asentamiento chabolista, se convierte en
laboratorio creativo
FRANCISCO CARRIÓN El Cairo
Cae la tarde y los niños
corretean por las callejuelas, acostumbrados al paisaje de mausoleos y lápidas
que despunta a su alrededor. Millones de vivos habitan «la ciudad de los
muertos», un cementerio plantado sobre una árida llanura en el este de El Cairo
donde el bullicio acompaña siempre el descanso eterno. En el camino hacia el
complejo palaciego del sultán Al Ashraf Qaytbay, una joya de época mameluca del
siglo XV, las tapias y fachadas de las viviendas asaltan al transeúnte con una
imagen inesperada. Sobre los muros han crecido grafitis donde gatos y ratones
de mirada rabiosa libran batalla. «Son obra de Franek Mysza, una suerte de
Banksy polaco», explica su compatriota Agnieszka Dobrowolska, una arquitecta
que ha convertido un rincón del camposanto en un prometedor cuartel del arte
contemporáneo en la tierra de los faraones. «Es un proyecto que trata de
combinar la rehabilitación del patrimonio con el desarrollo social de las
personas que viven alrededor y la promoción de artistas internacionales y
locales», esboza la artífice de un experimento insólito en una zona degradada
de la capital egipcia, alejada de galerías y museos.
El epicentro de la aventura
es una de las estancias de un inmenso recinto funerario levantado por el
sultán, uno de los últimos monarcas mamelucos que reinó durante 29 años y dejó
un vasto legado de arte y arquitectura. En su geografía figuran, además, dos
sabil-kuttab -una fuente que albergaba, en una segunda planta, una escuela
coránica-; una mezquita; un edificio de habitaciones para peregrinos y
visitantes y el panteón de la familia del rey. Hace un año, con financiación de
la Unión Europea, el equipo de Dobrowolska sometió a un profundo lavado de cara
al maqad, la recepción del palacio y una de las ocho estancias del complejo
inicial construido en 1474 que aún permanecen en pie. «Cuando comenzamos la
renovación, esta plaza estaba llena de basura. La rehabilitación era un
objetivo pero no el único. Para conservar las estancias hay que reutilizar el
espacio. Reformarlo y cerrarlo hubiera dilapidado rápidamente el trabajo»,
advierte la arquitecta desde el patio de un monumento incluido en la lista de
patrimonio mundial de la Unesco.Desde hace meses, el páramo acoge talleres e
iniciativas artísticas. «El proyecto está cambiando la apariencia de la zona.
Los artistas que nos visitan son excelentes y hay mucho respeto mutuo», desliza
Ahmed Said, un fontanero que desde su nacimiento reside en un destartalado
edificio junto a la verja del complejo palaciego. «Estamos acercando la cultura
a quienes hasta ahora no habían tenido acceso a ella. Es una comunidad muy
desfavorecida de bajos ingresos», arguye la principal adalid de la
iniciativa.La última artista en recalar en este horizonte de panteones es la
alemana Claudia von Funcke, autora de una videoinstalación que yuxtapone
detalles de fachadas, calles, plazas, mezquitas, iglesias o estructuras de la
megalópolis cairota. «En Europa los cementerios son lugares silenciosos. Aquí,
en cambio, nada está muerto», confiesa.
http://www.elmundo.es/cultura/2017/04/10/58eb373422601d7e758b459e.html
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