MANUEL VICENT
La cruz del Valle de los
Caidos vista desde Guadarrama. JAIME VILLANUEVA
Realmente la Transición no
terminará mientras los huesos de Franco y los de José Antonio permanezcan en
ese panteón faraónico, pretencioso y macabro del Valle de los Caídos. Un chiste
anodino pronunciado en un programa de televisión sobre la enorme cruz hortera
de Cuelgamuros ha levantado una estúpida polvareda en los medios y ha movido
los posos de la justicia, lo que demuestra que ese monumento funerario, aunque
lleno de goteras, está cargado todavía de una energía maléfica y sigue siendo
el símbolo de la división ideológica de los españoles. Gran parte de la derecha
lo tiene como recuerdo sagrado; la izquierda lo odia profundamente por su cruel
significado de la tragedia colectiva de la Guerra Civil y las nuevas
generaciones, que no conocieron al tirano ni saben cómo se las gastaba,
comienzan a tomarlo como objeto de chanza y escarnio solo porque mola jugar a
zaherirlo y a este paso acabará convertido en una putrefacta ruina histórica a
merced de todas las bestialidades propias del estercolero de las redes
sociales. Los socialistas durante sus Gobiernos con mayoría absoluta no
tuvieron el coraje de levantar los huesos del dictador para entregarlos a la
familia, pero ese deber corresponde cumplirlo a la derecha porque solo así las
heridas de la guerra quedarían en verdad cicatrizadas. El dictador tiene bien
merecida una sepultura privada, esta vez realmente cristiana, para que duerma
el eterno olvido lejos de esa cruz que no es sino una proyección de su
impotencia, una forma ostentosa del complejo de castración, según algunos
psicoanalistas. Hoy es la fiesta de la resurrección. La primera lección que uno
debe aprender de este día es a salir del propio sepulcro, aunque cada uno
resucita como puede. Algunos lo hacen discretamente de madrugada sin que se
entere nadie. Así debería sacar la derecha a Franco de la tumba.
http://elpais.com/elpais/2017/04/13/opinion/1492084061_322990.html
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