Programa
Ludwig van Beethoven (1770 - 1827)
Concierto para piano núm. 5, op. 73,
“Emperador” (1809 - 1810)
I. Allegro
II. Adagio un poco moto
III. Rondo. Allegro
Gustav Mahler (1860 - 1911)
Sinfonía núm. 1, en re mayor, “Titán”
(1884 - 1888)
I. Langsam. Schleppend. Wie ein Naturlaut
- Im Anfang sehr gemächlich
II. Kräftig bewegt, doch nicht zu schnell
III. Feierlich und gemessen, ohne zu schleppen
IV. Stürmisch bewegt
Se está acercando lentamente el final de la temporada que La
Filarmónica contempla cada año en el Auditorio Nacional, celebrando esta los
diez años de actividad, en los que ha ido creciendo como organización,
identidad y esfuerzo en la salvaguarda de repertorios imaginativos aunque muy
asumibles y para disfrutar, a la vez que, como los clásicos de la Antigüedad,
“corrige las costumbres”, de su público, si no riendo, al menos con bonhomía y
paciencia. En estos años de trayectoria ha cambiado y su audiencia también con
ella. Siempre a mejor y en crescendo.
En esta ocasión, dos propuestas de relumbrón, Beethoven y Mahler, en su rostro más fino y depurado, potente, lúdico y solar, y para defenderlos, una formación disciplinada, flexible, con las virtudes de cualquier grupo alemán que sabe lo que es hacer música con elegancia, rigor y compartirla, la Orquesta Sinfónica de Düsseldorf al mando de Ádám Fischer como director, Elisabeth Leonskaja, al piano, como solista en el Emperador de Beethoven.
Este concierto n.º 5 en mi bemol mayor, Op. 73, fue el último para
piano del compositor Ludwig van Beethoven. Fue escrito entre 1809 y 1811 en
Viena y está dedicado a Rodolfo de Austria, protector y pupilo de Beethoven y
se estrenó el 28 de noviembre de 1811 en la Gewandhaus de Leipzig. El
sobrenombre de «Emperador» no fue asignado por el propio Beethoven sino por
Johann Baptist Cramer, el editor inglés del concierto.
La obra está concebida siguiendo la forma sonata, con tres temas, y
se inicia con una particular introducción. Los dos primeros temas son
introducidos por la orquesta en la exposición, pero al final de la segunda el
piano presenta un virtuoso y triunfante tercer tema. Beethoven usará este
recurso en más conciertos. La coda del movimiento es particularmente larga y
compleja. Con un segundo movimiento de un gran lirismo, probablemente el más
conocido de los tres, con un tema introducido por la orquesta, a lo que sigue
la exposición pianística. El tema se repite en tres ocasiones con distintas
variaciones y la coda termina introduciendo, lentamente, el tema principal del
tercer movimiento.
Este sigue ininterrumpidamente al segundo y es un típico rondó
italiano, de la forma (ABACABA). El tema principal es interpretado por el piano
y luego respondido por la orquesta. Escalas en el piano introducen el segundo
tema. En la sección C, mucho más larga, se presenta el tema A en tres
tonalidades diferentes.
“Una orquesta para Düsseldorf”: este es el objetivo de la Düsseldorfer Symphoniker. La orquesta
tiene un perfil poco común, puesto que actúa no solo en el Tonhalle, sino
también en el Deutsche Oper
am Rhein en Düsseldorf y en Duisburg. Ya en los años
1700, artistas reconocidos internacionalmente como Händel y Corelli colaboraron
ocasionalmente con la Orquesta de la Corte de Düsseldorf hasta que la corte se
disolvió. Un siglo más tarde, en 1818, la cultura orquestal se volvió a
introducir en Düsseldorf cuando se fundó la Sociedad Municipal de Música
(Städtischer Musikverein), atrayendo a músicos famosos como Mendelssohn y
Schumann para servir como directores.
A lo largo de las décadas siguientes se convirtió en una de las
orquestas más importantes del país. Al inicio de la temporada 2015, Ádám
Fischer ocupó el cargo de director principal.
Bajo su dirección artística y con Alpesh
Chauhan como director principal invitado, la Düsseldorfer
Symphoniker espera un futuro que esté a la altura de sus
reivindicaciones y su compromiso como "orquesta para Düsseldorf " en
el sentido más moderno.
En 2019, Ádám Fischer y la Düsseldorfer Symphoniker recibieron el premio de la BBC Music Magazine en la categoría "mejor grabación orquestal" en Londres. La grabación de la 1a Sinfonía de Gustav Mahler (Titán) fue descrita por los jueces como “brillantemente fresca”. En los últimos años, la Düsseldorfer Symphoniker ha celebrado un gran éxito giras de conciertos en España, Viena, Varsovia, Moscú, Tokio y Budapest, llevando la reputación de su ciudad como símbolo de cultura al mundo.
Ádám Fischer es un maestro de los que ya no abunda: faltan las
palabras para hacerle justicia, sensible, fascinante como transmisor de
belleza, con esos destellos de humildad que no le impiden hacerse con el alma
de sus músicos y también de los espectadores, hipnotizados por el influjo de la
magia de su música y su indescriptible
grandeza. E imprimirle a los compases unas cadencias, unos ligeros rubato, unos
diminuendo de academia y a la vez volátiles, refrescantes. Sus movimientos,
imparables, parece que boxea en sentido estricto con las notas y con las
partituras, que no utiliza, porque las sabe de memoria, y no le hacen falta,
así como las entradas de los músicos, las dinámicas, los escollos y los pasajes
de bravura de Beethoven o de Mahler. De riguroso frac, se olvida de una
vestimenta que no parece molestarle y flota y se vuelve evanescente, etéreo.
Cada compás es un descubrimiento. Gemelar también su relación con la solista, Leonskaja en el Emperador. La mira, la vuelve a mirar, no le quita ojo mientras la pianista se afianza, se instala en un teclado al que le dota de unas cualidades acariciadoras. De hecho, es difícil que la artista de origen ruso entre en el ámbito del forte, balancéandose con una delicadeza sublime entre la insinuación sonora de los pianissimi y los mezzopiano al mezzoforte. Así consigue un Beethoven lleno de “nuances” y dulcísimo.
Durante décadas, Elisabeth Leonskaja figura entre las pianistas más
célebres de nuestro tiempo. En un mundo dominado por los medios de
comunicación, se ha mantenido fiel a sí misma y a su música. Se dice que su
desarrollo musical fue moldeado e influenciado de forma decisiva por su
colaboración profesional con Richter. En 1978 se marchó de la Unión Soviética
para crear su nuevo hogar en Viena, donde ya había actuado varias veces.
Sigiloso el recorrido por las teclas, leve, con un sonido que nunca
llega al estruendo, aunque lo soliciten y lo esperen los oyentes, acostumbrados
tal vez a ejecuciones más rotundas, menos sutiles. Con un vestido blanco y
negro y una bata asimétrica negra también dándole movimiento al conjunto, la
solista no es proclive a la manifestación de sus emociones, ni interpretando,
con decisión y buena lectura de los fragmentos beethovenianos, ni siquiera
cuando se impone con una mano izquierda potente y bien desarrollada para la
oposición o el complemento sonoro. Hubo propina, y se retiró como sobrevolando
el escenario, sin ruido, sin alharacas, dejando tras de sí una estela de buen
gusto, contención y sobriedad. Un modelo.
En cuanto al adorable responsable de la orquesta, utiliza
regularmente su éxito y el amplio público internacional para transmitir
mensajes sobre la humanidad y la democracia. El premio de los Derechos Humanos
de la Tonhalle Düsseldorf que presenta cada año desde 2016
es un ejemplo de ello. Por su compromiso recibió, entre otros, el famoso Wolf
de la Fundación Wolf en Jerusalén y la Medalla de Oro en las Artes del Kennedy
Center, en Washington. Ha sido miembro del Comité de Derechos Humanos de
Helsinki durando más de veinte años.
Finalmente, Ádám Fischer es
miembro honorario del Musikverein für
Steiermark de Graz, ostenta el título honorífico austríaco de profesor y ha
recibido la Orden de Dannebrog de la reina de Dinamarca. Vive con su familia en
Hamburgo, Berlín y Budapest.
Hubo un gran lucimiento personal y de su orquesta con la Titán de Gustav Mahler, el compositor judío y vienés que vivió en la época dorada
de la “maladie viennoise” (Viena, fin de siglo…). La Sinfonía n.º 1 («Titán»)
en re mayor de Gustav Mahler fue terminada en 1888, un año antes de su estreno
en Budapest en 1889. Mahler empezó a trabajar en esta obra en 1884, cuando
tenía 24 años y el sobrenombre de “Titán” que le puso inicialmente a esta obra
proviene de una novela del escritor alemán Jean Paul Richter, aunque especificó
que la sinfonía no se basaba en absoluto en ella.
Primeramente, la obra fue concebida como un largo poema sinfónico
en cinco movimientos, en el que Mahler utilizó música procedente de su
abandonado proyecto de ópera Rübezahl y de la música incidental compuesta para
la obra teatral El trompeta de Säkkingen de Viktor Nessler, pero la partitura
no gustó ni a la crítica ni al público y a pesar de este rechazo primero
sobrevive y adopta la forma definitiva como Sinfonía en cuatro movimientos
después. Hoy en día, es una de las más apreciadas de Mahler, debido a su gran
riqueza melódica, y es interpretada con bastante frecuencia en las salas de
concierto.
En su primera obra sinfónica se encuentran ya algunos de los rasgos
más característicos del compositor, como el manejo expresivo de las formas
musicales, la utilización de fanfarrias y marchas militares, el empleo de
danzas de carácter popular, como el Landler austriaco ( algunos pasajes nos
recuerdan la degustación del vino nuevo en una “gastete” al aire libre de
Grinzing, en verano). Hay aquí un gran dominio de la orquestación, con el
empleo de efectos espectaculares, visuales y espaciales, realmente impactantes.
No falta en el corazón de la obra, la música klezmer o de reminiscencias
judías, como provenientes de un festejo en un stetl (pueblecito judío en la
zona de Europa oriental).
La sinfonía, de gran enjundia, como todas las de este autor, está
escrita originalmente para una gran orquesta sinfónica compuesta por,
aproximadamente, 100 músicos y consta de cuatro movimientos: comienza con una
introducción mágica y como de ensueño, tras la cual aparece un movimiento
rápido dominado por un tema alegre en la cuerda, que luego pasa a toda la
orquesta y que proviene de una de las Canciones de un camarada errante. Tras
una repetición de la introducción, aparece un tema nuevo en las trompas, que
conduce a un gigantesco clímax tras el que el movimiento concluye con una
alegría desenfrenada.
El segundo movimiento, Scherzo: Kräftig bewegt, doch nicht zu schnell
(Poderosamente agitato, pero no demasiado rápido), en re mayor basado en un
tema de Landler, de carácter popular, en compás de 3/4. A pesar de su
apariencia alegre y rústica, el movimiento se vuelve algo agitado en ocasiones.
La parte central, (trio) es más tranquila, y ofrece un momento de descanso
poético, aunque manteniendo el carácter de danza popular.
El tercer fragmento, Trauermarsch: Feierlich und gemessen, ohne zu schleppen (Marcha fúnebre: solemne y medida, pero sin pesantez) es una marcha fúnebre en re menor. Comienza con un solo de contrabajo que es una variación en modo menor del tema «Frère Jacques» (el popular «Campanero» al que se van incorporando diversos instrumentos. A continuación, aparece un tema de carácter nostálgico que procede de la música tradicional de Bohemia. La tristeza de la marcha fúnebre en la que alternan estos dos temas contrasta con pasajes grotescos en los que parece sonar una música de banda. El final, Stürmisch bewegt (Agitato), simboliza el tránsito de las tinieblas a la luz. Después de un último pasaje reflexivo, precedido anteriormente de vaivenes sentimentales, armónicos e interpretativos, se cierra con el triunfo definitivo y luminoso.
El maestro Fischer, al borde de la extenuación y el colapso físico,
todavía tuvo tiempo para un encore, la Danza Húngara no. 5 de Johannes Brahms,
diabólica, que desprendía chispas y electricidad, antes de que el concierto
culminara con la sala en pie (con el aforo completo) y las manifestaciones
jubilosas de un público que supo premiar a Leonskaja en primer lugar, a la
orquesta también y, por supuesto, -cómo no- a su irrepetible Maestro. ¡A toda
orquesta, avanti!
Alicia Perris
Fotos, Julio Serrano
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