viernes, 1 de abril de 2022

TEODOR CURRENTZIS. Y LA SINFÓNICA SWR DE STUTTGART, ELECTRIZANTE EXHIBICIÓN EN EL AUDITORIO NACIONAL DE MADRID. PARA LA FILARMÓNICA

La Filarmónica, Sociedad de Conciertos (10 años). Orquesta Sinfónica SWR de Stuttgart. Teodor Currentzis, director. Antoine Tamestit, viola, llamamiento musical por la paz y la concordia”. Auditorio nacional de Madrid, 30 de marzo, 2022.

Nota del compositor Oleksandr Shchetynsky

“Nuestro concierto no debe ser un gesto reconciliador o tranquilizador. Uno no puede venir a un evento pacífico de la mano del mal. El mal debe ser vencido a través del poder del espíritu, a través de una mente clara, a través de la humanidad, una conciencia limpia y la creencia en la victoria del bien. Lamentablemente, el arte no nos protege de los embates del mal. La belleza es incapaz de salvar al mundo, pero da fuerza a la humanidad y es la luz que vence a las tinieblas. Ese debe ser nuestro mensaje”.

Programa

Oleksandr Shchetynsky (1960)

Glosolalia para orquesta (1989)

Jörg Widmann (1973)

Concierto para viola y orquesta (2015)

I. Pizzicato. Molto rubato - Più mosso

II. Sehr Iangsam - Calmo

III. Poco vivo subito

IV. Toccata, Presto

V. Aria. Molto Adagio

Dmitri Shostakóvich (1906 - 1975)

Sinfonía núm. 5 en re menor op. 47 (1937)

I. Moderato

II. Allegretto

III. Largo

IV. Allegro non troppo

Orquesta Sinfónica SWR de Stuttgart

Teodor Currentzis, director

Antoine Tamestit, viola, llamamiento musical por la paz y la concordia”.

La primera parte del concierto comenzó con una obra de un compositor ucraniano, después de que se cambiara el programa pensado en primer término para esta gira del maestro Currentzis y la orquesta de la que es director. En efecto, Alexander Shchetynsky es un compositor ucraniano, que nació el 22 de junio de 1960 en Jarkov, (fuertemente bombardeada en la actual invasión rusa de Ucrania). Su corpus incluye composiciones en diversas formas que van desde solo instrumental hasta orquestales, piezas corales y óperas.

Glosolalia, para orquesta, es una composición de 1989, cuyo título, hace referencia a la idéntica expresión griega que significa el don de hablar idiomas. Con reminiscencias religiosas, en la fiesta de Pentecostés, “cuando súbitamente llegó un sonido del cielo como un fuerte viento... y aparecieron lenguas como el fuego que permitieron a los apóstoles hablar en distintos idiomas. Este hecho describe el episodio clave de la historia del cristianismo cuando éste se convirtió en una religión mundial”.

Glosolalia tiene un solo movimiento, como recuerda el programa de mano consultado y apreciado (ya que se trata de una obra poco escuchada o grabada), durante el cual se crea un clima que va originando una atmósfera sonora in crescendo que escala a un final impactante, para diluirse por fin en una sugerente sonoridad de campanas, todo envuelto en la escritura dodecafónica. Es notorio que estamos hablando en esta velada de tres compositores del siglo XX, del cual, solo tal vez Shostakóvich podría considerarse “clásico” (a su manera y descifrado el término a la manera convencional).

La obra obtuvo los Premios Principal y Especial en el Tercer Concurso Internacional de Compositores Kazimierz Serocki, Polonia, con un jurado que incluía figuras como Krzysztof Penderecki ( como presidente), Gunter Schuller, François-Bernard Mâche y Zygmund Krauze. El estreno de la partitura fue en 1990 en el Festival de Otoño de Varsovia y la interpetó el Conjunto de Cámara de la Filarmónica Báltica dirigido por Paweł Przytocki.

En cuanto al Concierto para viola y orquesta que siguió, del compositor Jörg Widmann fue el propio solista de esta convocatoria, Antoine  Tamestit quien lo encargó a este creador alemán. Se trata de una propuesta concebida en conjunto por solista y compositor, que se dio por finalizada en agosto de 2015, solo poco antes de su estreno.

Jörg Widmann (Múnich, 19 de junio de 1973) es un compositor, director y clarinetista alemán y en 2018 y el tercer compositor contemporáneo más interpretado. Al principio profesor de clarinete y composición en la Hochschule für Musik Freiburg, actualmente es profesor de composición en la Barenboim–Said Akademie. En 2017, el músico alemán se convirtió en director principal y artístico (2011-2017: director invitado principal) de la Irish Chamber Orchestra. Desde 2017, ocupa la cátedra Edward-Said como profesor de composición en la Barenboim-Said Akademie de Berlín y en 2018 fue galardonado con la Orden Bávara de Maximiliano para las ciencias y las artes. Sus composiciones más importantes son las dos óperas, Babylon y Das Gesicht im Spiegel, un oratorio Arche, sus cuartetos de cuerda y la obertura de concierto Con brio.

En este caso, como compositor también, se habla de una partitura donde no faltan las influencias de la música de Schumann, Brahms, Beethoven y Mozart, con una instrumentación particular y característica: solo cuatro violines, en la sección de cuerdas, tres violas, tres violonchelos y ocho contrabajos. Aparecen además en la paleta de colores dos arpas, un piano y una celesta. Nos encontramos ante una creación imaginativa y original: varias páginas de pizzicato para la viola solista en solitario, a quien responden el resto de las cuerdas y los vientos, utilizados como si fueran instrumentos de percusión.

Antoine Tamestit, el solista,  por su parte, (París, 11 de julio de1979) es un violista francés.

Hijo del violinista y compositor Gérard Tamestit, estudió en el Conservatorio de París en el curso de Jean Sulem. Fue después alumno de Jesse Levine y tocó en el Cuarteto de Tokio en la Universidad de Yale. Consiguió en el año 2000 el primer premio del Concurso internacional de violín Maurice Vieux, entre otros méritos, es miembro del « Trío Zimmerman » fundado en 2007 por el violonista Frank Peter Zimmermann. Antoine Tamestit toca una viola de Étienne Vatelot y desde 2008, un Stradivarius de 1672, el « Mahler », que es la primera viola del maestro italiano, prestado al músico por la fundación Suiza Habisreutinger Foundation.

Y así viene definida (los artistas que han dado origen a este proyecto plural no quieren dejar tampoco al azar cualquier tipo de interpretaciones ad hoc, por lo que abundan en anotaciones y citas): “Cuando cojo mi arco, se abre un nuevo mundo sonoro, el de la música del mundo. Se pueden escuchar sonidos de la India o de Asia (por ejemplo, en la flauta baja). La viola viaja por mundos imaginarios y el oyente quizás no sabe ubicar todos los sonidos exactamente, pero los distingue y hace volar su imaginación."

Cuando va llegando  la conclusión, como si tratara de un verdadero poema sinfónico, con emociones, sensaciones y climas más allá de la exclusiva notación musical, se avanza como en la pieza anterior hacia una atmósfera cargada de significado, la belleza, la evocación del dolor, la nostalgia y cierta tristeza, que, en realidad, aún a pesar de la brillantez de ciertos fragmentos, también en la sinfonía de Shostakóvich, nos acercan a una especie de duelo. Reminiscencias bachianas incluidas, que probablemente justificaran (si fuera necesario hacerlo), la elección de una propina del compositor barroco con la que el Maestro Currentzis y su orquesta consolaron a una audiencia entregada en aplausos, bravi y homenajes espontáneos, por la finalización de la velada.

Después de la pausa, el concierto terminó con la quinta sinfonía en re menor de Shostakóvich, atribulado y complicado personaje también en sus adhesiones políticas con respecto a los regímenes ruso o soviéticos, vilipendiado por muchos y considerado por otros como uno de los representantes más lúcidos y creativos del siglo XX.

Cuentan los expertos, que Shostakóvich se hizo famoso en los años iniciales de la Unión Soviética, con obras como su Primera Sinfonía o la ópera La nariz, que combinaban con gran originalidad la tradición rusa y las corrientes modernas procedentes de occidente. Tras un período inicial en el que parecen primar las influencias de Serguéi Prokófiev, Ígor Stravinski y Paul Hindemith, desarrolló un estilo híbrido del que es representativa su ópera Lady Macbeth de Mtsensk (1934). Posteriormente, derivó hacia uno posromántico, donde destaca la Quinta Sinfonía (1937), y en el que la influencia de Gustav Mahler se combina con la tradición musical rusa, con Modest Músorgski y Stravinski como referentes importantes. Integró todas esas influencias creando un estilo muy personal. Su música suele incluir contrastes agudos y elementos grotescos, con un componente rítmico muy destacado.

Y este caravansaray de sonidos, temperaturas, texturas y ritmos, es, entre otras cosas, lo que la Orquesta Sinfónica SWR de Stuttgart y su responsable, Teodor Currentzis (nombre que en griego significa “regalo de Dios”, por cierto), nos ofrecieron, como una droga, como un licor aromático y glorioso. En un encuentro que ha demostrado asimismo, cómo La Filarmónica ha sabido orientar en estos diez años a un público y una crítica al principio recelosos y dubitativos sobre sus capacidades de liderazgo y sus gustos, hacia una cada vez más sofisticada elección de músicos,( formaciones y solistas) y repertorio. Un gran trabajo, necesario de didáctica y pedagogías musicales en Madrid y sus posibles influencias.

Total y compacta la compenetración del maestro griego con su orquesta, un modelo de regeneración constante en el escenario. No hay nada estático ni pétreo en esta comunicación entre los propios instrumentistas, el director y el público. Fluye la sangre que agita todas las vísceras, el humor se acompasa al ritmo de los rubato, los anticlímax y los clímax se suceden en un despliegue descomunal que se declina en un diálogo electrizante, casi erótico, donde todos participan. Potente y relevante el concertino, sutiles las arpas, exacto el piano y los demás sectores, abundantes, lujosos,plenos.

Cómo se vive una función como esta, la apreciación que puede hacerse del todo, depende seguramente de la propia forma de estar en el mundo no solo del que ofrece, sino también del que recibe, como una ofrenda, un pedazo de luz en medio de la negrura de la guerra, los movimientos tectónicos geopolíticos y la sangre derramada, inútilmente escanciada de los inocentes que no cesa de ser derramada, en un ejercicio dramático y brutal de canibalismo humano. Un horror…

Así, la velada pudo resultar no solo un privilegio y un homenaje musical, sino además, la posibilidad de sublimar un estado de ánimo colectivo maltratado por tantas circunstancias adversas ocurridas en los últimos años (para los que sienten y padecen, no para las congeladas almas que habitan entre nosotros, claro). El concierto fue sonido, pero también una experiencia religiosa y muy física, pasional.

Para terminar, un encore,  perteneciente a la Cantata nº 147 de Bach, susurrada por algunos músicos de la orquesta, debajo de las mascarillas, como suelen hacer sus colegas de la Musikverein de Viena, en el Concierto de Año Nuevo. Currentzis, entre sudores por el esfuerzo titánico de una dirección casi coreografiada de su orquesta (gestos inspirados con las manos, uso de los zapatos para marcar, para reconducir, la cabeza hacia todas partes buscando una absoluta complicidad ya existente con sus músicos, estilizado y grácil siempre en el podio, desbordándolo) para favorecer el paroxismo que invadía la sala como una tormenta prodigiosa e incontrolable. Administrado en vena.

Había en todos los músicos, como en el comentario del compositor Alexander Shchetynsky anterior, una voluntad terapéutica y lenitiva que lograron imprimir a gran parte del público y como una plegaria tal vez inconsciente para que la Humanidad (representada aquí en los compositores y su legado de tres países implicados en guerras sangrientas) no se convierta inexorablemente en un lobo para la propia Humanidad. Thomas Hobbes en su obra El Leviatán (1651) dixit. Que así sea.

Alicia Perris

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