Collegium 1704 & Collegium Vocale 1704. Haendel y Zelenka: pirotecnia musical. FIVE, Festival Internacional de verano de El Escorial. Auditorio (de El Escorial), sala B. 24 de agosto, 2022.
Solistas: Deborah Cachet, soprano (Zelenka,
Händel). Pavla Radostová, soprano (Händel). Aneta Petrasová, alto (Zelenka).
Jonathan Mayenschein, alto (Händel). Tobias Hunger, tenor (Zelenka, Händel). Tomáš
Šelc, bajo (Zelenka, Händel).
Director: Václav Luks
Concierto pensado para una hora y cuarenta minutos, culminó en más de dos, debido al retraso del comienzo y el tiempo empleado por las afinaciones de los instrumentos, tan sufridos como los intérpretes por las altas temperaturas y la manifiesta sequedad del verano de la sierra de Madrid.
Se presentan la Orquesta
Barroca Collegium 1704 con cinco violines primeros, cuatro violines
segundos, tres violas, dos violonchelos, un contrabajo, órgano, tiorba, dos
oboes y un fagot y el Collegium Vocale 1704, de la República
Checa, con catorce cantantes, incluyendo los siete solistas. Música religiosa
en latín medieval litúrgico, compuesto por dos obras: el Dixit Dominus, de Georg Friedrich Haendel, y la Missa Omnium Santorum, del
compositor checo Jan Dismas Zelenka.
La orquesta barroca Collegium 1704 y el coro Collegium vocale 1704,
fueron fundados y dirigidos por el clavecinista checo Václav Luks, y como expresó el propio director a un medio
donostiarra, “es música que amamos”.
Uno de los objetivos de estas dos formaciones, además, es difundir la obra del
compositor checo Zelenka, que consideran no suficientemente conocido y
ejecutado en las regiones del sur de Europa.
Así, el doble programa que presentan en el FIVE de El Escorial, confronta
dos obras de carácter religioso, el salmo Dixit Dominus, una obra de juventud
de Haendel, terminada en 1707 en
Italia, donde se encontraba temporalmente. La pieza se estrenó en Roma en julio
de ese mismo año. En el catálogo de la obra del compositor alemán figura con el
número HWV 232 y el texto copia el salmo 110 del Libro de los Salmos. 34 años
después del estreno del Dixit Dominus, el compositor checo Jan Dismas Zelenka (1679-1745) escribió, en 1741, su Missa Omnium
Santorum para solista y orquesta. Es la última de las veintiuna que compuso.
La estructura de la obra, que alterna o combina coros y arias para
solistas (2 sopranos, contratenor, 2 tenores, bajo) para subrayar el contenido
emocional del salmo, la convierte en una especie de cantata sagrada en ocho
partes de compleja ejecución, lo que demuestra la maestría del director checo
al frente de sus músicos, que funcionan como un mecanismo de relojería suiza,
conjuntados, al unísono, destacando sin embargo cada cual en las partes que le
adjudican maestro y compositores.
Excelentes las cuerdas, todas, los tres instrumentos de viento,
afinadísimos, lo cual es raro en este tipo de producciones de música barroca,
con mecanismos y concepciones de época, compleja construcción melódica y
contrapuntística y la utilización del latín para compositores e intérpretes
pertenecientes a otras culturas del norte o del este europeos, que a menudo lo
desconocen o no lo estudian.
Con todo y con eso, se escuchaban con nitidez en la pronunciación, largas frases de las composiciones que los cantantes vocalizaban con esmero y valentía. Expresivos, dúctiles, versátiles y con gran gusto por su trabajo, estos estajanovistas en El Escorial dejaron encantados a un público que se lamentaba sin embargo de la arquitectura del edificio, vertical y complicado acceso salvo para atletas, edificado tres pisos subterráneos y muy empinado, más si cabe en esta sala B que en la más grande.
Lucido el trabajo de las sopranos y la mezzo, Deborah Cachet,
soprano (Zelenka, Händel). Pavla Radostová, soprano (Händel). Aneta Petrasová,
alto (Zelenka), vestidas en azul noche y negros, con escotes, sandalias y
tacones, ellos, Jonathan Mayenschein, alto (Händel). Tobias Hunger, tenor
(Zelenka, Händel). Tomáš Šelc, bajo (Zelenka, Händel), de oscuro con camisas
blancas, sin corbata y con botellas pequeñas de agua a mano para ayudar a una
emisión más fresca y relajada.
Destacable la coherencia de la labor vocal en las voces femeninas y
masculinas del coro y en los solistas, cuya relajación de pie y sentados,
esperando para cantar, hacía suponer un conocido control en la apertura y amplificación
de los espacios corporales, del fondo pélvico a la cabeza, que redundaba en
logros vocales adaptados a dos partituras de prueba para todos.
Muchos de los solistas esbozaban una amplia sonrisa al iniciar su
parte, consiguiendo además por esta vía, no solo conectar con la audiencia y
seducirla, llamando su atención, sino también la preparación de la máscara para
el esfuerzo sonoro. Así desarrollaban todos un fiato generoso, con una esclarecida
línea de canto, agudos y graves destacados aparentemente fáciles de emitir pero
peligrosos, en la profusión de agilidades y fiorituras, matizaciones cuidadas y
mucha expresividad.
Adecuada la acústica de la sala pequeña, con un público variopinto
típico del verano, en general muy vestidos y peinados para la ocasión, una
marca habitual de la zona, elegante y distinguida en general, aunque bastante
indisciplinado a la hora de sentarse y ocupar sus localidades. Pero que aplaudió
sin dudas el logro realizado por las dos agrupaciones, la instrumental y la
vocal, y un director absolutamente entregado y pendiente de todo y de todos,
extenuados pero eufóricos al final de la velada, después de haber ofrecido
además, bises con la repetición de dos
números del programa.
El resultado fue una música de campanillas, solar, esplendorosa,
que remite a una religiosidad sentida pero fulgurante y alegre, abierta al
mundo, en la línea de la tradición italiana o francesa. Con la idea de un
posible recrudecimiento de la guerra de Ucrania por la celebración del día de
su independencia, para algunos, este tipo de música resultó un lenitivo,
reconfortante y terapéutico. Como expresaba el último número de la Missa de
Zelenka, un desideratum muy loable: “Dona nobis pacem” (Danos la paz). Amen
(que así sea).
Alicia Perris
Foto 2, Julio Serrano
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