LLUÍS BASSETS
Donald Trump con
periodistas a bordo del Air Force One. KEVIN LAMARQUE REUTERS
La república que quería
Thomas Jefferson está bien viva. Mejor prensa sin gobierno que gobierno sin
prensa. Gobierno no lo hay, porque la Casa Blanca de Trump es cualquier cosa
menos un Gobierno, pero hay prensa, vaya si hay prensa, y es la prensa de siempre,
con la que no han podido las redes sociales en las que tan bien se mueven el
magnate inmobiliario y sus amigos.
Todo lo que se daba por
muerto ha resucitado. Nada como un buen libro o un extenso artículo frente a la
breve estupidez de ciertos mensajes, como son los tuits matutinos con los que
Trump pretende gobernar Estados Unidos y el mundo. Nada como la noticia
comprobada a través de cientos de conversaciones con las fuentes reservadas que
confían en el prestigio y en la autoridad de los buenos periodistas, frente a
los bulos, las noticias falsas o las fantasías narrativas que nos sumergen en
realidades paralelas.
Solo la osadía podía cortar
el nudo gordiano que se ha ido enmarañando alrededor de Trump, un presidente
megalómano, inepto, mentiroso, un peligro nacional e internacional, vigilado
por sus propios colaboradores. El mandoble que lo ha cortado ha sido doble: de
una parte el libro de Bob Woodward, el veterano héroe del Watergate, eficaz
recolector de los desastres presidenciales mediante más de 200 entrevistas con
altos funcionarios; de la otra, la tribuna sin firma de un destacado
colaborador presidencial, publicada por The New York Times en incumplimiento de
la norma de obligada identificación de la autoría de todos los artículos.
El cuadro que pintan el
libro y el artículo es el de un Donald Trump enloquecido, y permanentemente
vigilado en sus actuaciones y rectificado en sus efectos por el entero equipo
de sus colaboradores, auténticos resistentes contra el presidente y salvadores
de la administración y de los intereses estadounidenses frente al caos del
trumpismo.
Nada puede remediar el
efecto de los dos impactos. La desconfianza se ha instalado para siempre
alrededor del presidente maldito. Todos son sospechosos. El periodismo elitista
de The New York Times y de The Washington Post, a los que Trump denigra a
diario, le han doblado el espinazo. Woodward, 75 años, tres más que Trump, le
ha superado con creces, incluso en seguidores de Twitter. Es la venganza. De
Gutenberg, el papel, la imprenta, los textos largos, la verdad...
https://elpais.com/elpais/2018/09/07/opinion/1536341798_231715.html
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