La actriz Senta Soeneland
dando un discurso en el Berlín de Entreguerras. GIRCKE GETTY
ENRIC GONZÁLEZ
El escritor escocés Philip
Kerr falleció en marzo pasado, a los 62 años. Dejó una treintena de novelas,
entre ellas las 14 protagonizadas por un personaje singular llamado Bernie
Gunther. La gracia de esa espléndida serie reside en el contexto histórico: Gunther
es un policía socialdemócrata que se ve absorbido por el nazismo (era difícil
llevar la contraria a tipos como Himmler y Heydrich) y, manteniendo una cierta
dignidad personal, trabaja para un régimen asesino. El policía nunca deja de
añorar el violento, libérrimo y divertido Berlín de la República de Weimar, el
régimen democrático que nació tras la derrota alemana en la Primera Guerra
Mundial y murió con el ascenso al poder de Adolf Hitler.
Lo que denominamos
República de Weimar es difícilmente repetible. Catástrofe militar, golpismo
comunista, hiperinflación seguida de deflación, terrorismo y caos social: una
época espantosa que dio paso a algo aún más espantoso. Una de sus
características esenciales, sin embargo, fue la incompatibilidad absoluta de
las dos opciones políticas más dinámicas, aunque no mayoritarias. Algo no muy
distinto a lo que vivió España en los mismos años. Cuando el diálogo resulta
imposible, no queda otra opción que suprimir al adversario.
En la República de Weimar,
las fuerzas democráticas, en especial los socialdemócratas, se vieron
aplastadas por la presión de las fuerzas antisistema: los nacionalistas (luego
nazis) desde la derecha, los comunistas desde la izquierda. Cuando la situación
se hizo insostenible, los socialdemócratas buscaron el apoyo de los
nacionalistas para mantener el orden. Y, por supuesto, fueron engullidos.
La historia nunca se
repite. Ni según la fórmula marxista (primero como tragedia, luego como farsa),
ni según ninguna otra. Pero algunos fenómenos se parecen a lo largo de los
siglos. Fijémonos en Italia, tradicional precursora: está gobernada por dos
fuerzas antisistema, el vagamente anarcoide Movimiento 5 Estrellas y la
ultraderechista Lega, con predominio político de la segunda (minoritaria), y
los partidos tradicionales se han visto reducidos a casi nada. Pensemos en
Brasil: es probable que los electores tengan que elegir entre el izquierdista
Partido de los Trabajadores (ya con experiencia de gobierno) y el
ultraderechista Partido Social Liberal de Jair Bolsonaro, de apariencia
temible.
El sentido común, el más
maleable y manipulable de todos los sentidos, dice que esto no nos pasará a
nosotros. Bueno. ¿Y en Francia? Existe la posibilidad de que Emmanuel Macron,
mucho más popular en el extranjero que en su propio país, sufra un desgaste
parecido al de su antecesor, François Hollande. ¿Y si el 8 de abril de 2022
descubriéramos que la segunda vuelta presidencial se disputará entre Marine Le
Pen y el populista de izquierdas Jean-Luc Mélenchon? Difícil, sí. Vista la
evolución de las cosas, no imposible.
El policía socialdemócrata
Bernie Gunther no logró comprender que unos asesinos (ya eran matones
callejeros y criminales peligrosos antes de 1933) hubieran alcanzado el poder
absoluto en la culta Alemania. Pero la cultura no cuenta para estas cosas.
Escritores de la talla de Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato elogiaron en su
momento al sanguinario general Videla. La hipótesis de Weimar suena
inverosímil. Bien mirada, la historia acostumbra a serlo.
https://elpais.com/elpais/2018/09/21/opinion/1537542412_590398.html
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