El
compositor polaco explica cómo encontró refugio en la música sacra
Krzysztof Penderecki, con la Orquesta Filarmónica
de Israel. FINBARR O'REILLY REUTERS
La música es forma, para Krysztof Penderecki (Debica,
Polonia, 1933). Pero no por eso debe convertirse en una cárcel, una jaula donde
múltiples sonidos no encuentren el aire que desate esa mágica punzada de
emociones sin nombre en quienes la escuchan. “Es forma creativa…”, asegura,
“pero antes de abordar una pieza, sea grande o pequeña, necesito tener clara su
arquitectura”.
Habla de un edificio o un pathos de
ingeniería que rija los cauces y las corrientes por donde se deslizan las
notas. Eso es lo que durante dos semanas comprueban en Santander quienes estos días –hasta el 26 de julio,
mezclando alumnos y maestros en escena- acuden a los Encuentros de Música y Academia,
organizados por la Fundación Albéniz, con
el gran compositor polaco como figura residente.
En medio del apocalipsis, devastada
la Europa sangrante tras la Segunda Guerra Mundial y entregada al
frío del comunismo, el joven Penderecki encontró su refugio en la música sacra.
Entre réquiems, cantatas, corales y oratorios –con espacio también para obras
de cámara- fue labrándose un camino que tuvo un antes y un después en su obra La
Pasión según san Lucas (1963-1966). Supuso su consagración. “Marcó
claramente toda mi línea posterior hasta hoy porque en la música religiosa
encontraba una manera de desarrollar mi pasión por la voz humana”.
Exploró además la música de cine,
pero se volcó ante todo, con las sinfonías. Y tuvo gran mérito por ello. Porque
después de Mahler y de Shostakóvich, una nada desdeñable cifra de
creadores no se atrevían con un género que aquellos dos genios habían llevado
al límite. “Aun así, creo ya con 83 años que he encontrado en él un estilo
propio”, afirma Penderecki. “Pero, claramente, soy el último mohicano de las
sinfonías”.
No quiere pasar de nueve. “Creo que
además da mala suerte. Beethovenhizo esa cifra. Dvorák, también. Me
parece peligroso cruzar el umbral, ir más allá. Mahler, digamos que compuso
nueve y media y ya saben lo que pasó. Que murió en el intento de su décima”. Él
lleva ya ocho, aunque debe terminar la Sexta antes de afrontar la que anuncia
será su última sinfonía: la novena. “Creo que tendré fuerzas para ello”,
anuncia. Demuestra así que sigue confiando en el poder de dicha forma como
construcción aristocrática dentro de la invención musical. “Sólo creen que ha
muerto la sinfonía los malos compositores”.
En Santander ha dejado patente que
le sobran energías para redondear su legado. Ha dirigido ya algún concierto con
sus obras y no hay día que no trabaje un poco sobre lo que va componiendo.
“Siempre llevo algo conmigo”. Ahora, por ejemplo, una pieza encargada por el
Gobierno húngaro, uno de los más díscolos de la Unión Europea, el presidido por
el xenófobo Viktor Orbán, para conmemorar la
resistencia en 1956, hace 60 años, al yugo soviético. “También en mi país
estamos respirando un ambiente raro”, afirma Penderecki. “Solo espero que ojalá
no me vea obligado a componer un réquiem por Europa. La democracia, en tiempos difíciles,
se resiente. Y estos son tiempos complicados para todos”, comenta el músico.
A malas, ese sería su quinto
réquiem. Penderecki lleva cuatro. No todos etiquetados como tales, pero sí
considerados por él dentro de ese género, caso del Dies Irae (Aushwitz
Oratorio), cuya máxima expresión en vivo pudo experimentar su autor hace
dos años en Bélgica. “Fue en una gran iglesia, con 1.400 músicos”, asegura.
Todo un sueño de grandeza hecho realidad tímbrica.
A lo largo de sesenta años,
Penderecki se ha convertido en uno de los creadores de vanguardia con más
inspiración religiosa. Su identidad está marcada por una compleja
trascendencia. Ha aunado los mundos de la sacralidad y la ruptura formal con
una natural y asombrosa audacia. Desde muy pronto supo entroncar aBach con John Cage o Pierre Boulez, sin que ninguno de ellos se
le tirara demasiado a la yugular.
Pero Penderecki no podía renunciar
a sus raíces: “Las de un niño nacido en un pueblo católico, en medio de una
familia católica, que de alguna manera muy personal sigue siendo católico. Tuve
algunos problemas de fe en el pasado, pero ahora he vuelto a
ese origen”, confiesa.
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/07/14/actualidad/1468522316_331758.html
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