martes, 15 de octubre de 2019

EL BOOM DE LA DISTOPÍA: POR QUÉ NOS GUSTA IMAGINAR UN FUTURO CATASTRÓFICO


REBECA YANKE



Carteles de películas de trama distópica: de 'Metrópolis' a 'El planeta de los simios'.

El miedo que inspiró 'Un mundo feliz' o '1984' se multiplica en 'Black Mirror' o 'Years and years', alegorías de una sociedad a la que ya le cuesta distinguir entre ficción y realidad
Año 2020: un hombre se despierta y está solo. Hay un espejo negro que nos recuerda lo que la tecnología hizo con nosotros. En diciembre nació el último niño. Las mujeres se han convertido en sistemas reproductivos. A veces, soñamos con el Lejano Oeste. O con que los nazis se quedaron Nueva York... pero eso tal vez fuera una serie. De vuelta de todo, nuestra sociedad globalizada no para de generar y consumir productos culturales distópicos, en los que se recrea un futuro catastrófico. No sólo en las series, también en los libros y hasta en los discos.

Superada la época de los vampiros adolescentes, los más jóvenes se sumergen hoy en sagas literarias distópicas -El corredor del laberinto, Los juegos del hambre, El piso mil, Divergente, Trilogía Glow...-, además de en sus correspondientes versiones fílmicas. Mientras, los adultos hacen lo mismo con novelas y series que imaginan futuros en los que la Humanidad se toma el pulso; un pliegue histórico en el que los conceptos sobre los que se sostenía tradicionalmente la distopía -los peligros del totalitarismo y el capitalismo, el control social, la amenaza nuclear- han ido mutando a medida que se adentraba el Tercer Milenio. Como nosotros.

Por eso algo no parece lo de siempre. No es éste, en efecto, el siglo XX. Hace ya mucho de los clásicos del género como Un mundo feliz; mucho hemos vivido desde 1984; Blade Runner es un meme; Minority report, una chorrada comparada con Black Mirror; nos cuesta creer que algo pueda sorprendernos y, a la vez, nos sorprende. De vuelta de todo, hasta la distopía está tan pasada de rosca que se puede hablar ya de una metadistopía que, además, se acerca peligrosamente a la realidad. O la invade.

Se plasma en series como la británica Years and years, estrenada poco antes de que Boris Johnson llegara al poder y que describe un terreno político dominado por individuos que no parecen respetar las reglas del juego democrático. También se observa en la música, donde algunas corrientes "se centran en generar atmósferas sonoras distópicas, a veces recreando bandas sonoras de cine de ciencia-ficción" y otras veces "elaborando paisajes sónicos a partir de sonidos corporativos; una melodía del hiperconsumo", apunta el novelista Eloy Fernández Porta.

La literatura tampoco es ajena a la tendencia: Las máquinas y yo (Anagrama), de Ian McEwan, publicada en septiembre, aborda los límites éticos de la inteligencia artificial. Entre los escritores patrios, destacan República luminosa, de Andrés Barba, (Premio Herralde de novela 2017), Homo Lubitz (Seix Barral) de Ricardo Menéndez Salmón, Redención (Premio Alfaguara 2017), de Ray Loriga y Revolución (Anagrama), de Juan Francisco Ferré, publicada en mayo. Un torrente de narrativas que retuercen o tensan nuestras realidades cotidianas desde imaginarios diversos.
"Ambiente y ficciones trabajan juntos, retroalimentándose, en el dibujo de un panorama sombrío, un futuro que nos parece un tiempo no habitable", dice el escritor mallorquín Agustín Fernández Mallo, para quien, sin embargo, aunque turbio, el escenario resulta atractivo. "Ninguna distopía se cumple, como tampoco se cumple ninguna utopía", sosiega Mallo. "Pero lo interesante es lo que van dejando por el camino, sus restos, sus residuos, su basura, que podemos reciclar para pensar cómo es la sociedad en un momento dado, no cómo será, ya que el futuro es literalmente incognoscible".

De vuelta de todo también, el poeta Ángel González una vez escribió que sólo una resurrección podría sorprenderle; ninguna muerte. Y en una sociedad global tan desencantada como en esos versos no sirve "el pensamiento helénico ni el cristiano, que decían que partimos de un origen común y caminamos juntos hacia un destino común", prosigue Mallo. "Lo antiguo, el pasado, de pronto ya no nos sirve, somos incapaces de detectar en ese pasado algo que rescatar para que venga a ayudarnos a gestionar nuestra realidad de hoy y, por otro lado, existe una desconfianza total respecto al futuro. Esa colisión no puede dar sino lugar a la recreación en las distopías".

Somos incapaces de detectar en ese pasado algo que venga a ayudarnos a gestionar nuestra realidad de hoy
AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO, ESCRITOR

En el espejo negro imagen y representación se funden mientras nosotros intentamos elegir qué ver en Netflix, instante del día que se relaciona incluso con el descanso, con el fin de la jornada, el premio antes de dormir. "El mundo de hoy es complicado y amenazante, nos bombardean con titulares", reflexiona el psicólogo José Carrión. "En esa situación, la distopía funciona como sedante".

Temporada tras temporada, saga tras saga, el género distópico nos mide el lomo y da cuenta de nuestra ansiedad mientras refleja también nuestra realidad. ¿Qué dice de nosotros tanto feedback distópico? Considera Carrión, que opera en el Gabinete Cinteco, en Madrid, que "la vida actual nos mantiene en estado de alerta permanente, con la sensación física de que algo importante va a ocurrir en cualquier momento".

Se acuerda de cuando las familias se reunían a las tres de la tarde en torno a unas lentejas para ver el informativo. Todos llegan saciados de información a la mesa de hoy. Vivir pensando que algo malo nos espera a la vuelta de la esquina es, desde la psicología, gasolina para la ansiedad.
Acostumbrados a vivir de sobresalto en sobresalto, "del cambio climático al procés, de la falta de gobierno a lo que pasa en China con Hong Kong... percibimos el día a día como una amenaza" y esto, advierte Carrión, "es una distorsión". Pero cómo enterarse con tantas cosas encendidas, tantos riesgos nuevos, tanta velocidad, coche eléctrico, dieta keto y luego mindfulness y la story del día en Instagram, hoy quizá desde el ascensor. Entre tanto de todo no se percibe el apocalipsis. Vemos La Patrulla X, pero tenemos poco de superhéroes.

Hubo otras épocas. Tradicionalmente, "las utopías se concebían en los malos tiempos y las distopías en los buenos", analiza el intelectual Santiago Alba Rico. "Porque nos gusta imaginar lo contrario de lo que vivimos, pero nuestros tiempos son todo lo contrario de buenos".

No tengo conocimiento de series distópicas basadas en el asunto de la inmigración. ¿Será porque la política y los medios de comunicación tienen el monopolio de este tema?
 FABRIZIO ANDREELLA, ESCRITOR

Aparece entonces una constante: la distopía como advertencia. En el siglo XX aprendimos que no había esperanza en la ideología y, en el XXI, comenzamos a atisbar que la tecnología tornó en ideología y que no hemos mejorado como seres humanos. "Nos resulta más fácil imaginarnos como zombis alelados por el consumo y amenazados por la destrucción del planeta que como seres liberados de cualquier régimen de explotación y alienación económica", piensa Juan Francisco Ferré que, en su Revolución escribe sobre una secta obsesionada con los niños con autismo, con una sociedad que mitifica la inteligencia.

En este camino en el que distopía parece ir derivando de posible futuro a realidad acuciante, Alba Rico sueña que un valiente cambia la tendencia y escribe la novela, o la serie, del "hombre bueno del siglo XXI". Mientras el escritor italiano Fabrizio Andreella reflexiona entre la ironía y el pesimismo para advertir de lo que falta: "No tengo conocimiento de series distópicas basadas en el asunto de la inmigración. ¿Será porque la política y los medios de comunicación tienen el monopolio de este tema? Generamos productos basados en una realidad extrema porque la realidad cotidiana es horriblemente plana, mediocre, aburrida, triste para muchos consumidores de infotainment. Necesitamos emociones fuertes generadas por representaciones de la vida peor de la que vivimos que reemplazan la falta enorme de amor con la intensidad de su contrario, un exorcismo que nos aleja de la representación".

En otras palabras más sencillas lo dice Carrión: "La gente no quiere estar triste pero las emociones no se pueden extirpar". Y habla de una adolescencia softy, la actual, que opera ya desde un pensamiento distópico en la vida real y que, ante la adversidad, responde con un soliloquio no se sabe si retórico o sarcástico: "¿Y ahora que hago, me mato?". Como si hubiéramos asumido el apocalipsis y si hay que morir, se muere. Una forma de entender la vida, sin embargo, que recuerda más que a la Edad Media que al Tercer Milenio.

En octubre de 2019, innovación, información, conocimiento y tecnología son mantras. La cuestión, ahora, es cómo nos afectan y para qué sirve tanta distopía alrededor de ellas. "Mayor información redunda en mayor sensación apocalíptica", advierte Carrión. Es lo que Andreella llama consumo espectacularizado de la realidad, la necesidad de emociones fuertes que nos permitan sobrevivir en un escenario que no se parece en nada al de hace tres décadas y en el que "la distopía es la condición de la realidad filtrada por los medios, tanto sociales como tradicionales". Y añade: "Las distopías del siglo XX nacían de la percepción de un riesgo real, las de hoy de que no sabemos donde ir, que estamos perdidos".

La parte buena, dice el italiano, es que al ser conscientes de todo eso, cualquier producto mediatizado puede ser un elemento de reflexión y de liberación interior: "Como leer este artículo, quedando en silencio, sin teclear de inmediato nuestro odio genérico en comentarios inútiles al debate pero sí útiles al desahogo de la insatisfacción existencial".

La metadistopía, al final, como terapia. El psicólogo Carrión cuenta que ahora está viendo SS-GB, una miniserie en la que se narra la ocupación nazi de Reino Unido. Ahora ya puede ir a ver Black Mirror tranquilo. El espejo negro es uno más en casa

https://www.elmundo.es/papel/cultura/2019/10/15/5da49878fc6c8354538b45ca.html

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