REBECA YANKE
Carteles de
películas de trama distópica: de 'Metrópolis' a 'El planeta de los simios'.
El miedo que inspiró 'Un mundo feliz' o '1984' se multiplica en
'Black Mirror' o 'Years and years', alegorías de una sociedad a la que ya le
cuesta distinguir entre ficción y realidad
Año 2020: un hombre se despierta y está solo. Hay un espejo negro
que nos recuerda lo que la tecnología hizo con nosotros. En diciembre nació el
último niño. Las mujeres se han convertido en sistemas reproductivos. A veces,
soñamos con el Lejano Oeste. O con que los nazis se quedaron Nueva York... pero
eso tal vez fuera una serie. De vuelta de todo, nuestra sociedad globalizada no
para de generar y consumir productos culturales distópicos, en los que se
recrea un futuro catastrófico. No sólo en las series, también en los libros y
hasta en los discos.
Superada la época de los vampiros adolescentes, los más jóvenes se
sumergen hoy en sagas literarias distópicas -El corredor del laberinto, Los
juegos del hambre, El piso mil, Divergente, Trilogía Glow...-, además de en sus
correspondientes versiones fílmicas. Mientras, los adultos hacen lo mismo con
novelas y series que imaginan futuros en los que la Humanidad se toma el pulso;
un pliegue histórico en el que los conceptos sobre los que se sostenía
tradicionalmente la distopía -los peligros del totalitarismo y el capitalismo,
el control social, la amenaza nuclear- han ido mutando a medida que se
adentraba el Tercer Milenio. Como nosotros.
Por eso algo no parece lo de siempre. No es éste, en efecto, el
siglo XX. Hace ya mucho de los clásicos del género como Un mundo feliz; mucho
hemos vivido desde 1984; Blade Runner es un meme; Minority report, una chorrada
comparada con Black Mirror; nos cuesta creer que algo pueda sorprendernos y, a
la vez, nos sorprende. De vuelta de todo, hasta la distopía está tan pasada de
rosca que se puede hablar ya de una metadistopía que, además, se acerca
peligrosamente a la realidad. O la invade.
Se plasma en series como la británica Years and years, estrenada
poco antes de que Boris Johnson llegara al poder y que describe un terreno
político dominado por individuos que no parecen respetar las reglas del juego
democrático. También se observa en la música, donde algunas corrientes "se
centran en generar atmósferas sonoras distópicas, a veces recreando bandas
sonoras de cine de ciencia-ficción" y otras veces "elaborando
paisajes sónicos a partir de sonidos corporativos; una melodía del
hiperconsumo", apunta el novelista Eloy Fernández Porta.
La literatura tampoco es ajena a la tendencia: Las máquinas y yo
(Anagrama), de Ian McEwan, publicada en septiembre, aborda los límites éticos
de la inteligencia artificial. Entre los escritores patrios, destacan República
luminosa, de Andrés Barba, (Premio Herralde de novela 2017), Homo Lubitz (Seix
Barral) de Ricardo Menéndez Salmón, Redención (Premio Alfaguara 2017), de Ray
Loriga y Revolución (Anagrama), de Juan Francisco Ferré, publicada en mayo. Un
torrente de narrativas que retuercen o tensan nuestras realidades cotidianas
desde imaginarios diversos.
"Ambiente y ficciones trabajan juntos, retroalimentándose, en
el dibujo de un panorama sombrío, un futuro que nos parece un tiempo no
habitable", dice el escritor mallorquín Agustín Fernández Mallo, para
quien, sin embargo, aunque turbio, el escenario resulta atractivo.
"Ninguna distopía se cumple, como tampoco se cumple ninguna utopía",
sosiega Mallo. "Pero lo interesante es lo que van dejando por el camino,
sus restos, sus residuos, su basura, que podemos reciclar para pensar cómo es
la sociedad en un momento dado, no cómo será, ya que el futuro es literalmente
incognoscible".
De vuelta de todo también, el poeta Ángel González una vez escribió
que sólo una resurrección podría sorprenderle; ninguna muerte. Y en una sociedad
global tan desencantada como en esos versos no sirve "el pensamiento
helénico ni el cristiano, que decían que partimos de un origen común y
caminamos juntos hacia un destino común", prosigue Mallo. "Lo
antiguo, el pasado, de pronto ya no nos sirve, somos incapaces de detectar en
ese pasado algo que rescatar para que venga a ayudarnos a gestionar nuestra
realidad de hoy y, por otro lado, existe una desconfianza total respecto al
futuro. Esa colisión no puede dar sino lugar a la recreación en las distopías".
Somos incapaces de
detectar en ese pasado algo que venga a ayudarnos a gestionar nuestra realidad
de hoy
AGUSTÍN FERNÁNDEZ
MALLO, ESCRITOR
En el espejo negro imagen y representación se funden mientras
nosotros intentamos elegir qué ver en Netflix, instante del día que se
relaciona incluso con el descanso, con el fin de la jornada, el premio antes de
dormir. "El mundo de hoy es complicado y amenazante, nos bombardean con
titulares", reflexiona el psicólogo José Carrión. "En esa situación,
la distopía funciona como sedante".
Temporada tras temporada, saga tras saga, el género distópico nos
mide el lomo y da cuenta de nuestra ansiedad mientras refleja también nuestra
realidad. ¿Qué dice de nosotros tanto feedback distópico? Considera Carrión,
que opera en el Gabinete Cinteco, en Madrid, que "la vida actual nos
mantiene en estado de alerta permanente, con la sensación física de que algo importante
va a ocurrir en cualquier momento".
Se acuerda de cuando las familias se reunían a las tres de la tarde
en torno a unas lentejas para ver el informativo. Todos llegan saciados de
información a la mesa de hoy. Vivir pensando que algo malo nos espera a la
vuelta de la esquina es, desde la psicología, gasolina para la ansiedad.
Acostumbrados a vivir de sobresalto en sobresalto, "del cambio
climático al procés, de la falta de gobierno a lo que pasa en China con Hong
Kong... percibimos el día a día como una amenaza" y esto, advierte
Carrión, "es una distorsión". Pero cómo enterarse con tantas cosas
encendidas, tantos riesgos nuevos, tanta velocidad, coche eléctrico, dieta keto
y luego mindfulness y la story del día en Instagram, hoy quizá desde el
ascensor. Entre tanto de todo no se percibe el apocalipsis. Vemos La Patrulla
X, pero tenemos poco de superhéroes.
Hubo otras épocas. Tradicionalmente, "las utopías se concebían
en los malos tiempos y las distopías en los buenos", analiza el
intelectual Santiago Alba Rico. "Porque nos gusta imaginar lo contrario de
lo que vivimos, pero nuestros tiempos son todo lo contrario de buenos".
No tengo conocimiento de series distópicas basadas en el asunto de
la inmigración. ¿Será porque la política y los medios de comunicación tienen el
monopolio de este tema?
Aparece entonces una constante: la distopía como advertencia. En el
siglo XX aprendimos que no había esperanza en la ideología y, en el XXI,
comenzamos a atisbar que la tecnología tornó en ideología y que no hemos
mejorado como seres humanos. "Nos resulta más fácil imaginarnos como
zombis alelados por el consumo y amenazados por la destrucción del planeta que
como seres liberados de cualquier régimen de explotación y alienación
económica", piensa Juan Francisco Ferré que, en su Revolución escribe sobre
una secta obsesionada con los niños con autismo, con una sociedad que mitifica
la inteligencia.
En este camino en el que distopía parece ir derivando de posible
futuro a realidad acuciante, Alba Rico sueña que un valiente cambia la
tendencia y escribe la novela, o la serie, del "hombre bueno del siglo
XXI". Mientras el escritor italiano Fabrizio Andreella reflexiona entre la
ironía y el pesimismo para advertir de lo que falta: "No tengo
conocimiento de series distópicas basadas en el asunto de la inmigración. ¿Será
porque la política y los medios de comunicación tienen el monopolio de este
tema? Generamos productos basados en una realidad extrema porque la realidad
cotidiana es horriblemente plana, mediocre, aburrida, triste para muchos
consumidores de infotainment. Necesitamos emociones fuertes generadas por
representaciones de la vida peor de la que vivimos que reemplazan la falta
enorme de amor con la intensidad de su contrario, un exorcismo que nos aleja de
la representación".
En otras palabras más sencillas lo dice Carrión: "La gente no
quiere estar triste pero las emociones no se pueden extirpar". Y habla de
una adolescencia softy, la actual, que opera ya desde un pensamiento distópico
en la vida real y que, ante la adversidad, responde con un soliloquio no se
sabe si retórico o sarcástico: "¿Y ahora que hago, me mato?". Como si
hubiéramos asumido el apocalipsis y si hay que morir, se muere. Una forma de
entender la vida, sin embargo, que recuerda más que a la Edad Media que al
Tercer Milenio.
En octubre de 2019, innovación, información, conocimiento y
tecnología son mantras. La cuestión, ahora, es cómo nos afectan y para qué
sirve tanta distopía alrededor de ellas. "Mayor información redunda en
mayor sensación apocalíptica", advierte Carrión. Es lo que Andreella llama
consumo espectacularizado de la realidad, la necesidad de emociones fuertes que
nos permitan sobrevivir en un escenario que no se parece en nada al de hace
tres décadas y en el que "la distopía es la condición de la realidad
filtrada por los medios, tanto sociales como tradicionales". Y añade:
"Las distopías del siglo XX nacían de la percepción de un riesgo real, las
de hoy de que no sabemos donde ir, que estamos perdidos".
La parte buena, dice el italiano, es que al ser conscientes de todo
eso, cualquier producto mediatizado puede ser un elemento de reflexión y de
liberación interior: "Como leer este artículo, quedando en silencio, sin
teclear de inmediato nuestro odio genérico en comentarios inútiles al debate
pero sí útiles al desahogo de la insatisfacción existencial".
La metadistopía, al final, como terapia. El psicólogo Carrión
cuenta que ahora está viendo SS-GB, una miniserie en la que se narra la
ocupación nazi de Reino Unido. Ahora ya puede ir a ver Black Mirror tranquilo.
El espejo negro es uno más en casa
https://www.elmundo.es/papel/cultura/2019/10/15/5da49878fc6c8354538b45ca.html
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