Música de Giuseppe Verdi (1813-1901)Libreto de Joseph Méry y
Camille du Locle, basado en la obra Don Carlos, Infant Von Spanien (1787) de
Friedrich Schiller, traducida al italiano por Achille de Lauzières y Angelo
Zanardini. 2 de octubre, 2019
Estrenada en la Ópera de Paris el 11 de marzo de 1867 (versión
original en francés) y el Teatro alla Scala de Milán el 10 enero de 1884
(versión reducida en italiano) y en el Teatro Real el 20 de febrero de 1912.
Producción de la
Oper Frankfurt a partir de la versión en cinco actos en italiano.
Estrenada el 26 de
diciembre de 1886 en el Teatro Municipale de Módena.
Coro y Orquesta
titulares del Teatro Real.
(Coro Intermezzo /
Orquesta Sinfónica de Madrid)
Equipo Artístico
Director musical I Nicola Luisotti
Director de Escena I
David McVicar
Escenógrafo I Robert
Jones
Figurinista I
Brigitte Reiffenstuel
Iluminador I Joachim
Klein
Coreógrafo I Andrew George
Director del Coro I Andrés Máspero
Fillippo, Michele Pertusi
Don Carlo, Andrea Carè
Rodrigo, marqués de
Posa, Simone Piazzola
El gran Inquisidor, Rafał Siwek
Un fraile, Fernando
Radó
Elisabetta de
Valois, Ainhoa Arteta
La princesa de
Éboli, Silvia Tro Santafé
Tebaldo , Natalia
Labourdette
El conde de Lerma y
un heraldo real, Moisés Marín
Una voz del cielo I
Leonor Bonilla
Seis diputados flamencos, Mateusz Hoedt, Cristian Díaz, David
Sánchez, Francisco Tójar, David Lagares, Luis López Navarro
A partir del 18 de septiembre y hasta el 6 de octubre, el Teatro
Real ofreció14 funciones de Don Carlo, de Giuseppe Verdi, inaugurando su
temporada nº 23 desde la reapertura.
Esta ópera, una de las que más se repone y gran favorita de todos
los públicos, por su trama, su musicalidad, ya mítica y su condición de
tragedia histórica a medias fantaseada, hace la 23ª de las 26 óperas de Verdi.
Se trata de la más larga de su catálogo y, como se comentó por
parte de Joan Matabosch, el director artístico del Real en la rueda de prensa, la
que fue sometida a un mayor número de revisiones: en un lapso de casi 20 años,
de 1867 a 1886, el compositor escribió diferentes versiones intentando
encontrar el equilibrio dramatúrgico y musical de la partitura, que se vio
afectada, desde su génesis, por las imposiciones de los teatros.
Encontramos en este trabajo magistral que Verdi retoma aquí también
sus temas recurrentes ─la lucha entre los sentimientos íntimos y el deber
político, el ansia de libertad frente al poder opresor, los ideales
revolucionarios, los amores prohibidos, la relación paterno-filial, la amistad,
y cómo no! La “vendetta”, a través de la
sensibilidad e ímpetu románticos de Friedrich Schiller, que ya había inspirado
tres óperas anteriores: Giovanna D´Arco, I Masnadieri y Luisa Miller.
Tomando como referencia su drama Dom Karlos, Infant von Spanien, el
compositor de Busetto vuelve a acercarse al universo español que, con mayor o
menor fortuna, impregnó otros cuatro títulos de su catálogo: Ernani, Il
trovatore, Simon Boccanegra y La forza del destino.
Concebida para la Ópera de París, donde triunfaba la grand opéra,
con sus cánones grandilocuentes (temas históricos o mitológicos, grandes masas
corales y sinfónicas, ballets, etc.), la primera versión de Don Carlo, con
libreto original en francés de François Joseph Méry y Camille du Locle, se
estrenó en 1867, con gran pompa y boato, incluyendo la presencia de la familia imperial
francesa, la de Napoléon Bonaparte III y Eugenia de Montijo, la emperatriz
vinculada a la Casa de Alba, que, da la casualidad, tuvo una activa
participación en el sojuzgamiento de las luchas intermitentes que la corona
española llevaba a cabo en los Países Bajos para someterlos, de una manera nada
idílica, como relató el director francesa en su deliciosa comedia “La kermesse
héroïque”, de Jacques Feyder.
Molesto con las imposiciones de la Ópera de París y las diversas
adaptaciones y versiones de la ópera en italiano, Verdi decide reducir la
duración de la obra para facilitar su difusión y evitar que cada teatro cortase
la partitura a su antojo: nace así la llamada ‘versión de Milán’, de 1884, en
la que se suprimen el primer acto, el ballet, etc.
Esta versión en cuatro actos, más corta, más ágil, pero más débil
dramatúrgicamente, es la que se ha presentado en el Teatro Real en 2001 y en
2005, con puesta en escena de Hugo de Ana. En este caso no se glosa la
“precuela” que en la versión de esta temporada sí se disfruta, los escarceos
amoroso de Don Carlo, infante real español e Isabel de Valois en la corte de
Francia, una de las hijas casaderas de Catalina de Medici, la confidente del genial
Nostradamus, médico y astrólogo de la época, proveniente de la Provence.
Después de dos años del estreno de la versión en cuatro actos,
Verdi vuelve a revisar la partitura restituyéndole el primero, llamado de
Fontainebleau ( donde se desarrolla la
geografía amorosa de los infantes prometidos y enamorados, separados luego por
una razón de estado, la de los Austrias, implacable).
Nace así la llamada ‘versión de Módena’, de 1886, con cinco actos
pero sin ballet, que es la que ahora se ofrece en el Teatro Real, con puesta en
escena de David McVicar, que ha dirigido en anteriores temporadas, Otra vuelta de tuerca (2010), La traviata
(2015), Rigoletto (2015) y Gloriana (2018).
El decorado de Robert Jones
es fóbico, todo gris en la primera parte, sin contrastes y lo más destacable es
que somete a los cantantes a un continuo subir y bajar de escaleras, incluso
mientras cantan, lo que los obliga a un esfuerzo vocal suplementario. Eso sí,
consigue imbuir al espectador de la atmósfera religiosa inquisitorial y opresiva
de Felipe II y su cosmovisión tan particular, heredada de sus ancestros, entre
los que se encontraban, claro está, los Reyes Católicos, Juana la Loca y su
padre, el emperador Carlos V.
Brigitte Reiffenstue crea para esta
producción unos trajes bastante bien adecuados al momento histórico en
cuestión, con una división diáfana entre el primer acto, colorista y alegre de
la corte francesa y los siguientes, donde el negro se hache protagonista
absoluto, como metáfora del clima que se respira en El Escorial y los reinos del
heredero de los Trastámara.
Así pues, los artistas de la escena McVicar, Jones y Reiffenstuel, incluyendo al iluminador Joachim Klein, logran crear la materia idónea
para la profundización en la psicología de los personajes, que, en Don Carlo,
reflejan, más que en otras creaciones verdianas, sentimientos contradictorios y
complejos, sin posibilidad de resolución y las costumbres impuestas por unos
gobernantes que transforman su tiempo en una propuesta vital, filosófica,
religiosa y política, para echarse a temblar.
El coreógrafo Andrew George, realiza una labor discreta pero necesaria
para la fluidez y el movimiento de intérpretes en lo vocal y actoral.
Nicola Luisotti, que la pasada
temporada dirigió Turandot, de Giacomo Puccini, está al frente ahora de su
cuarto título verdiano al frente del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real,
después de Il trovatore (2007), Rigoletto (2015) y Aida (2018). Concierta bien
el trabajo esforzado y exigente para los cantantes, los movimientos del coro y
consigue de la orquesta una prestación suficiente y razonada, que tiene en
cuenta la tradición lírica italiana, sin llegar a la excelencia insuperable del
maestro Riccardo Muti, gran oficiante internacional indiscutido en la
producción verdiana.
Como siempre el Teatro Real acompaña sus puestas destacadas, de una
profusa oferta paralela, en colaboración con otras instituciones del foro.
Entre estas, la exposición del facsímil del Libro de horas de Carlos V, recientemente
restaurado, en el foyer del Teatro anticipando la exposición del espléndido
manuscrito original en Biblioteca Nacional a partir del 10 de octubre.
Encuentros con Nicola Luisotti y Axel Weidauer, director musical y
responsable de la reposición escénica de Don Carlo y Joan Matabosch, director
artístico del Teatro Real. Y también en el Museo Lázaro Galdiano “La moda
española del Siglo de Oro”: visita temática sobre los aspectos más llamativos
de la estética de la moda española del siglo XVI, a través de pinturas, joyas y
tejidos. Y en el Museo Naval Visita-taller: El universo de los Austrias desde
el punto de vista del mundo naval de los siglos XVI y XVII.
Ya en plan lujo, en el Monasterio de Yuste y basílica (donde pasó
sus últimos años y falleció, retirado de la política Carlos V, personaje
emblemático de la propuesta in absentia), un ciclo de Conciertos del Emperador:
visita al monasterio de Yuste y un recital en su basílica con música del siglo
XVI en honor al gobernante. Y otras muchas ofertas complementarias ad hoc.
Magnífico trabajo como siempre el del Coro dirigido por el maestro
argentino Andrés Máspero, que ofrece
a sus integrantes, la posibilidad de ir rotando en los diferentes espacios del
palcoscenico, para que todos y cada uno tenga su momento de expansión y de
lucimiento personal.
Michelle Pertusi convence en su rol
real, bien de voz y actuación, serio, severo, sin ningún sentido lúdico o de
humor, que lleva con mano de ferro sus tierras, sus gentes, y sus posesiones,
entre las cuales consta la reina, Isabel de Valois, atribulada mater dolorosa
obligada, casada con un rey, habiéndose enamorado de su hijo.
Precioso el desarrollo del personaje de la hija de Catalina de
Medici en la construcción que hace de él Ainhoa
Arteta, una recreación grande. La voz responde en todo momento. Los años y
su experiencia vivida en todos los ámbitos no le han quitado brillo, sino que
le han dado experiencia y saber hacer.
Adecuada la Princesa de Éboli defendida por Silvia Tro Santa Fé, mezzosoprano valenciana que es elegante, guapa
y posee un instrumento al que le saca partido durante la representación, como
en el entorno de la Leyenda del Velo, sobre todo.
El Don Carlo del turinés Andrea
Caré, se van afianzando rápidamente en el transcurso de esta larga función,
una dura prueba de resistencia especialmente para los cantantes que abandonan
poco el escenario. Su voz es bonita y hay momentos bellos.
El Marqués de Posa de Simone
Piazzola, nacido en Verona, no tiene una garganta deslumbrante, pero tiene
oficio, técnica y sensibilidad y consigue instantes de plenitud escénica con su
partenaire, el infante Don Carlo, en la famosa aria de la complicidad hacia
Flandes y en los tramos más dramáticos de los últimos actos de la ópera.
Se ha dicho cientos de miles de veces que el Don Carlo necesita un
elenco de muchas voces, 6 por ejemplo de una cierta pericia y capacidad de
concertación entre sí, porque Verdi pergeñó realmente un trabajo de verdad
grupal y coral en esta ocasión.
El bajo polaco Rafal Siwek
que representa al Gran Inquisidor, comprendió perfectamente la importancia de
su rol. Aunque no es de los que están más en el escenario, vertebra toda la
obra, que gira en torno al poder, modulado por una frase que Felipe II le
repite a Posa con tono amenazante luego de su primera escaramuza por Flandes:
“No temas nada, pero guárdate del gran inquisidor”. Toda una declaración de
principios.
Fernando Radó, presente con
frecuencia en los españoles capitalinos, hizo un buen fraile, siempre dibuja
sus roles con eficacia, así como el resto del elenco acompañante, Moisés Marín en un creíble Conde Lerma,
Leonor Bonilla en la voz del cielo.
También resolvieron sus personajes con eficacia, el bajo-barítono nacido en
Breslavia (Polonia), Mateusz Hoedt, Cristian Díaz, de origen colombiano, David Sánchez, alicantino, el malagueño
Francis Tójar, David Lagares, onubense y finalmente Luis López Navarro.
Acertada elección de artistas que, dando paso por fin a españoles
especialistas, sigue manteniendo unos standares de competencia y colaboración
internacionales. Al público le encanta Don Carlo y a la familia real española,
cuyos reyes, Felipe VI y Letizia asistieron
al estreno. Como un gossip extra se podría incluir el poco discreto despliegue
de la seguridad de la reina emérita, Doña Sofía, acompañada de su hermana
Irene, discretísimas ambas en cambio, como suelen y cumplimentadas por el
director gerente antes del comienzo de la representación. En la fila ocho, pares, al lado del pasillo,
disfrutaron de una ópera que reaviva seguramente la herida narcisista de los
reyes, porque el tratamiento de los monarcas y corte que fabrica Schiller,
contribuye todavía a fomentar la consabida Leyenda Negra. La que introduce a
los Austrias y a los conquistadores en un maremagnum de violencia y falta de
compasión.
Y venir una y otra vez a ver
Don Carlo y reponerla siempre, cada dos años y más en varios lugares del mundo,
haría recordar a Sigmund Freud la “compulsión a la repetición”, otros de sus
esbozos psicoanalíticos para explicar la complejidad de la psiquis y las
emociones humanas.
La historia de Don Carlo, heredero de Felipe II fallido, defenestrado
escaleras abajo, supuesto deficiente, perdidamente enamorado de su finalmente
madrastra Isabel de Valois, la reina, parece prefigurar muchos siglos después
el suicido (¿asesinato?) de Rodolfo de Habsburgo en Mayerling.
¿Fueron estos hechos
luctuosos parte de una conspiración al más alto nivel porque no se los
consideraba aptos para reinar? La pregunta atraviesa los siglos, la historia y
sigue repitiéndose como un eco interminable en el aire. Es probable que sigan
siendo un alto secreto de estado para la eternidad…Europa es así.
Alicia Perris
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