El Caserío, de Jesús Guridi (Vitoria, 1886- Madrid,
1961), libreto de Federico Romero y
Guillermo Fernández Shaw. Comedia lírica en 3 actos. Teatro de La Zarzuela,
sábado 19 de octubre de 2019. Primer cast.
Esta reposición (procedente
del Teatro Arriaga de Bilbao y el Campoamor de Oviedo, de 2011) en el coliseo
de la madrileña calle de Jovellanos, cerró con 14 representaciones, a cargo de
dos elencos vocales diferentes, del 3 al 20 de octubre de 2019 inclusive.
Ficha Artística
Dirección musical, Juanjo
Mena
Dirección de escena,
Pablo Viar
Escenografía, Daniel
Bianco
Vestuario, Jesús
Ruiz
Iluminación, Juan
Gómez-Cornejo
Coreografía, Eduardo
Muruamendiaraz
Reparto
Ana Mari, RAQUEL
LOJENDIO
Tío Santi ÁNGEL
ÓDENA
José Miguel, ANDEKA
GORROTXATEGI
Inosensia, MARIFÉ
NOGALES
Txomin, PABLO GARCÍA
LÓPEZ
Eustasia, ITXARO
MENTXAKA
Manu, EDUARDO
CARRANZA
Don Leoncio, JOSÉ
LUIS MARTÍNEZ
Aukeran Dantza
Konpainia, Director: Eduardo Muruamendiaraz
Bailarines: Garazi
Beloki, Garazi Egiguren, Ander Errasti, Eneko Galdós, Ekain Kazabon, Oier
Laborde, Eduardo Muruamendiaraz, Uxue Urruzola, Itziar Uzkudun
Orquesta de la
Comunidad de Madrid, Titular del Teatro de La Zarzuela
Coro Titular del
Teatro de La Zarzuela, Director: Antonio Fauró
No hace falta
explicar que el universo de la zarzuela como género, no se limita al ámbito
geográfico de Madrid (y en este particular suele abundar el director del Teatro
de La Zarzuela, Daniel Bianco, siempre acertado y fértil en la elección de
repertorios y artistas), sino que irradia a otros sitios de España, así como la
jota, como forma de danza, no solo es aragonesa, como allende las fronteras
peninsulares se podría pensar, sino que además las hay segovianas, manchegas,
etc.
De todas formas,
sacar el tema territorial en lo cultural (artístico, musical, teatral,
literario), en fin, ideológico, en lo que atañe a las diferentes
características identitarias de los multicelulares pueblos que componen la
geografía de Cervantes, es arduo y siempre hay discrepancias, cuando no
disputas. Así que, hilvanaremos estas aseveraciones, antes que establecer una
costura hecha de forma más indeleble. Hay interpretaciones y gustos, para todos.
Han pasado ya 93
años desde el estreno en este mismo escenario del Teatro de la Zarzuela de El
caserío de Guridi, expresión del alma, la raza y la tierra vasca que tras 42
años de ausencia de estas tablas de la plazuela de Jovellanos, ahora vuelve
renovado para comenzar la nueva temporada en una producción de éxito que se ha
representado en distintas ocasiones desde 2011.
Se presentan de una
forma estereotipada personajes típicos: el cura, el alcalde, el secretario, el
indiano rico, la tabernera... y la solución consanguínea en el matrimonio (se
casan los primos hermanos) para conservar la herencia en la narrativa rural. Usan
un habla característica, con acentos y giros propios del país. Así como
recursos habituales en la tradición musical vasca como el zortziko.
A pesar de que su
obra puede resultar estéticamente descolocada con respecto a las corrientes
vanguardísticas, Jesús Guridi se encuadra en la Generación de Falla, el
equivalente musical a la Generación del 98 en otro terreno. Los maestros pertenecientes
a este grupo asumieron el reto de llevar a la práctica el regeneracionismo por
medio del nacionalismo musical español, utilizando el folklore como medio, y no
como fin y a través de una concepción tonal de la música.
Podríamos hablar en
este caso de estética nacionalista, en la que destaca no solo su país, sino
también su tierra fundacional. De esta forma, el nacionalismo guridiano se
vincula a las esencias, forjado en su propio estilo y conservado durante toda
su producción.
Además, aparte de
los viajes y cambios de residencia con la familia, Guridi no solo vivió en su
sitio de origen, sino que, en el año 1903, gracias al soporte económico de su
mecenas, el Conde Zubiria, Guridi se trasladó a París e ingresó en la Schola
Cantorum. Allí, estudió piano, órgano, contrapunto y composición con el Maestro
Vicent d’Indy, y compaginó sus estudios con un considerable trabajo de creación
y con una intensa actividad musical.
El París de la Belle
époque le ofreció oportunidades que supo aprovechar: visitaba museos y las
calles artísticas de Montmartre, iba al teatro y a la ópera y habitualmente a
escuchar el órgano a Notre Dame. Allí viajó con el cura y musicólogo
Resurrección María de Azkue, con quien entablará una estrecha y duradera
amistad. Es entonces, cuando publica su primera obra, “Quatorze mordeaux pour
piano”.
Algún tiempo
después, junto a Azkue, decidió continuar sus estudios en Bélgica. Con este nuevo
traslado se inaugura su mejor época como estudiante internacional y compositor.
En Bruselas recibió clases particulares de órgano y composición por parte del
maestro Joseph Jogen, también asistió a prestigiosas representaciones en el
Teatro Real de Monnaie y frecuentó tertulias junto a artistas e intelectuales
de gran reconocimiento, como Manuel de Falla o Isaye, que empujaron su
aprendizaje musical.
Poco después
completó por fin sus estudios en Colonia y en Munich con el maestro Neitzel,
perfeccionando sus técnicas de instrumentación y armonía. Sin embargo y
contrariando la tendencia general a la bohemia imperante en la capital
francesa, y a diferencia de la mayoría de sus coetáneos, Jesús llevó una vida espiritual
y ordenada.
Tras Mirentxu (1910)
y Amaya (1920), Jesús Guridi se trasladó a vivir a Madrid para impulsar su
carrera y pronto empezó a trabajar en un nuevo proyecto de ambientación vasca.
Para ello contactó con los libretistas Federico Romero y Guillermo
Fernández-Shaw. Apoyada en un buen libreto, El caserío destaca por una
extraordinaria partitura, rica y variada, resuelta con un dominio absoluto del
lenguaje musical.
Su éxito fue enorme
y pasó a ser una de las grandes piezas del repertorio zarzuelístico. Y es que
Arrigorri, «aldea imaginaria de Vizcaya» tiene algo de locus amoenus fantaseado,
lugar idílico y feliz, que contemplamos a través de la mirada poética de la
música.
Por eso el maestro Juanjo Mena, director musical de este
espectáculo, y que habla de la familia, la tierra y la casa, comenta: «Soy
vasco y vivo en un caserío… estoy inmerso en el mundo de Guridi. Contar con
esta producción es una forma importante —tras más de cuarenta años de ausencia—
de volver a escuchar esta música aquí, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid».
El maestro Mena saca lustre a la partitura de su paisano, acompañando además a
los cantantes con delicadeza y acierto y consiguiendo una gran sonoridad de los
instrumentos.
El Coro del Teatro
de La Zarzuela, alcanza los niveles de excelencia a que tiene acostumbrado al
público, dirigido por un siempre inspirado Antonio
Fauró.
El director de
escena, Pablo Viar —también vasco—,
comenta que «ese Arrigorri soñado surge mágicamente entre la niebla durante
apenas unos días cada mucho tiempo y sus entrañables habitantes, como los
personajes del teatro, solo despiertan, aman, ríen y lloran, durante un breve
instante ». Plantea un espacio de trabajo entre lo onírico y lo real, aunque
atemporal, muy bien concebido.
Concertado
adecuadamente con la escenografía de Daniel
Bianco, in crescendo en encanto a lo largo del desarrollo de la zarzuela, el
vestuario de Jesús Ruiz y la
iluminación de Juan Gómez-Cornejo.
La coreografía para
la danza de Eduardo Muruamendiaraz bucea
en el folklore local con creatividad conservando la tradición, que ilumina el grupo
Aukeran Dantza Konpainia, que fue
muy aplaudido.
En lo que se refiere
a las voces y su desempeño teatral, en una visión de conjunto, que se necesita
porque se trata de un empeño coral, muy ajustada la creación de Raquel Lojendio (soprano lírico-ligera)
de su personaje, Ana Mari, con un instrumento grácil que se pliega con
facilidad a los requerimientos de la partitura, igual que el Tío Santi del
barítono Ángel Ódena, la figura de
orden de la propuesta, que parte y reparte y pone cordura al caserío y sus
gentes. Con la voz recia y bien timbrada que suele tener después de haberse
fogueado en muchísimos papeles de distintos repertorios, (también en ópera,
claro) varios desplegado en el propio Teatro de La Zarzuela. (Seguimos teniendo
pendiente esa entrevista que no se publicó, Ángel...)
Andeka Gorrotxategi, en el papel José Miguel, un tenor spinto, que captura la atención
del oyente con su generoso caudal de voz, que deja salir a raudales de su
garganta. Es un prodigio, como la carrera que tiene por delante Pablo García López, en su rol de Txomin, refrescante y frutal, muy
bien logrado.
El personaje de Inosensia
está muy bien defendido por la actuación y la voz de Marifé Nogales, igual que la Eustasia de Itxaro Mentxaka, el Manu de Eduardo
Carranza y José Luis Martínez,
como Don Leoncio. Unas excelentes performances reconocidas también por el
público, que, aplaudió mucho la función.
Como suele, habría
que comentar, porque al Teatro de la Zarzuela siempre va y llega la gente con
buen humor, para pasarlo bien. Las ofertas musicales y teatrales son de primer
orden y los precios asequibles. Nadie se queda fuera por ningún motivo. Hay
para rato. Los asistentes lo saben y lo reconocen cada vez que lo visitan, con
una fidelidad y una disposición que no tiene comparación con la de otras salas
conocidas. Todo esto es vital y ayuda a paliar las ligeras turbulencias
administrativas y los retoques que a veces ocurren con los cambios de los
responsables políticos y las facciones gubernamentales. Lo artístico, está clarísimo,
porque es de enorme calidad y transpira el esfuerzo, siempre funciona. El
talento, aquí, no solo es la garantía del saber hacer, sino también de su
continuidad. Felicitaciones a todos, todos.
Funciones con
audiodescripción, 12 y 13 de octubre de 2019
Visita táctil (Touch
Tour), 13 de octubre de 2019, a las 16:30 horas
Retransmisión
Facebook, Web del Teatro de La Zarzuela y youtube, 17 de octubre.
Alicia Perris
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