VANESSA GRAELL
@VaneGraell
El ansia de poder
absoluto. Macbeth, Ricardo III, Coriolano o el rey Lear. En 'El tirano', el
catedrático de Harvard Stephen Greenblatt traza el perfil psicológico de los
déspotas del bardo de Avon
Todo está en
Shakespeare: el triunfo contra pronóstico de Donald Trump, la demencia de Kim
Jong-un, el Brexit, el puño de hierro de Vladimir Putin, el populismo de Jair
Bolsonaro, las locas promesas de Matteo Salvini, el asesinato de Khashoggi en
la embajada saudí... Incluso Juego de Tronos o Breaking Bad. Un William
Shakespeare como estratega político que puso en escena complots para usurpar el
reino, revoluciones contra un estado corrupto y a los tiranos más fascinantes.
Si Maquiavelo sentó
las bases de la filosofía política moderna en El príncipe, Shakespeare definió
en sus obras de teatro el perfil psicológico del soberano déspota. Así lo lee
Stephen Greenblat, catedrático en Humanidades de Harvard, premio Pulitzer y
fundador de la corriente del new historicism en los 80, en su ensayo El tirano.
Shakespeare y la política (Alfabeto), donde repasa a los villanos del
dramaturgo para establecer un canon de cómo todo un país permite que lleguen al
poder.
«Maquiavelo fue
arrestado y torturado. Hasta donde sabemos, Shakespeare nunca fue a prisión,
aunque se enfrentó a serios problemas siempre supo manejarse para salir airoso.
Desarrolló un discurso muy subversivo, ampliamente aplaudido por el público.
Shakespeare siempre funciona de esa manera: habla de lo que no se puede hablar
en su época», señala Greenblatt. Una época en que insinuar que la reina Isabel
I, en el trono desde hacía más de 30 años y que se negaba obstinadamente a
nombrar un sucesor, era una tirana equivalía a la pena de muerte. De hecho,
Cristopher Marlowe, el colega-competidor de Shakespeare, murió apuñalado por un
agente secreto al servicio de la reina.
El teatro isabelino
estaba sometido a una censura férrea. Moralistas, clérigos y funcionarios
clamaban para que cerraran los corrales teatrales. Y Shakespeare recurrió a un
pasado remoto, a la antigüedad clásica, a la Escocia del siglo XI o a la Gran
Bretaña precristiana. «Como en los regímenes totalitarios contemporáneos, la
gente desarrollaba maneras para hablar en código», apunta Greenblatt. Shakespeare
se pudo permitir criticar a los ricos y poderosos desde los labios de un rey
loco como Lear. Una estrategia de locura que, por cierto, ya usó Cervantes en
El Quijote, que Shakespeare leyó al final de su carrera.
A partir de las
figuras de Macbeth, el rey Lear, Coriolano, Julio César y, sobre todo, Ricardo
III, Greenblatt traza el retrato robot del tirano shakespeareano: narcisista,
arrogante, colérico, dominante, de una masculinidad agresiva, con un hondo
desprecio hacia las leyes porque se interponen en su camino y... movidos por
inquietudes psicosexuales diversas(la necesidad de mostrar su virilidad, el
temor a la impotencia, la ansiedad a no ser considerado suficientemente
poderoso, etc). «Puede que fuera un poco naïf, pero Shakespeare asocia la
tiranía a problemas psicosexuales, a la misoginia, a agarrar a las mujeres, a
la personalidad de una madre catastrófica...», apunta Greenblatt.
Las mujeres tampoco
salen mejor paradas. Aunque no haya la figura explícita de una tirana, sí está
Lady Macbeth (manipula a su marido y le lleva a un trono que, en realidad, él
no quiere) o las malvadas hijas del rey Lear, Gonerilda y Regania (en versión
abreviada :destierran a su padre, mandan ejecutar a su tercera hermana
Cordelia, asesinan sin que les tiemble el pulso y se matan entre ellas).
«Shakespeare, que vivió bajo el regimen de una reina, no pensaba que las
mujeres fueran moralmente superiores: también podían ser monstruos y
psicópatas», añade Greenblat.
El germen de El
tirano se remonta a un artículo que Greenblatt escribió para el New York Times
y que inmediatamente se hizo viral: Shakespeare explains the 2016 election, en
plena batalla entre Trump y Hillary Clinton. Aunque no se le menciona ni una
sola vez -ni a Trump ni a ningún líder contemporáneo- hay claras referencias al
presidente, Greenblatt desliza el eslogan make England greet again al referirse
a las promesas imposibles de Jack Cade en Enrique VI. Cade es un líder sin
escrúpulos que logra seducir a las masas al construir «un espacio mágico, en el
que dos y dos no tienen por qué ser cuatro y no es necesario que la última
afirmación concuerde con la que ha hecho unos segundos antes», destaca el
catedrático.
El demagogo se erige
en épocas turbulentas y de grandes dificultades, apela a los instintos más
bajos y aprovecha la angustia de los desposeídos. «En el caso de Estados
Unidos, sería muy fácil para gente como yo, que formo parte del sistema, decir
que el triunfo de Trump se debe al lumpen proletariado. Pero es un error.
Muchos ciudadanos se sienten perdedores y excluidos: de la economía mundial, de
la globalización, de la revolución tecnológica, de las políticas públicas...
Muchos ni votan y cuando lo hacen es para romper un sistema que no les
representa», considera Greenblatt. Shakespeare ya denunciaba ese sistema en el
siglo XVI, particularmente en Coriolano, que empieza con la revuelta provocada
por la escasez de alimentos en la antigua Roma. Un espejo de lo que ocurrió en
Inglaterra, al borde de una revolución por la falta de grano:los campesinos
pedían que los terratenientes abrieran los almacenes, donde guardaban el trigo
para que subiera de precio. «Los ricos antes permitirían que el grano se
pudriera en los almacenes que bajar los precios del mercado», critican
Greenblatt y Shakespeare.
Los tiranos de
Shakespeare no dudan en dejar que el pueblo muera de hambre, tramar perversos
complots, traicionar y torturar. Algunas escenas de tortura resultaron
particularmente violentas y provocaron desmayos entre el público de la época:
como en el Rey Lear, cuando le sacan los ojos a uno de sus partidarios para que
confiese el paradero del ex monarca.
«En los regímenes
tradicionales autoritarios se reprimía la disidencia mediante torturas. Pero la
nueva manera de silenciar a la oposición es haciendo mucho ruido para que la
gente no oiga, con tuits y bombardeos de noticias a diario. El shock de la
semana pasada se olvida pronto porque hay un nuevo shock», actualiza
Greenblatt. Por eso siempre se vuelve a Shakespeare, a ese espacio literario
que sigue hablando de hoy.
https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2019/10/25/5db1e55f21efa05e768b45ed.html
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