27/09/2019 —
01/03/2020
El Espacio 3 de la
Colección del Museo Ruso acoge exposiciones de tamaño menor que complementan el
discurso de las principales con piezas cuidadosamente elegidas. A la muestra de
la Colección Gmurzynska que ampliaba el tema de las mujeres artistas sucede, a
partir de septiembre, una exposición monográfica dedicada a una de las grandes
figuras femeninas de la literatura rusa, Anna Ajmátova. Retratos de ella y los
hombres de su vida, poemas, libros y objetos crearán, de la mano de la
comisaria Yevguenia Petrova, un entorno evocador en que conocer mejor a la gran
dama de la poesía rusa.
La vida y la poesía
de Anna Ajmátova conocieron un antes y un después del Terror staliniano. Su voz
de juventud es hedonista, musical y ensimismada, con vislumbres proféticos de
un futuro solitario. Eran tiempos para ella de acumular experiencias, de
brillar en los juegos de seducción, de exprimir el goce de estar viva. Atraídos
por su magnetismo irresistible, entran y salen de su vida grandes poetas como
Mandelshtam o Gumiliov, con quien se casó muy joven, artistas como Modigliani o
eruditos como su segundo marido, Vladímir Shileiko. El mundo exterior no
entraba en su lírica en aquella época sino como telón de fondo de unas pasiones
que elevaba a la categoría de arte.
Las privaciones de
revolución y guerra, el fusilamiento de Gumiliov, el arresto de su tercer
marido, el historiador Nikolái Punin y, más tarde, el de su hijo iban a forjar
una segunda voz de madurez, más solidaria y doliente, más seca, más impersonal.
En las interminables colas que compartió con las madres, esposas o hijas de
presos alguien le preguntó si podría describir todo aquello. Puedo, respondió
ella, y de esa orgullosa
certeza surge
Réquiem, el gran poema de las víctimas del comunismo, el que, prohibido, se
transmitió de memoria como un fuego sagrado. Stalin, que la llamó mitad monja,
mitad puta, ordenó respetarla para someterla a un sádico aislamiento. En su
apartamento de la Fontanka, abandonada de todos menos unos pocos fieles, se
convirtió en una leyenda de resistencia y dignidad.
«La gente, al
evocarla, suele decir que era hermosa. Y no es cierto: era algo más que
hermosa, algo mejor que hermosa».
Gueorgui Adamovich
«Mandelshtam decía
[…] que mirando sus labios se podía oír su voz, que su poesía estaba hecha de
su voz y era inseparable de ella. Decía que los contemporáneos que la habían
oído eran más afortunados que las generaciones futuras que no la oirían».
Nadezhda Mandelshtam
«Su sola mirada te
cortaba el aliento. Alta, de pelo oscuro, morena, esbelta y ágil, con los ojos
verdosos de un tigre polar, durante medio siglo la ha dibujado, pintado,
esculpido en yeso y mármol, fotografiado un sinnúmero de personas, empezando
por Modigliani. Los versos dedicados a ella formarían más volúmenes que su obra
entera».
Joseph Brodski
“¡Oh musa del
llanto, la más bella de las musas!
Oh loca criatura del
infierno y de la noche blanca.
Tú envías sobre
Rusia tus sombrías tormentas
Y tu puro lamento
nos traspasa como flecha”.
Marina Tsvetáieva
https://www.coleccionmuseoruso.es/exposicion/anna-ajmatova/
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