Annie Leibovitz y la fotografía, ese “chico malo”
J. ANTÓN Oviedo
Llegó Annie Leibovitz a un Oviedo gris y lluvioso y parecieron
encenderse todos los focos. La célebre fotógrafa, autora de algunas de las
instantáneas más icónicas del siglo XX —como la de John Lennon desnudo
abrazando a Yoko Ono o la de Nixon abandonando la Casa Blanca—, habló ayer con
pasión de su oficio, recordó a su pareja sentimental, la fallecida escritora
Susan Sontag, ganadora también de un Príncipe de Asturias, el de las Letras, en
2003, y se metió en el bolsillo a los fotógrafos que cubren los galardones,
posando con ellos y retratándolos a su vez con su camarita Canon G16.
Glamurosa y vital, Leibovitz dijo que le habría gustado retratar
a Martha Graham y a Elvis Presley, que sería un honor tener frente a su
objetivo a los Príncipes —y se lo va a proponer—, que la mejor imagen que ha
tomado fue una que le hizo a su madre y que la fotografía siempre ha sido el
“chico malo” de las artes.
Es una profesión increíble, pero sin varita mágica el secreto es
trabajar”
La jornada coincidió en la ciudad con una concurrida manifestación por
la educación pública y terminó con el concierto de los premios, anoche,
dedicado a Wagner. Un día que incluyó el grandioso momento del brindis con
cerveza —creada para celebrar el descubrimiento del bosón— de los premios Nobel
y Príncipe de Asturias de Investigación Científica Peter Higgs y François
Englert. Y también la encendida defensa de los transgénicos —que no dejó de
desconcertar a algunos— por parte de Peter Gruss, presidente de la Sociedad Max
Planck para el Avance de la Ciencia (premio de Cooperación Internacional).
“Ok, guys”, decía Leibovitz a los fotógrafos que no paraban de retratarla
mientras posaba con gran profesionalidad y encantada. Vestida toda de negro
(¿por Sontag?), dotada de un vozarrón y un aire a lo Patti Smith. Leibovitz
(Waterbury, Connecticut, 1949) empezó por recordar a Susan Sontag y a recalcar
su emoción al recibir ahora el mismo premio. “El haber conocido a Susan en un
momento de mi vida en que no sabía adónde me llevaba mi trabajo fue decisivo.
Eran los ochenta y tantos, y conocerla reforzó mi trabajo. Ella era muy fuerte,
creía que yo era buena —y no estoy segura de que hablara de fotografía—, pero
que podía ser mejor, quería que fuera más seria, yo era muy ingenua; llevó mis
límites más allá”.
Dijo Leibovitz que el premio significa para ella “un honor” y para la
fotografía, “un empujón poderoso”. Especialmente cuando se hacen tantas
preguntas, añadió, sobre el futuro del medio y su supervivencia. “La fotografía
siempre ha sido el chico malo”, reflexionó. “No se nos etiqueta como arte, y lo
somos”.
Se declaró “bastante democrática” con la masiva popularización de este
arte vía las nuevas tecnologías y las redes sociales. Dijo que hay “sitio para
todos”, aunque advirtió que la profesionalización es “un camino distinto”. Tras
recordar que ella la ha usado de muchas maneras, explicó que volvió a los
retratos porque se sentía más cómoda con ese formato, “podía contar una
historia y tenía más control”.
Repasó su carrera: “Llevo 45 años, no tenía ni 20 cuando empecé en Rolling
Stone, he visto de todo, nada me sorprende. Ahora no es que tu trabajo sea
siempre bueno, pero sabes lo que haces. Al principio era la inocencia”. Aseguró
que su oficio es lo mejor de su vida junto con sus hijos. “Esta es una
profesión increíble, aunque no hay una varita mágica, el secreto es trabajo y
trabajo”.
Explicó que cree que la fotografía puede usarse para examinar vidas
pasadas de personajes históricos y habló de su proyecto Peregrinaje, en
el que ha seguido el rastro de Georgia O’Keeffe, Emily Dickinson, Frost o el
propio Lincoln.
¿Cómo se hace una foto excepcional? “No tengo una respuesta clara. Una
de las mejores que he hecho es un retrato de mi madre, es mi foto favorita,
porque no hay barrera en esa imagen. Es como si no hubiera cámara, se desvela
todo. Pero eso no se puede hacer siempre. Es difícil llegar a ese nivel de
fotografía, a ese poder; es raro. Un retrato es un encuentro psicológico, tiene
que ver con el humor del sujeto al que retratas. Yo confío mucho en la
composición, en establecer un marco. Venía Rod Stewart, por ejemplo, y me decía
‘¿Qué quieres que haga?’. Era aburrido ponerlo contra la pared y pensaba que
tenía que hacer algo distinto”. Así surgieron retratos tan famosos como el de
Leonardo DiCaprio con el cisne o Whoopi Goldberg en la bañera con leche.
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/10/24/actualidad/1382648877_384804.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario