Jessica Nuccio Lució belleza tímbrica y homogeneidad de registros
El montaje fue un éxito peses a las incidencias
Entre los aficionados a la ópera, cuando se dice que una cantante “es” Violetta,
se está indicando que se ha constituido en referente de altura para la
interpretación de este personaje. Del mismo modo sucede al afirmar que Hans
Hotter “es” Wotan o que Plácido Domingo “es” Otello. Por suerte
para todos, la expresión se ha de tomar con prudencia. De lo contrario, sólo
habría una Violetta: María Callas. O, como mucho, tres: Callas, Tebaldi,
quizás Olivero..., todas ellas ya difuntas o retiradas de la escena. Y sería
muy triste renunciar a la esperanza de ver en directo a una auténtica Violetta,
o a un Wotan impactante, o a otro Otello tan creíble como el de
Plácido...
Con Violetta, además, los comentaristas andan empeñados en que es un
papel imposible, porque se requieren dos cantantes distintas: una más ligera,
con importante capacidad para la coloratura y que aborde con limpieza el “Sempre
libera”(con las agilidades que contiene y que la preceden). La otra, de
tonos más dramáticos, luciría resistencia, anchura, y dominio, tanto del legato
como de la expresión desgarrada en los actos segundo y tercero. Esto último
suele ir ligado a voces más rodadas y, por tanto, con algunos años.
De Verdi. Solistas vocales. Jessica Nuccio, Ivan Magrì/Nikolai Schukoff,
Simone Piazzola, María Kosenkova y Cristina Alunno, entre otros. Figurantes y bailarines
del Ballet de la Generalitat. Coro y Orquesta de la Comunidad Valenciana.
Dirección: Zubin Mehta. Palau de les Arts, 19 de octubre 2013.
Por eso, a pesar de su debut en La Fenice con este papel (2011), la edad de
Jessica Nuccio (28 años) hacía presagiar una Violetta quizás buena para
el primer acto, pero con muchas probabilidades de hundirse (como le pasó a la
joven Mirella Freni en la Scala) ante los requerimientos posteriores. Máxime
cuando Jessica Nuccio estaba sustituyendo a Sonya Yoncheva, inicialmente
programada para el estreno y que después ha caído enferma.
Luego, sin embargo, todo sucedió al revés. En el primer acto, una voz que
parecía algo pequeña, cumplió. Las agilidades, sin ser demasiado
espectaculares, corrieron bien y estuvieron afinadas. Pero fue quizás el canto
spianato de Ah, fors’e lui che l’anima solinga ne’ tumulti el
indicio más consistente del error en las predicciones, porque reveló una
prematura madurez en el fraseo, madurez que impregnaba también la labor como
actriz. Con todo, las ideas preconcebidas de los expertos son duras de roer. Y
las de los menos expertos, por su parte, suelen mostrar una peligrosa adicción
a los nombres famosos. Resumiendo: tras el primer acto no hubo gran entusiasmo
ante la voz de Jessica Nuccio, y el “ya veremos...” fue la frase más repetida.
Pero llegó el segundo y –sin solución de continuidad- el tercero. Con
blanco sobre negro, sin escapatoria: Jessica Nuccio “fue” Violetta.
Porque lució belleza tímbrica y homogeneidad de registros, porque supo expresar
con pasión su historia, porque el legato resultó impecable, porque
dosifica bien el aire, porque las medias voces se escanciaron con gusto y
porque –esto es lo decisivo- hizo amar y compadecer a su personaje, tal como
deseaba Verdi. Estupenda en el dúo con Giorgio Germont, poderosa en el Amami
Alfredo, conmovedora en Addio, del passato bei sogni ridenti, a
partir de ahora, y a pesar de su juventud, deberá reforzar más la coloratura
del primer acto que las exigencias dramáticas de los otros dos. En cualquier
caso, hoy por hoy puede decirse que “es” Violetta, una nueva y magnífica
Violetta.
En cuanto al tenor, hubo también incidencias, que fueron creciendo, además,
sobre la marcha. Se anunció que el programado Ivan Magrì lo cantaría, a pesar
de sentirse indispuesto. Así lo hizo, hasta el final de la primera escena del
Acto II, momento en el que se comunicó al público que no podía seguir cantando.
Al poco se anunció que Nikolai Schukoff, presente en el recinto con motivo de
los ensayos de La Walküre -y que había encarnado a Alfredo en otras
ocasiones-, lo cantaría desde el atril, haciéndose cargo de la escena Christian
David Krumm, coreógrafo de la producción. Con tales mimbres improvisatorios se
temía lo peor, pero tampoco esta vez sucedió. Todo el mundo echó el resto, y La
Traviata siguió plasmándose sin apenas lesiones. Hay días que sale nublado,
y otros con sol, a pesar de los pronósticos.
Simone Piazzola, como Giorgio Germont contribuyó sin duda al éxito de este
Verdi: timbre redondo y registros equilibrados. También todos los comprimarios.
El coro, que quizás ande sobrecargado entre el Berlioz del Palau de la Música y
el Verdi de les Arts, fue quizás la pieza más floja del engranaje: están
dándole últimamente demasiada caña al fortissimo. La orquesta, por el
contrario, a pesar de todas las reducciones, se mostró en un estado de gracia
total, dúctil como el oro en manos de Zubin Mehta, que parecía un mago al
acariciar (porque no acompañaba, acariciaba con la música) a la protagonista, y
al ejecutar los preludios con la suavidad y el embrujo de la seda. La
producción, que ya ha rodado bastante desde que se estrenara en Salzburgo
(2005, con dirección de escena de Willy Decker), funciona bien pese a algunas
incongruencias y sobreañadidos. Además, dado su extremado minimalismo, debió
resultar barata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario