Los efectos de la ley Putin obligan a desplegar un velo de silencio sobre la homosexualidad del astro de la danza en un nuevo documental producido en Rusia
En un reciente artículo Nicola Lombardozzi en La
Repubblica realza que Rudolph Nureyev es sin fisuras el bailarín más
popular de la era moderna. A los 20 años
de su muerte, en su Rusia natal, donde gusta de hacerse todo a lo grande,
se gestó un largo documental sobre la vida del
bailarín con pretensión de “retrato definitivo”, pero eso sí,
omitiendo cualquier referencia a su homosexualidad, lo que venía impuesto por
la reciente ley Putin sobre todo lo que suene a propaganda gay. La película,
realizada por la directora Tatiana Malova lleva el significativo título deRudolph
Nureyev, demonio rebelde.
Para estructurar el filme, Malova ha dispuesto de
una ingente cantidad de grabaciones escénicas (muchas inéditas en Occidente) y
de 50 horas de entrevistas a personas cercanas al divo, desde artistas a
colaboradores y balletómanos que lo seguían allá donde fuere. Entre otros,
Malova ha contado con los materiales inéditos aportados por el fotógrafo y
crítico ruso Victor Ignatov (que ya en 2003 estuvo en la organización de una
gala en el teatro del Kremlin de Moscú por el décimo aniversario de la muerte
deNureyev) y
con los vídeos domésticos hechos por el bailarín moscovita Andris Liepa (hijo
de otro astro tocayo y contemporáneo de Nureyev: Maris Rudolph Liepa, figura
histórica del Bolshoi de Moscú). Andris, además, será el presentador del
documental y la voz narradora.
Lombardozzi se pregunta en el diario italiano
“¿Pero se puede contar plenamente la historia de un hombre sin relatar sus
amores y pasiones? No”. Y tiene razón. La homosexualidad en Nureyev fue vivida
como primero como un drama con tintes trágicos, y ocupó un papel capital en sus
decisiones, como su defección en París en 1961, lo que algunos de sus biógrafos
esgrimen como la razón fundamental que lo animó en aquella huida a la libertad.
En aquel entonces, la homosexualidad en la extinta Unión Soviética era causa
punible de cárcel, gulag y otras humillaciones. En el nuevo filme ruso habrá
mucho metraje inédito en blanco y negro, pero nada, por ejemplo, de su
trascendente romance con el bailarín danés Erik Bruhn (que cambió la
orientación estética de su baile) o de su intercambio de cartas ardientes con
Freddy Mercury. Tanto Mercury como Nureyev murieron de sida; Nureyev lo ocultó
hasta el final.
En la Rusia de hoy, de eso no se puede hablar,
como tampoco se puede ni insinuar la homosexualidad de figuras como Nikolai
Gogol, Vaslav Nijinski o Piotr Ilich Chaicovski, por no decir, de los poetas o
artistas del siglo XX contemporáneos o posteriores a la revolución bolchevique
de 1917, como si la autorepresión tan presente en el propio Gogol y en Tolstoi
refloreciera; no se pueden mencionar estos detalles tenidos allí como
escabrosos en un clásico como Mijail Kuzmin (1872-1936) o a un poeta como
Serguei Esenin (1895-1925).
Y es que apenas han pasado tres décadas de cuando
se condenó a otro escritor, Gennadi Trifónov (estuvo cuatro años tras los
barrotes) por autoeditarse y publicitar poesías homoeróticas. Otro escritor
icónico de la modernidad, Eugeni Karitonov (1941-1981), tuvo que morirse
primero y llegar la glasnost después para que se conociera su obra y su talento.
Hay cosas de las que en la cultura rusa no se habla nunca, y en el teatro de
ballet tampoco. Siempre ha sido así y no tiene visos de cambiar.
Ayer 19 de octubre se inauguraron en el Centro
Nacional de Trajes de Escena de Moulins las salas dedicadas a Rudolf Nureyev,
con la donación hecha en 2008 y la ayuda de la fundación que lleva su nombre.
Delphine Pinasa, directora de este verdadero museo
de la indumentaria teatral, ha expresado que esta es la mejor manera de
acercarse a la compleja y prismática personalidad artística de Nureyev: a
través de sus cosas, pues él coleccionaba casi febrilmente pinturas, grabados,
telas antiguas, muebles y otros objetos decorativos. Gran parte de ese
patrimonio se vendió tras su muerte, y la fundación se reservó unos cientos de
piezas que constituye el núcleo de esta exhibición permanente en la que se
respeta su voluntad de mantener la colección lo más íntegra posible y reunida
en un solo lugar.
Una vez muerto, a Nureyev le surgieron varias
novias por el mundo que aseguraban haber tenido relaciones más o menos íntimas
con el afamado bailarín; hasta le intentaron endilgar un hijo. Ninguna de estas
hipótesis tiene elementos probatorios suficientes y en las mejores biografías
sobre Nureyev, no se las tiene en cuenta. Es cierto, sin embargo, que en su
temprana juventud en Leningrado a mediados de los años cincuenta, tuvo un muy
fugaz entusiasmo por una bailarina cubana, Menia Martínez, que había sido
becada para estudiar en la Unión Soviética por su cercanía con el Partido
Socialista Popular cubano, que recogía a la mayoría de los artistas criollos
con filiación comunista. Martínez ha contado esto ya muchas veces en la prensa
y está documentado el encuentro de Nureyev y la bailarina cubana en París pocos
años después de su defección, lo que solamente prueba que quedaba un rescoldo
de buena amistad.
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