Un antiguo campo de deportación situado en la Provenza acoge una insólita
muestra sobre la creación artística que desarrollaron sus reclusos
Retrato de Ferdinand
Springer.
Un inmenso bloque de ladrillo se erige entre la
nube de polvo que se ha levantado bajo un sol de justicia. El paraje resulta
algo siniestro, pero nada induce a pensar que esta antigua fábrica de tejas,
ocho kilómetros al suroeste de Aix-en-Provence, constituyó uno de los mayores
campos de internamiento y deportación en los días más oscuros del siglo pasado.
Al otro lado de la carretera, todavía se divisa la minúscula estación desde la
que los reclusos, entre ellos un centenar de niños, partían en dirección a
Auschwitz.
El tejar de Les Milles, único campo de
concentración conservado intacto en territorio francés, apresó hasta la
ocupación nazi a los alemanes, austriacos y húngaros que residían en la zona,
sospechosos de ser agentes enemigos y tratados como indeseables por las
autoridades locales, aunque en su gran mayoría hubieran huido a Francia para
escapar del ascenso hitleriano. Tras la proclamación del régimen de Vichy,
fueron entregados al ocupante y siguieron cautivos en el campo, junto a cientos
de judíos retenidos a la espera de ser sometidos a la solución final.
Entre quienes pasaron por este campo, convertido
el año pasado en museo histórico y lugar de memoria, se contaban por decenas
los artistas y escritores. “Por eso Les Milles era conocido como el campo de
los pintores”, asegura su director, Cyprien Fonvielle, dando la bienvenida en
un largo pasillo de hornos industriales. Una exposición revela ahora la
actividad artística que algunos de sus presos más célebres desarrollaron in
situ. Hasta el 15 de diciembre, Les Milles acoge la exposición Créer pour
résister (Crear para resistir), que recoge la huella que pintores como
Max Ernst, Hans Bellmer, Ferdinand Springer o Alfred Schulze (más conocido como
Wols) dejaron entre sus cuatro paredes. Todos ellos se empeñaron en seguir
creando pese a las dificultades que imponía el contexto. “Fue una forma de
resistencia a la deshumanización de la que eran objeto, una manera de seguir
siendo hombres libres y erguidos en este lugar de sufrimiento, que pese a todo
logró inspirarles”, opina Alain Chouraqui, presidente de la fundación que
gestiona el campo.
Fábrica de teja usada como
campo de concentración en Les Milles.
La muestra recoge cincuenta
obras producidas en
Les Milles, así como numerosos documentos inéditos que dan cuenta de la vida
diaria en su perímetro. “Cada uno reaccionó de una manera distinta al
internamiento”, apunta la comisaria de la muestra, Juliette Laffon. Por
ejemplo, Bellmer llegó al campo con una maleta llena de ropa de verano,
material de dibujo y las obras completas de Baudelaire. Contrariado por lo que
le sucedía pero decidido a convertirlo en un estímulo para su arte, el pintor
creó obras en las que introdujo lo que le rodeaba. Sus dibujos reflejan el
ladrillo omnipresente, así como la sensación de estar viviendo una pesadilla
surrealista. Todo lo contrario que Max Ernst, delatado por un vecino que le
tomó por un espía alemán y sumido en la depresión al revivir los horrores de la
Gran Guerra. Durante su internamiento apenas cogió el pincel. Springer prefirió
retratar a los internos como si fueran divinidades clásicas u hombres de
Vitruvio, mientras que el solitario Wols se refugió en sus acuarelas circenses,
que reflejaban los miedos que le asaltaban.
La actividad artística no estaba prohibida y no
debía ser realizada en la clandestinidad. “Hasta la primavera de 1940, los
internos gozaron de cierta tolerancia. Bellmer incluso retrató a algunos de sus
guardas y se organizaron veladas festivas que frecuentaron transformistas”,
añade Laffon. En un horno industrial convertido en epicentro de la vida
cultural en el campo, los rehenes erigieron Die Katakombe, que tomaba su nombre
prestado de un cabaret contestatario en el Berlín de los días de Weimar. Los pintores
convivieron con escritores y críticos, tenores y directores de orquesta,
arquitectos y premios Nobel de medicina. Organizaron cursos y conferencias,
representaciones teatrales e incluso óperas. Los cuatro nombres homenajeados
por la muestra lograron sobrevivir, aunque no gozaron de un régimen distinto a
los demás. “Conocieron la soledad, el exilio, la xenofobia, el descenso a una
categoría inferior, la precariedad, la angustia y la privación. No fueron
privilegiados y no vivieron en una torre de marfil. Cada uno de estos artistas
se vieron reducidos a su estatus de recluso", describe el crítico de arte
Alain Paire en el catálogo de la muestra.
Alfred
Schulze dejaron aquí su huella
En 1982, el Estado francés intentó iniciar el derribo
del lugar, recuerdo indeleble del incómodo pasado que simbolizan los días de
Vichy. La movilización de las asociaciones de deportados logró salvar el lugar.
Tras treinta años de insistencia, consiguieron forzar al gobierno para
convertirlo en un lugar de memoria. “Todo el proyecto pretende recordar los
hechos para evitar que se vuelvan a producir”, afirma Fonvielle. “Y en ese
marco se inscribe esta exposición”.
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