Master Class .María Callas. Autor: Terrence
MacNally. Dirección: Agustín Alezzo. Dirección musical: Susana Naidich. Elenco:
Norma Aleandro, como Callas. Lucía Gandolfo, Carolina Gómez y Marcelo Gómez,
sus discípulos. Santiago Rosso, piano y Hugo Argüello, actor. Vestuario del
elenco: Pablo Battaglia y vestuario de Norma Aleandro: Gino Bogani. 17 de octubre, 2013.
En la Sala Verde del 9 al 27 de octubre, la prestigiosa
actriz argentina reitera la actualidad de una de las sopranos más legendarias
del siglo XX.
Master Class, la obra de Terrence MacNally, llega a
Madrid para recordar a esa figura de la ópera, que aparece en esta obra como en
el filo de una cornisa por donde se filtran a la vez, su devoción por el canto,
el sentido de la propia exigencia y la que ejercita con los pupilos de sus
clases magistrales y la fragilidad de una existencia privada, siempre adherida
al duelo.
Una niña fea
y gorda, al lado de una hermana más agraciada y más cercana al corazón de su
madre. Exilios, el hambre y la abyección de las penurias de la II Guerra
Mundial no impiden a María iniciar sus
estudios con la cantante Elvira de Hidalgo, que le descubrirá las posibilidades
de su propia voz para convertirla con el tiempo en alguien indispensable en los
escenarios líricos de los años posteriores
a la contienda.
Convertida en una mujer de bandera, delgada y bella
fue dirigida por los grandes del cine, Zefirelli, Visconti y un Pasolini que la
inmortalizó en Medea y que no figura en la obra de MacNally.
La Callas pagó un precio altísimo por su talento y
su éxito en la constelación de la ópera. Perdió el hijo que concibió del
también griego Aristóteles Onassis, su gran amor, que la abandonó por la
entonces más mediática Jacqueline Kennedy. Después de una carrera luminosa de poco más
de diez años, se quedó sin la voz que la
catapultó a la fama internacional y fueron un fracaso sus clases magistrales y
su última gira en compañía del también por entonces otoñal, Giuseppe Di
Stefano. María terminó sus días en París, sola.
Cuando murió yo también estaba en la ciudad y
devoré los periódicos que traían todos en la portada la foto de la divina. Era
bastante increíble que se hubiera eclipsado en la cincuentena. Pero no le
sobrevivió mucho a Onassis y desapareció rodeada de misterio, muy lejos los
días de vino y rosas de Skorpios y Maxim´s.
Norma Aleandro en Master Class está acompañada de
un elenco, que, contrariamente a lo que escriben los elegidos periodistas de
los diarios consagrados, no son meros figurantes sino que le dan, cada uno en
su espacio, un apoyo y un refuerzo a toda la obra.
Por supuesto, la consagrada estrella premiada en Cannes,
en San Sebastián, en Estados Unidos, con el David de Donatello entre otras
muchas distinciones, abrigada por un traje pantalón negro y un foulard blanco,
recogida por momentos en una capa que maneja con exquisita elegancia, juega con
el público y con la propia trayectoria escénica del personaje.
Hay en su elaboración de la Callas, algo de sorna,
de distanciamiento con quienes la escuchan desde la platea, de sadismo en el
tratamiento de los errores de los alumnos, de desmantelamiento de las
ambiciones de unos aprendices que, como ella misma les dice con frialdad, nunca
llegarán a nada en el mundo del canto. Y claro, un profundo dolor y un duelo
eterno que la retrotrae a las heroínas inmisericordes del antiguo teatro de los
griegos, aquellos fantasmas de Epidauro a los que tantas veces consiguió dar
vida.
Se entrelazan muy bien con la actuación de
Aleandro, las voces de los cantantes en escena y la grabación en off de las
performances de Callas de la Sonámbula, de Bellini, Tosca y Macbeth de Verdi,
pero ¡ay! no se incluyó su Norma, uno de sus papeles míticos.
Alguien exclamó a la salida con desapego y perfume
a naftalina: “sin alharacas…”. El comentario va bien con la propia trayectoria
de la cantante griega que se dejó la piel en los amores, las traiciones y la
falta de fidelidad de un público que al final de su carrera le volvió la
espalda.
No importan las frases frías de quien – como ese
señor desabrido y desagradecido del público- no habrá sabido ni querido
transmitir nada a nadie en su vida achaparrada y mezquina, lejos de
sobresaltos. Es todo lo contrario: la función mantiene la emoción, casi el
suspense de unos sentimientos desbordados y revividos que llevan al espectador
a ser partícipe de una tragedia. Aleandro se entrega a fondo, pero sigue siendo
ella misma. Es una profesional.
La peripecia existencial de María Callas se cerró solo
temporalmente. Siempre será parte del acervo de un siglo definitivo para la
cultura y de los que la admiramos. Le llegó la muerte una madrugada en París en
los años setenta, pero ahora ha vuelto a emerger de los encajes deshilvanados
de la historia del canto en la producción cálida y generosa de los Teatros del Canal.
Alicia Perris
Ver también “El destino inacabado de Aristóteles
Onassis y María Callas” en la biografía de Jacqueline Kennedy, el icono de las mil caras. Edimat libros,
Madrid, 2005 de la misma autora.
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