Confesiones de Stravinski
Las legendarias conversaciones entre el compositor ruso y Robert Craft
aparecen editadas por primera vez en castellano y en un solo volumen
Durante 21 años el escritor y director de orquesta
Robert Craft estuvo como una lapa pegado al lado del compositor y pianista Ígor
Stravinski: en su casa de Hollywood, en un apartamento cercano o en la
habitación contigua de un hotel neoyorquino. Allí, siempre, preguntó y cogió
dictado. Así nació Memorias y comentarios. Ígor Stravinski y Robert
Craft,una obra que originalmente se publicó, desde 1958, en Estados Unidos
y Reino Unido en varios tomos. Ahora Acantilado edita, en un solo volumen y por
primera vez en España, todas esas confesiones que recorren los tres grandes
periodos del compositor: Rusia, Europa y Estados Unidos.
El autor, en el prólogo a esta edición, defiende
que estas conversaciones informales con Stravinski son los únicos textos
publicados realmente suyos, al contrario de obras de encargo como laPoética
musical (también en castellano editada por Acantilado) yCrónicas de
mi vida, “en el sentido de ser fieles a la esencia de sus
pensamientos”. La edición española cuenta con traducción de Carme Font Paz y
con unos extensos pliegos de ilustraciones procedentes de la colección privada
de la familia Stravinski.
Craft (Kingston, Nueva York, 1923) fue amigo
durante lustros de Stravinski (Oranienbaum, Rusia, 1882-Nueva York, 1971). De
aquellas charlas larguísimas primero se publicaron seis libros en Estados
Unidos entre 1958 y 1969, y a la vez, cinco en Reino Unido ente 1958 y 1972:
estos últimos son la base del presente compendio. Es verdad que el fraseo del
compositor es único, una vez Craft lo regla a una lengua inglesa potable. Su
agudeza, el velocísimo vector de su criterio (“Escuchar supone un esfuerzo,
pero limitarse a oír no tiene mérito. Un pato también oye”), ya sitúa este
volumen en una posición privilegiada de lectura, dando la sensación de que cada
vez se lo conoce más en su aspereza, en ese tono ríspido y cortante, pero a la
vez sin pelos en la lengua siempre afilada: “Fokin, junto a Glazunov, era uno
de los dos hombres más desagradables que jamás haya conocido”. De sus mandobles
no se libraron ni Richard Strauss (Artur Rubinstein se negó a repetir el juicio
de Stravinski) ni otros contemporáneos como Diaguilev y su tocayo el director
Markevich (“Diaghilev también era vanidoso de un modo autodestructivo. Recuerdo
que, la penúltima vez que le vi, abrió su gabardina y me mostró muy
orgullosamente los kilos que había adelgazado por el bien de Ígor Markevich, su
último protégé, un arribista modesto y cruelmente implacable,
que sentía tanto afecto por Diaghilev como Herodes por sus hijos”.
Probablemente, la conclusión primera y más general
de este libro y, por extensión, del resto de la literatura stravinskiana, es
que al compositor le gustaba mucho hablar, explicarse, exprimir el concepto,
ceder pasional y cerebralmente al análisis y al meandro teórico o especulativo;
también le gustaba recordar, pero usando el hito memorial y la vivencia como
una biela para volver sobre sí mismo y su razón de ser: la música, sobre todo,
la propia.
El último libro de la muy prolija y exitosa
(editorialmente hablando) bibliografía de Robert Craft es el título Stravinsky: discoveries and memories, un
volumen de más de 400 páginas editado este año por NAXOS Books, y que incluye
un CD con La consagración de la
primaveradirigida por el propio Craft. Todo está bien cuando atraviesa
los cambios estéticos y la influencia de Schöenberg y Weber hasta llegar a un
capítulo titulado Amorous
augmentationsdonde expone y explora la posible (y ya antes sugerida)
homosexualidad del compositor ruso, dando por ciertos detalles de la intimidad
con el propio Diaghilev, con Maurice Ravel (con el que habría tenido una
relación esporádica) y con Maurice Delage (que llegó a convivir con la familia
Stravinski y al que, dice Craft, el compositor mandó una foto —que nadie ha
visto— desnudo y empalmado). Una nube de refutaciones autorizadas ha sido la
respuesta a estos planteamientos donde hay lugar para analizar el supuesto
“voraz apetito sexual” del músico ruso. Zachary Woolfe en un artículo delThe New York Times del pasado 17
de julio preguntó a varias personas por esto, como la coreóloga Millicent
Hodson, que ha reconstruidoLa
consagración… y considera una locura estas hipótesis para concluir:
“¿Cuál es el propósito de un historiador? La búsqueda de la verdad”.
Aquí está relatado el fugaz y dramático encuentro
frente al telón del antiguo Metropolitan Opera House de Nueva York en 1926, con
el pintor Serguéi Sudeikin (primer marido de Vera, aún su amante y luego su
esposa), a la sazón responsable del diseño de vestuario de Petroushka y
que también salía a saludar al público: “Stravinski dio media vuelta y se
marchó”.
Entre otros dardos a Shostakovich, resulta que en
un nuevo viaje a Estados Unidos en 1935 lo llevaron a ver la ópera Lady
Macbeth en el distrito de Mtsenk, dirigida por Artur Rodzinski y la
Orquesta de Cleveland: “abominable” fue el calificativo. Ese viaje fue
importante porque se daría la representación de tres de sus ballets
coreografiados por Balanchine, con la orquesta en el foso del Metropolitan
dirigida por el propio Stravinski: Apolo, El beso del hada y
el estreno mundial de Juego de cartas.
No hay que destripar aquí cómo luego el propio
Stravinski en los diálogos revive escenas, parlamentos y circunstancias, muchas
de ellas hilarantes, como la negativa de Rachmaninov a ducharse o su propia
negativa a opinar sobre el rock.
Entonces se llega a un aparte serio y muy
ilustrativo: Perspectivas de un octogenario. A la pregunta de
Craft: “¿Diría usted que el siglo XX, por ahora, ha constituido un periodo de
grandes logros musicales?”, Stravinski responde: “Creo que los vuelos más altos
de esta época, La consagración de la primavera, Pierrot Lunaire, Gurrelieder, pueden
equipararse a los grandes logros del pasado, a pesar de que no exista caudal
musical de ningún compositor de la época moderna que pueda compararse con el
rico caudal de Bach, Mozart y Beethoven”.
Con la cercanía del fin, Craft se atrevió a tocar
el temor a la muerte y la vejez: “Ahora la abordamos de un modo cosmético para
que al menos tenga mejor aspecto (…). No hay nada de triunfal en tener 84 años,
no hay euforia. Me he vuelto olvidadizo, repetitivo y duro de oído hasta el
punto de que trato de evitar cualquier conversación excepto las que se
desarrollan en ruso. Leo más que nunca, y cuando hablo, hablo demasiado”. Para
terminar, un nada sutil varapalo a Chaikovski en la última página, cuando habla
del Cuarteto en fa mayor, de Beethoven: “Ahora si el efecto de
tintineo del pizzicati en la última página nos parece
demasiado amanerado es en realidad culpa de Chaikovski, quien abusó de él”.
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