Los últimos derrumbes evidencian el precario mantenimiento de un conjunto
declarado Patrimonio de la Humanidad
Las ruinas de Pompeya. /
ERIC VANDEVILLE
Pompeya se
está desmoronando, de eso no hay ninguna duda. La cuestión es: ¿por qué se
desmorona justo ahora y sin remedio la ciudad romana sepultada por la erupción
del Vesubio en el año 79 después de Cristo, redescubierta en 1748 y declarada
Patrimonio de la Humanidad por laUnesco en
1997? Se podría decir que la culpa es del tiempo y la ausencia. “Su antigüedad
y la acción de los efectos meteorológicos tienen su parte de responsabilidad”,
reconoce la doctora Giuseppina Cerulli Irelli, pero la mayor parte corresponde
a la ausencia en los últimos años de un poder político comprometido con la
defensa de Pompeya. De la corrupción, de la burocracia paralizante, del saqueo
de la Camorra o de las hordas de turistas que, a razón de más de dos millones
al año, triscan a sus anchas y sin apenas vigilancia entre mosaicos y montones
de escombros. Los mosaicos hay que agradecérselos al amor por la belleza de los
romanos de entonces. Los derrumbes —los últimos han afectado a la Casa del
Torello de Bronce y a las Termas Centrales— a la ineptitud de los de
ahora.
Porque es la Roma de hoy —incapaz de deshacerse
del desprecio berlusconiano por la cultura, enredada en una burocracia asesina,
lastrada por los intereses torcidos de la casta política y sindical— la que
tiene a Pompeya abandonada. Las noticias sobre los derrumbes han dejado de
serlo. Hace cinco días, un vigilante descubrió la caída del trozo de estuco de
la Casa del Torello de Bronce, una de las más grandes de la zona arqueológica,
y la aparición de una grieta de dos metros de largo por uno de ancho en las
Termas Centrales. La reacción a la noticia fue idéntica a cuando, hace solo tres
semanas, se derrumbó el muro de una casa o, también el mes de noviembre de tres
años, se vino abajo la Schola Armatorum. Silencio de la administración, o
anuncio de proyectos urgentes que jamás se llevan a buen término, y protesta
metódica de los sindicatos. “Estamos hartos de repetir”, decía el último
comunicado firmado por las centrales Csil y Uil, “que se podría haber evitado
con un mantenimiento ordinario. Pero por desgracia aquí nadie escucha y el
resultado es que cada vez más áreas están más cerradas para los turistas”.
La Casa de Torello de Bronce y las Termas Centrales,
últimos afectados
Es verdad. Pero no es la única. Un recorrido por
la zona arqueológica hace un par de días vino a demostrar que son muchas las
casas de Pompeya que, más que patrimonio de la humanidad, parecen la escena
reciente de un crimen. Cintas de plástico rojas y blancas impiden el paso a los
derrumbes más recientes. Vallas de alambre, a los de hace unos meses. Un
vigilante —el único que nos cruzamos en un par de horas de paseo compartidas
con grupos de estudiantes adolescentes, excursiones de japoneses, familias
enteras con perros sueltos incluidos— accede a señalar sobre un mapa todas las
zonas cerradas al público por causa de derrumbes. Son un buen puñado. Las
razones que da el vigilante parecen calcadas de las que ofrece por teléfono un
miembro de la asociación Amigos de Pompeya: “Todos estos derrumbes están
sucediendo porque, de unos años a esta parte, han desaparecido los artesanos
—los marmolistas, los expertos en mosaicos— que formaban parte de la plantilla
y que, diariamente, cuidaban la excavación. Conocían los puntos débiles de la
ciudad, como el drenaje, y cuando llegaban las lluvias estaban atentos. Ahora,
el 90% o el 95% de los trabajos se contratan con el exterior. Gente que ni
conoce ni ama Pompeya y cuyos intereses, usted me entiende, a veces no son del
todo claros…”.
El vigilante y el integrante de Amigos de Pompeya
no solo comparten el diagnóstico, sino también el “usted me entiende” —la
referencia al poder de la Camorra, la mafia napolitana— y, en consecuencia, la
obsesión por el anonimato. El vigilante, tras señalar una multitud de derrumbes
en el plano —“los de la prensa solo os enteráis de los que no se pueden
ocultar”—, arruga el papel y se lo lleva; el experto rechaza de forma
terminante la posibilidad de una cita para seguir hablando del asunto: “No se
lo tome a mal, pero yo los cafés me los tomo en mi casa”.
No se trata solo de una sospecha. Y va mucho más
allá de la picaresca representada por aquel túnel de 30 metros descubierto en
2009 que iba desde la excavación a una vivienda cercana. Aquel viejo trapicheo
de la Camorra es ahora un sistema para hacerse con los contratos de obra. La
Guardia de Finanzas y los Carabinieri tratan, hasta ahora inútilmente, de
desenmarañar la red de intereses. No hay que olvidar que el pastel a repartir
es muy grande a pesar de la inoperancia de los políticos. Desde 2007 a 2012,
Italia —no solo Pompeya—desperdició buena parte de los 2.000 millones de euros
llegados de Bruselas para invertir en turismo y bienes culturas. Durante
aquellos cinco años, y pese a las graves carencias de conservación del
monumento más visitado de Italia, los responsables de la excavación no fueron
capaces de conseguir ni un euro. De la dejadez de los sucesivos gobiernos de
Silvio Berlusconi por el patrimonio cultural dan fe los desprendimientos en el
Coliseo, la Fontana di Trevi y, sobre todo, Pompeya.
La doctora Cerulli Irelli, exdirectora de las
excavaciones y experta en las pinturas de Pompeya y Herculano —la otra gran
ciudad romana enterrada por el Vesubio en el golfo de Nápoles—, añade a la mala
utilización del dinero y al poder corruptor de la Camorra otro factor aún más
difícil de combatir: “Las riadas de turistas. Cada día entran a Pompeya más
personas [MÁS DE 6.000]que las que habitaban la ciudad. Es un museo al aire
libre, pero sin las reglas de los museos, sin apenas vigilancia. Esa avalancha
de turistas también asesina Pompeya. Muchos de ellos —aunque sea triste
decirlo— no respetan las excavaciones, solo vienen en busca de una foto. Se
vuelven con ella a su país, pero sin saber mucho más que cuando llegaron. Es
triste decirlo: pero ya Pompeya solo existe en los libros”.
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