Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet
"Yo
creo en la suerte, en la gente y en el futuro"
Tengo 96 años. Nací en Kansas City y vivo, hace
sesenta años, entre Niza y Cannes. Casado, sin hijos. Licenciado en Arqueología
y Zoología Marina. Me duele que la guerra política interna de EE. UU. les
afecte a ustedes y al mundo. La cuestión de la existencia de Dios me supera.
Foto: Maite Cruz
Esto no es una entrevista, es prácticamente un
monólogo. Duncan tiene mucho que contar. "Espera, espera...", me dice
cada vez que intento preguntar, y lo hace con tanta gracia y dulzura que callo
y se nos hace de noche: 17 folios de entrevista. Es uno de los grandes.
Fotógrafo de combate, ha retratado las guerras del siglo XX buscando en ellas
la vida: lo cotidiano en aquellos jóvenes soldados, sus lágrimas, sus risas...
Esa mirada humilde y emocional le convirtió en amigo y fotógrafo de la vida
diaria de Picasso: bailando con Jacqueline en calzoncillos, en la bañera... 161
fotografías que ha cedido al Museu Picasso de Barcelona y que se exponen hasta
el 12 de enero.
Yo soy un hombre que ha tenido mucha suerte...
Fotografió de cerca la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea...
Estaba en el frente, junto a muchachos muy jóvenes, 18, 19 años. Ellos tenían sus armas y yo mi cámara, fotografiaba aquella cotidianidad terrible.
...
Llevaban pequeñas biblias: las leían y rezaban. Un minuto después, dos días después, ¡pum!, morían. Yo estaba tan cerca de ellos como lo estoy ahora de usted. Dígame, ¿cómo podía Dios matarlos a ellos y no a mí?
No los mataba Dios, sino los hombres.
De acuerdo, ¿pero por qué Dios no los protegía?... No lo entiendo, no entiendo nada. Yo he estado en cientos de guerras, pero sólo me rompí la cadera jugando con mi perro.
...
Mi suerte continuó, podría contarle tantas cosas... ¿Por qué le gusté a Picasso? Tantos han sido los fotógrafos que quisieron fotografiarle... y sin embargo me escogió a mí.
Tiene usted una gran humanidad.
En una rueda de prensa, un periodista me dijo: "Su amigo Capa le dijo que fuera a ver a Picasso en 1946, pero usted no fue hasta 1956, ¿por qué?". "¡Caramba! -le dije-, ¡es que estaba muy ocupado!... fotografiando el Kremlin; en Egipto, en Israel, en Palestina... ¿Cómo no lo entendéis?... Yo soy exactamente como vosotros: hoy estoy con un artista, mañana con un ministro, pasado quién sabe". ¡Esta profesión nuestra es fabulosa!
Da gusto oírle.
Creo en la suerte, en la gente y en el futuro: por duro que sea, dará gente maravillosa.
¿Cuáles son las cosas que más le han impactado en su vida?
Ahí la tiene: Sheila. Ha sido el mayor impacto de mi vida, sin lugar a dudas. He llegado a pasar un año sin pisar mi casa, es muy difícil estar casada con un hombre como yo.
Llegó a luchar contra los japoneses.
No he matado nunca a un hombre. Tuve la ocasión, pero no lo hice. Los norteamericanos querían invadir Tokio, pero todo acabó con la bomba atómica de Hiroshima. Poco después, vestido de marine con una Colt automática del 45 colgada del brazo, caminaba solo por las calles desiertas de Tokio.
Atrevido.
Si hubiese estado en Berlín en las mismas circunstancias, estoy convencido de que algún joven me habría matado, pero los japoneses... Cinco años después mis mejores amigos eran japoneses y nadie nunca volvió a mencionar la guerra: ni una palabra.
En Vietnam tomó partido.
De eso hace sesenta años: estaba en un programa de televisión llamado The today show y mientras esperaba que se encendiera la luz roja oí que daban una noticia: "Hoy por hoy 28.000 ciudadanos norteamericanos han muerto en Vietnam".
Usted acababa de volver.
Sí, y en ese momento imaginé al presidente Lyndon Johnson en su cama en la Casa Blanca, y todo se mezcló en mi cabeza. Se encendió la luz roja, me enfocaron y dije: "Yo protesto".
Convirtió aquel sentimiento en libro.
No podemos imponer nuestra voluntad en todos los rincones del mundo.
¿Qué foto recuerda especialmente?
Las más importantes son las que no he hecho. Es una mezcla de los marines, Picasso, los girasoles de Francia, tantas cosas...
Ha hecho usted ocho libros sobre Picasso.
Pasé mucho tiempo con él y Jacqueline. Nos caíamos bien. Cuando murió, Jacqueline me dijo: "Vamos a hacer un libro especial, un libro sobre la cerámica de Picasso". Trabajé duro tres años. Cuando lo terminé ilusionado pensé: "¡Lo hemos logrado, Jacqueline!" , pero no la llamé para decírselo, cogí el coche y conduje toda la noche camino de su casa. Esa noche se suicidó.
Desde que él murió bebía en exceso.
Volví a Alemania a ver a mi hermano, también alcohólico. Se pasó la noche contándome chistes que yo ya había oído. No conectamos. Y no lo volví a ver vivo: también se suicidó. La emoción no debe contenerse.
Lo siento.
Hay una foto de Jacqueline y Picasso sentados en las escaleras de La Californie y tras ellos hay una pintura de Jacqueline que Picasso me regaló. Yo a Picasso siempre le llamé "maestro" y él a mí "Ismael".
¿Por qué?
Nunca se lo pregunté. Cuando Jacqueline murió cogí esa foto y escribí en ella: "Buen viaje con Pablo", era la primera vez que le llamaba así. Y la coloqué bajo los pies de Jacqueline en el ataúd.
...
Las cosas se van así, como el chaval que a los 18 años rezaba con su biblia de bolsillo y una bala lo fulminaba en un segundo.
...
Un día di una conferencia sobre mi trabajo en México. Sólo vino mi familia. Les hablé durante una hora y media. Al terminar llegó un joven acalorado: "¿Es aquí la ponencia?... Yo también soy de Kansas City". Siento muchísimo no haberla repetido para él, porque lo único que me interesa es llegar a emocionar, aunque sea a una sola persona.
Fotografió de cerca la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea...
Estaba en el frente, junto a muchachos muy jóvenes, 18, 19 años. Ellos tenían sus armas y yo mi cámara, fotografiaba aquella cotidianidad terrible.
...
Llevaban pequeñas biblias: las leían y rezaban. Un minuto después, dos días después, ¡pum!, morían. Yo estaba tan cerca de ellos como lo estoy ahora de usted. Dígame, ¿cómo podía Dios matarlos a ellos y no a mí?
No los mataba Dios, sino los hombres.
De acuerdo, ¿pero por qué Dios no los protegía?... No lo entiendo, no entiendo nada. Yo he estado en cientos de guerras, pero sólo me rompí la cadera jugando con mi perro.
...
Mi suerte continuó, podría contarle tantas cosas... ¿Por qué le gusté a Picasso? Tantos han sido los fotógrafos que quisieron fotografiarle... y sin embargo me escogió a mí.
Tiene usted una gran humanidad.
En una rueda de prensa, un periodista me dijo: "Su amigo Capa le dijo que fuera a ver a Picasso en 1946, pero usted no fue hasta 1956, ¿por qué?". "¡Caramba! -le dije-, ¡es que estaba muy ocupado!... fotografiando el Kremlin; en Egipto, en Israel, en Palestina... ¿Cómo no lo entendéis?... Yo soy exactamente como vosotros: hoy estoy con un artista, mañana con un ministro, pasado quién sabe". ¡Esta profesión nuestra es fabulosa!
Da gusto oírle.
Creo en la suerte, en la gente y en el futuro: por duro que sea, dará gente maravillosa.
¿Cuáles son las cosas que más le han impactado en su vida?
Ahí la tiene: Sheila. Ha sido el mayor impacto de mi vida, sin lugar a dudas. He llegado a pasar un año sin pisar mi casa, es muy difícil estar casada con un hombre como yo.
Llegó a luchar contra los japoneses.
No he matado nunca a un hombre. Tuve la ocasión, pero no lo hice. Los norteamericanos querían invadir Tokio, pero todo acabó con la bomba atómica de Hiroshima. Poco después, vestido de marine con una Colt automática del 45 colgada del brazo, caminaba solo por las calles desiertas de Tokio.
Atrevido.
Si hubiese estado en Berlín en las mismas circunstancias, estoy convencido de que algún joven me habría matado, pero los japoneses... Cinco años después mis mejores amigos eran japoneses y nadie nunca volvió a mencionar la guerra: ni una palabra.
En Vietnam tomó partido.
De eso hace sesenta años: estaba en un programa de televisión llamado The today show y mientras esperaba que se encendiera la luz roja oí que daban una noticia: "Hoy por hoy 28.000 ciudadanos norteamericanos han muerto en Vietnam".
Usted acababa de volver.
Sí, y en ese momento imaginé al presidente Lyndon Johnson en su cama en la Casa Blanca, y todo se mezcló en mi cabeza. Se encendió la luz roja, me enfocaron y dije: "Yo protesto".
Convirtió aquel sentimiento en libro.
No podemos imponer nuestra voluntad en todos los rincones del mundo.
¿Qué foto recuerda especialmente?
Las más importantes son las que no he hecho. Es una mezcla de los marines, Picasso, los girasoles de Francia, tantas cosas...
Ha hecho usted ocho libros sobre Picasso.
Pasé mucho tiempo con él y Jacqueline. Nos caíamos bien. Cuando murió, Jacqueline me dijo: "Vamos a hacer un libro especial, un libro sobre la cerámica de Picasso". Trabajé duro tres años. Cuando lo terminé ilusionado pensé: "¡Lo hemos logrado, Jacqueline!" , pero no la llamé para decírselo, cogí el coche y conduje toda la noche camino de su casa. Esa noche se suicidó.
Desde que él murió bebía en exceso.
Volví a Alemania a ver a mi hermano, también alcohólico. Se pasó la noche contándome chistes que yo ya había oído. No conectamos. Y no lo volví a ver vivo: también se suicidó. La emoción no debe contenerse.
Lo siento.
Hay una foto de Jacqueline y Picasso sentados en las escaleras de La Californie y tras ellos hay una pintura de Jacqueline que Picasso me regaló. Yo a Picasso siempre le llamé "maestro" y él a mí "Ismael".
¿Por qué?
Nunca se lo pregunté. Cuando Jacqueline murió cogí esa foto y escribí en ella: "Buen viaje con Pablo", era la primera vez que le llamaba así. Y la coloqué bajo los pies de Jacqueline en el ataúd.
...
Las cosas se van así, como el chaval que a los 18 años rezaba con su biblia de bolsillo y una bala lo fulminaba en un segundo.
...
Un día di una conferencia sobre mi trabajo en México. Sólo vino mi familia. Les hablé durante una hora y media. Al terminar llegó un joven acalorado: "¿Es aquí la ponencia?... Yo también soy de Kansas City". Siento muchísimo no haberla repetido para él, porque lo único que me interesa es llegar a emocionar, aunque sea a una sola persona.
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