LA WIENER SYMPHONIKER DIRIGIDA POR ADÁM
FISCHER Y A LA PIANISTA MARÍA JOÂO PIRES
PROGRAMA
I)Joseph Haydn
(1732-1809). Sinfonía nº 101, en Re Mayor, “El Reloj”, Hob 1:101 (1794).
II) Ludwig van
Beethoven (1770-1827), Concierto para Piano y orquesta nº 2 e en Si Bemol
Mayor, Op. 19 (1795).
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III)Wolfgang Amadeus
Mozart (1756-1792), Sinfonía nº 41, en Do Mayor, “Júpiter”, K. 551 (1788). Miércoles,
4 de diciembre de 2013, 19.30 horas. Auditorio Nacional de Madrid, Sala
Sinfónica.
Nota: María Joâo Pires
escogió para este concierto un piano de cola Yamaha CFX, afinado por el Sr.
Kazuto Osato.
En su 2ª temporada
2013/2014, La Filarmónica, con su habitual sensibilidad a la hora de programar
su temporada en el Auditorio Nacional, escogió para esta velada una orquesta y
una intérprete de campanillas.
Efectivamente, la
Wiener Symphonikr es una formación que ha contado en su historia con grandes
exponentes de la dirección musical como Szell, Knappertsbusch, Walter o el
mismísimo Richard Strauss. En la actualidad, representa buena parte de la
producción musical de la capital de Austria y se engalana con la batuta de
artistas como Claudio Abbado, Lorin Maazel, Zubin Mehta, o en su día, Leonard
Bernstein o Sergiu Celibidache.
Para dirigir a esta
respetada formación y enriquecerse con la aportación de una pianista como María
Joâo Pires, la noche del 4 de diciembre, Adám Fischer fue el encargado de
llevar a buen puerto la dirección y la responsabilidad de esta orquesta.
Nacido en Budapest, ha
fundado el festival Haydn de Eisendstadt y la orquesta Austrohúngara de Haydn,
con la que continúa colaborando y con la que ha grabado las sinfonías completas
de este compositor. Ha llevado a cabo proyectos en común con las mejores
orquestas del mundo anglosajón en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y con la
NHK de Japón, la Orquesta de París o la Sinfónica de la Radio húngara, entre
otras.
Por su parte, la
pianista portuguesa, que nos visita a menudo, se ha convertido en una de las
mejores intérpretes de su generación, por la limpieza, la integridad y la
honestidad musical con que afronta un repertorio habitual pero no por eso,
menos variado y actualizado.
Lisboeta, desde 1970
se ha dedicado además a la pedagogía musical y ha trasladado sus inquietudes y
enseñanzas a lugares tan dispares como Brasil, Japón, Francia o Suiza. Cuenta
con una presencia asidua en las salas de concierto y además, con una amplia
discografía. Sus últimas grabaciones sobre Schubert y otra con el
violonchelista Antonio Meneses, fueron muy apreciados por la crítica
especializada y el público.
La Sinfonía “El Reloj”
que se disfrutó en la velada en el Auditorio, es una de las llamadas
“Londres”. Debido al “tic-tac” de su
segundo movimiento (Andante) que recuerda el sonido de un reloj, este
acompañamiento pendular, sigue de cerca a las continuas presentaciones del tema
principal.
Elaborada en forma
sonata, el Menuetto (Alegretto), llama la atención por la parte dedicada a la
flauta en el trío central. El Finale (Vivace) impregna y resume el espíritu
lúdico y positivo de una música para relajar y animar a las almas afligidas.
A pesar de que
Beethoven pensara que “No lo considero uno de mis mejores conciertos”, el nº 2
en Si bemol Mayor, se trata de una
hermosa partitura con una dedicación destacada también para la mano izquierda
que alcanza el lucimiento de las obras tradicionalmente pensadas para un predominio de la derecha.
Pires convierte en un
lujo esta obra del músico alemán, porque tiene un estilo, una técnica y una
sensibilidad fuera de lo común. Su compenetración con el director y la orquesta
es total. Su ejecución brillante, pero austera, femenina y nunca vecina del
desbordamiento al que algunos imprimen a la música del compositor de Bonn, fue
grandemente recompensada por un público entregado, al que la artista lusa
recompensó con un bis, también de Beethoven. Vestida con una de sus túnicas austeras
y sencillas, la artista rezuma modestia y saber estar. Para ella lo importante
es lo importante y no lo superfluo. Nada parece distraerla de su objetivo
primordial: su música y su arte.
La Sinfonía “Júpiter”
de Mozart fue un inmejorable colofón para una noche clásica, con un programa
que parece pensado para la educación de un príncipe. Como escribe Juan Manuel
Viana, en su excelente programa de mano, “cima soberbia e inalcanzable en la
que Mozart alía elementos de la sonata clásica con técnicas contrapuntísticas
para lograr una compleja, audaz y magistral síntesis”.
No faltó la vocación
pedagógica de la Filarmónica y del propio Auditorio, que intentan con
recomendaciones dobles y por escrito en el programa, que parte del público
habitual de esta sala de conciertos madrileña, algo frívolo e indisciplinado,
molesto, tome estas oportunidades de
disfrute musical con seriedad, dejando de hacer reiteradamente ruido, entrando
y saliendo a destiempo, tosiendo sin descanso y causando interferencias que molestan y mucho
a los intérpretes y al resto de los presentes, que sí quieren gozar de una
velada digna y respetable.
El director, Adám
Fischer, contribuyó también a este intento de organizar y convertir a los
oyentes en un grupo atento y respetuoso de su música. Envió señales y gestos de
silencio, mientras dirigía la parte programada de la velada y también durante
los dos bises que ofreció con generosidad y optimismo, el último de los cuales
fue un vals vienés habitual de los programas de la Musikverein en el Concierto
de Año Nuevo, que hizo las delicias del público. Lo aplaudieron mucho, a él y a
la orquesta que lo dio todo, con un sonido y una ejecución ajustadísima y
brillante. Fischer es estricto, pero rebosa calidez, sensibilidad y simpatía.
Una noche dulce,
envolvente y un proyecto conseguido. Terapéutico.
Alicia
Perris
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