Nacida George Jamieson en
1935, April Ahsley fue una de las primeras personas del mundo en cambiar de
sexo. Fue maniquí de Vogue y anfitriona de la Marbella dorada y el swinging
London.
Begoña Gómez Urzáiz
Ashley, en una imagen de 1962
Foto: Corbis
Cuando conocí al doctor Burou me preguntó: “¿Por qué una mujer tan
guapa como usted querría convertirse en un hombre?”. Y entonces le aclaré que
no, que la cosa iba al revés. Me hizo firmar papeles en los que yo admitía que
podía morir en la operación. Antes de ponerme la anestesia me llamó monsieur y
me puse furiosa. Al despertarme, me dijo: «Bonjour, mademoiselle», y
entonces supe que todo había ido bien».
A sus 78 años, April Ashley relata su historia con los giros y la
cadencia de quien la ha ensayado muchas veces. En una hora de conversación
aparecen: Elvis, Salvador Dalí y Picasso (ambos quisieron pintarla), Joséphine
Baker, el bailarín Antonio (con quien bailó flamenco en Marbella), los Beatles
y los Rolling Stones (encantadores, amigos y clientes de su restaurante en los swinging
sixties), David Bailey (quien la fotografió), Jean Cocteau, la duquesa de
Alba, el marqués de Villaverde, la hija de Churchill, su exmarido el lord…
¡ah!, y la reina de Inglaterra, quien le concedió el año pasado un MBE, una de
las máximas condecoraciones del Imperio Británico, por su labor en la comunidad
gay y transexual.
Ahora el Museo de Liverpool, su ciudad natal, le dedica una exposición
monográfica que durará todo un año y en la que se recogen fotografías y recuerdos
de su etapa como modelo –«Era la preferida de Vogue para posar en
lencería, porque no había chicas tan altas como yo»– y de toda su historiada
existencia, marcada por esa operación de reasignación sexual a la que se
sometió en Marruecos en 1960 y por la que aún da «gracias al cielo cada
mañana». Fue tan solo la novena persona del mundo en cambiar oficialmente de
género.
Los primeros recuerdos de April, antes George Jamieson, coinciden con
dos hechos igualmente cataclísmicos: el estallido de la Segunda Guerra Mundial
y la certeza de que había nacido en el cuerpo equivocado. «Para esquivar los
bombardeos alemanes nos obligaban a poner cartones oscuros en las ventanas y a
tener la luz siempre apagada. En mi infancia, todo era negro». A veces, la vida
se empeña en proporcionar las metáforas menos sutiles. «Siempre supe que algo
estaba mal. Las vecinas le preguntaban a mi madre: “¿Qué es eso?”. Yo no era
una persona, era un “eso”. Mi madre, que era muy católica y muy difícil, no me
quería, me veía demasiado diferente. Mi padre sí. Me decía: “Has venido a este
mundo para embellecerlo”».
Antes
de la operación, en el camerino del cabaret parisino Le Carousel.
Foto:
Museum of Liverpool
La mejor manera que se le ocurrió para salir de Liverpool fue
enrolarse en la marina mercante con tan solo 15 años, lo que casi le cuesta el
suicidio: «Durante la travesía, mis compañeros eran encantadores, pero al
llegar a puerto, bebían como cosacos y trataban de derribar la puerta de mi
camarote y arrancarme la ropa». Cada vez que recalaban en Francia, al joven
George le preguntaban en las tabernas: «¿Trabajas en Le Carrousel?». Todo el
mundo conocía el famoso cabaret de París que comandaba
Coccinelle, la primera transexual de Francia. Fue hasta allí y al verla llegar,
el dueño, monsieur Marcel, la interrogó:
—¿Sabes bailar?
—No.
—¿Sabes cantar? —No.
—Es igual, estás contratada.
George se convertía por primera vez en April («porque nací en abril»),
transformista y maestra de ceremonias del espectáculo más chisposo de Europa.
«Ginger Rogers, Rex Harrison, Joséphine Baker, la princesa Gracia… todo el
mundo pasaba por allí». También Elvis, aburrido de su servicio militar en
Alemania, iba a Le Carrousel cada fin de semana y se dedicaba a desvirgar a las
40 coristas, una a una. «Se quería acostar conmigo, pero su mánager, el coronel
Parker, no le dejó. Yo habría estado encantada, porque era bellísimo, con los
ojos y la piel más increíbles que hayas visto». Elvis le cayó mucho mejor que
Picasso, a quien llegó a visitar cuatro veces en su estudio, y quien «violaba
con los ojos». Por entonces, April ahorraba cada franco para poder viajar a
Marruecos, a la clínica de ese doctor Burou del que se hablaba entre susurros
en los camerinos de Le Carrousel.
Convertida en una mujer, volvió a Inglaterra. Con su aspecto
(«Tendrías que haberme visto», aclara, sin tiempo para la falsa modestia), no
le costó mucho infiltrarse en el mundo de la moda. Posó varias veces para el
fotógrafo David Bailey. «Y para todos los grandes. La gente de la moda era
estupenda, a ellos no les importaba quién era yo. Me decían que con mi cara y
mis piernas harían de mí una estrella». Incluso se estaba iniciando en el cine.
Todo iba bien hasta el fatídico domingo de 1961 en el que se despertó con
decenas de fotógrafos, y no precisamente de Vogue, apostados en su
jardín. «Sabemos lo que eres», le gritaban. Un amigo la había vendido al
tabloide Sunday People, que destapaba su caso en portada. «Me
traicionaron, y solo por cinco libras. Eso es lo que me da más rabia. Aquel
tipo podría haber sacado centenares». Bromea, pero aún le escuece. Después de
aquello, nadie quería darle trabajo. «Mi agente me dijo: “Aquí no vas a hacer
nada, vete del país”». Y, de todos los lugares del mundo, recaló en la España
franquista, donde regentó durante años el Jacaranda de Marbella, «el
único nightclub de la Costa del Sol». En las calles imperaba
la Ley de Vagos y Maleantes, por la que se podía encarcelar a cualquier
sospechoso de ser homosexual, pero en la burbuja de la aristocracia marbellí,
April era «la duquesita» (por su matrimonio con lord Rowallan, que después
sería anulado legalmente). «Creo que allí nunca habían visto algo tan glamuroso
como yo. Cada mañana galopaba con mi caballo por la playa. Fueron tiempos
maravillosos», rememora. Con fiestas en casa de los marqueses de Villaverde y
la duquesa de Medinaceli, y visitas al Prado. A April, por cierto, le gustan
«todos los Goya, menos los oscuros».
http://smoda.elpais.com/articulos/la-primera-modelo-que-fue-hombre/4167
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