ALBERTO OJEDA
El director alemán, en la
actualidad al frente de la Orquesta Nacional de Washington, exprime' a la Orquesta
Nacional de España estos días en el Auditorio Nacional. Su propuesta es un
“colorido” programa en el que comparten espacio Strauss, Schubert, Liszt y
Chaikovski. Antes de subirse al podio en Madrid repasa con El Cultural su
carrera, a caballo entre el piano y la batuta, y la influencia de sus grandes
maestros: Szell y Karajan.
Cuatro imponentes batutas internacionales dirigirán esta temporada a
la Orquesta Nacional de España. Semyon Bichkov (Orquesta de París) lo hizo a
finales de septiembre. Kent Nagano (Orquesta de Montreal) vendrá al Auditorio
Nacional en marzo y Fabio Luisi (Metropolitan Opera y Ópera de Zurich), en
junio. Currículos de mucho peso y recorrido. Cristoph Eschenbach (Breslau,
1940) redondea el plantel. El actual director de la Orquesta Nacional de
Washington, tras su paso por la Orquesta de París y de la de Filadelfia, llega
a Madrid con un programa “muy colorido”, como explica a El Cultural (por
teléfono desde Viena, donde está interpretando La flauta mágica al
frente de la Filarmónica de la capital austriaca).
“Para empezar, Till Eulenspiegels lustige Streiche, de Strauss, un poema sinfónico agitado y brillante. Luego he elegido Wanderer-Fantasie, en la versión de Liszt [la partitura la alumbró originalmente Schubert]. Es una pieza que yo tocaba cuando era pianista, una obra maravillosa pero de una orquestación extenuante”. Según la leyenda, Schubert, desbordado por la complejidad de su propia criatura, exclamó desesperado: “¡Que el diablo toque esta cosa!”. En los conciertos que ofrecerá en Madrid (viernes 13, sábado 14 y domingo 15) Eschenbach contará con el pianista germanocoreano Cristopher Park. Por último, dará un giro hacia Chaikovski (Sinfonía n°5, en mi menor), otra de sus debilidades.
“Lo que quiero es abordar compositores con estilos
muy diferentes entre sí a fin de mostrar los máximos registros posibles de la
orquesta. Creo que es una propuesta muy atractiva para mí, para los músicos
y para el público”.
Nunca se ha subido al podio para gobernar a la ONE. Dice que no conoce personalmente a David Afkham, director de la formación española y compatriota, pero que tiene “muy buenas referencias” de él. Y que, por lo que ha escuchado de la ONE, percibe que sus instrumentistas poseen lo que más le motiva: “curiosidad hacia las ideas nuevas. Seguro que nos entenderemos bien”.
Con quien se entendía bien Eschenbach era con Karajan. Recuerda con orgullo que la única audición que ha ofrecido tuvo como destinatario al totémico director de la Filarmónica de Berlín durante 35 años. “Contra su costumbre, estuvo escuchándome tocar una hora entera. Después me invitó a grabar el Concierto n° 1 para piano de Beethoven con él y el sello Deutsche Grammophon. Eso fue a mediados de los 60, periodo en el que Karajan se convirtió en su mentor. Aunque en esta época también fue trascendental para tallar su personalidad musical Georg Szell, director de origen húngaro pero con nacionalizado estadounidense.
Ambos tenían concepciones muy dispares a la hora de abordar su trabajo. Eschenbach resume el contraste con una curiosa pero ilustrativa metáfora: “El uno era el reverso del otro. Szell es un escultor y Karajan un pintor. Del primero aprendí el fraseo, la lucidez y la transparencia. Del segundo, los colores de la música, cómo alternarlos sin alterar las estructuras, casi como un impresionista, para transitar por diversas atmósferas”. A él le tocó luego conciliar las dos fórmulas para afianzar su estilo, que se caracteriza por “una especie de obsesión por conocer qué hay detrás de cada nota, porque sólo así es posible construir con solidez y credibilidad el edificio que está en potencia en una partitura”.
Szell y Karajan le moldearon cuando era un pianista y director balbuciente. Pero quien le empujó a consagrar su vida a la música fue Wilhelm Fürtwangler. La casualidad o el destino quisieron que el primer concierto sinfónico al que asistió el pequeño Eschenbach, con sólo 11 años y acompañado por sus padres, tuviera en el podio al histórico maestro berlinés. “Fue en Kiel, en una gira de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Me provocó una tremenda impresión. Aquel hombre era capaz de inspirar el éxtasis en sus músicos, parecía como si ángeles y demonios estuvieran tocando juntos”. Su madre notó la conmoción en el muchacho, que vio claro lo que quería ser de mayor en ese momento, y le colocó un violín en las manos y también empezó a darle clases de piano.
En realidad no era su madre sino su prima, que se hizo cargo de un niño maldecido por una suerte adversa. Su madre biológica había muerto al darle a luz, lo que le ha grabado para los restos un sentimiento de culpa difuso. Y su padre, reclutado a la fuerza por los nazis, cayó en el 45 en el frente ruso. Demasiada fatalidad, sólo contrarrestada por el afecto de sus padres adoptivos y la aplicación absoluta a la música. Eschenbach destacó primero como pianista. Los aficionados españoles más veteranos le recuerdan todavía con pelo en algunos conciertos por España en los años 60, como el que dio en el Instituto Alemán de Madrid.
El director germano se siente parte de la gran tradición pianística alemana. “Siguiendo la cadena de docencia, de profesores y alumnos, hay un hilo que une directamente a mi maestro con Beethoven. Por supuesto que yo soy una extensión de esa línea. Pero yo no me encorseto sólo en la esfera alemana. De hecho tengo una variedad de gustos muy cosmopolita. Siempre he mirado a los rusos, Chaikovski y Prokófiev, a la ópera italiana, a la música española, a la británica y a la americana”. En este último territorio Cristoph Eschenbach tiene especial predicamento. Fue de la mano de Georg Szell como dio el salto a los Estados Unidos. Éste le invitó a tocar, bajo su dirección, con la Orquesta de Cleveland en 1969. Allí ha capitaneado la Orquesta de Filadelfia entre 2003 y 2008, no sin ciertas polémicas y desencuentros con lo músicos y sus gestores . “Como en París, tuve que enfrentarme con demasiada incompetencia”. El fichaje de la Orquesta Nacional de Washington (y el Centro JFK para las Artes Escénicas) le devolvió la ilusión. Su bagaje acumulado en ambas orillas le permite cotejar el nivel de las orquestas europeas y las estadounidenses: “Hace 50 años las americanas eran más perfectas pero más frías. Pero en la actualidad las diferencias son mínimas. Las giras y una formación común de los músicos las han limado hasta hacerlas casi imperceptibles”.
Nunca se ha subido al podio para gobernar a la ONE. Dice que no conoce personalmente a David Afkham, director de la formación española y compatriota, pero que tiene “muy buenas referencias” de él. Y que, por lo que ha escuchado de la ONE, percibe que sus instrumentistas poseen lo que más le motiva: “curiosidad hacia las ideas nuevas. Seguro que nos entenderemos bien”.
Con quien se entendía bien Eschenbach era con Karajan. Recuerda con orgullo que la única audición que ha ofrecido tuvo como destinatario al totémico director de la Filarmónica de Berlín durante 35 años. “Contra su costumbre, estuvo escuchándome tocar una hora entera. Después me invitó a grabar el Concierto n° 1 para piano de Beethoven con él y el sello Deutsche Grammophon. Eso fue a mediados de los 60, periodo en el que Karajan se convirtió en su mentor. Aunque en esta época también fue trascendental para tallar su personalidad musical Georg Szell, director de origen húngaro pero con nacionalizado estadounidense.
Ambos tenían concepciones muy dispares a la hora de abordar su trabajo. Eschenbach resume el contraste con una curiosa pero ilustrativa metáfora: “El uno era el reverso del otro. Szell es un escultor y Karajan un pintor. Del primero aprendí el fraseo, la lucidez y la transparencia. Del segundo, los colores de la música, cómo alternarlos sin alterar las estructuras, casi como un impresionista, para transitar por diversas atmósferas”. A él le tocó luego conciliar las dos fórmulas para afianzar su estilo, que se caracteriza por “una especie de obsesión por conocer qué hay detrás de cada nota, porque sólo así es posible construir con solidez y credibilidad el edificio que está en potencia en una partitura”.
Szell y Karajan le moldearon cuando era un pianista y director balbuciente. Pero quien le empujó a consagrar su vida a la música fue Wilhelm Fürtwangler. La casualidad o el destino quisieron que el primer concierto sinfónico al que asistió el pequeño Eschenbach, con sólo 11 años y acompañado por sus padres, tuviera en el podio al histórico maestro berlinés. “Fue en Kiel, en una gira de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Me provocó una tremenda impresión. Aquel hombre era capaz de inspirar el éxtasis en sus músicos, parecía como si ángeles y demonios estuvieran tocando juntos”. Su madre notó la conmoción en el muchacho, que vio claro lo que quería ser de mayor en ese momento, y le colocó un violín en las manos y también empezó a darle clases de piano.
En realidad no era su madre sino su prima, que se hizo cargo de un niño maldecido por una suerte adversa. Su madre biológica había muerto al darle a luz, lo que le ha grabado para los restos un sentimiento de culpa difuso. Y su padre, reclutado a la fuerza por los nazis, cayó en el 45 en el frente ruso. Demasiada fatalidad, sólo contrarrestada por el afecto de sus padres adoptivos y la aplicación absoluta a la música. Eschenbach destacó primero como pianista. Los aficionados españoles más veteranos le recuerdan todavía con pelo en algunos conciertos por España en los años 60, como el que dio en el Instituto Alemán de Madrid.
El director germano se siente parte de la gran tradición pianística alemana. “Siguiendo la cadena de docencia, de profesores y alumnos, hay un hilo que une directamente a mi maestro con Beethoven. Por supuesto que yo soy una extensión de esa línea. Pero yo no me encorseto sólo en la esfera alemana. De hecho tengo una variedad de gustos muy cosmopolita. Siempre he mirado a los rusos, Chaikovski y Prokófiev, a la ópera italiana, a la música española, a la británica y a la americana”. En este último territorio Cristoph Eschenbach tiene especial predicamento. Fue de la mano de Georg Szell como dio el salto a los Estados Unidos. Éste le invitó a tocar, bajo su dirección, con la Orquesta de Cleveland en 1969. Allí ha capitaneado la Orquesta de Filadelfia entre 2003 y 2008, no sin ciertas polémicas y desencuentros con lo músicos y sus gestores . “Como en París, tuve que enfrentarme con demasiada incompetencia”. El fichaje de la Orquesta Nacional de Washington (y el Centro JFK para las Artes Escénicas) le devolvió la ilusión. Su bagaje acumulado en ambas orillas le permite cotejar el nivel de las orquestas europeas y las estadounidenses: “Hace 50 años las americanas eran más perfectas pero más frías. Pero en la actualidad las diferencias son mínimas. Las giras y una formación común de los músicos las han limado hasta hacerlas casi imperceptibles”.
http://www.elcultural.es/version_papel/ESCENARIOS/33797/Cristoph_Eschenbach
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