Gaetano
Donizetti (1797-1848), Melodramma giocoso en dos actos (1832). Libreto de
Felice Romani, basado en el texto de Eugène Scribe para la ópera Le philtre de
Daniel-François-Esprit Auber. Nueva producción del Teatro Real, en coproducción
con el Palau de les Arts de Valencia.
Ficha
Artística: Director musical, Marc Piollet. Director de escena, Damiano
Michieletto. Escenógrafo, Paolo Fantin. Figurinista, Silvia Aymonino. Iluminador,
Alessandro Carletti. Director del coro, Andrés Máspero. Fortepiano, Riccardo
Bini
Reparto
Adina,
Camilla Tilling. Nemorino, Ismael Jordi. Belcore, José Carbó. Dulcamara, Paolo
Bordogna. Giannetta, Mariangela Sicilia. Coro y Orquesta Titulares del Teatro
Real. 11 de diciembre de 2013.
Un
exceso de alegría desbordante, casi artificial, tanto movimiento, tanto
trasiego, a veces, esconde- como dirían los psicólogos- un núcleo depresivo. Es
recibida con distanciamiento por la crítica de la capital española esta ópera
de Gaetano Donizetti, alumbrada en 1832 para cubrir un vacío en la programación
de ese año en el Teatro della Cannobiana de Milán.
La
necesidad de una escritura apremiante, hizo que el compositor reutilizara
partituras ya en su haber y que imprimiera una rapidez no inhabitual en el
mundo de la lírica. A pesar de estas circunstancias, L´Elisir sobrevive
triunfalmente como una de las reposiciones más frecuentadas del maestro de
Bérgamo.
Sus
caracteres son prototipos de comportamiento, patrones de conducta en principio algo
acartonados, que van cobrando vida propia y calor emocional a medida que
transcurre la obra. La dulzura de Nemorino, la frivolidad de Adina y el
exhibicionismo varonil de Belcore, tan propio de un conquistador amoroso y la
condición de vendedor infatigable de Dulcamara (todos nombres simbólicos
además), van fundiéndose gracias al filtro mágico en un todo potente y
optimista donde se reconoce la virtud de un elemento aleatorio o forzado para
lograr el enamoramiento y el amor, esas rara avis del alma humana. Esta
partitura fue definida por William Asbrook como una “ópera bufa romántica”, muy
contrastada con las dramáticas Anna Bolena (1830) o Lucia di Lammermoor (1835),
por ejemplo.
Hay
un perfume de parodia en todo L´Elisir, hasta retrotraerse a la menos feliz
narrativa de Tristán e Isolda, un verdadero duelo medieval en el terreno
amoroso, reiteradamente citado en el texto de Donizetti. Se aprecia aquí la
influencia de Gioachino Rossini (1792-1868) y cómo no de Vincenzo Bellini
(1801-1835), los otros dos magos del triángulo belcantista.
El
compositor italiano cuenta con una musicalidad, con una alquimia creadora, que fluyen
en esta ópera, que va engarzando la cavatina “Quanto è bella” de Nemorino, con
la “Della crudele Isotta” de Adina y la fanfarronería del aria de Belcore,
“Come paride vezzoso”. Dulcamara por su parte tiene un lucimiento especial en
su desvergonzado por lo sincero, “Udite, udite, o rustici”.
Cómo
no ahondar en el aliento dramático del larghetto en tono menor de Nemorino,
“Adina, credimi”, por no recurrir a la que es probablemente el aria más famosa
del melodrama, mítica en su día en la voz y el corazón de Luciano Pavarotti,
“Una furtiva lagrima”. Hay que decirlo y escribirlo cuanto antes pese a quien
pese: no gustó a casi nadie, salvo tal vez a algún bisoño espectador de última
hora, la puesta en escena de Damiano Michieletto, que, en un guiño fácil colocó
a todos los personajes de L´Elisir en una playa algo maníaca y vulgar. Michieletto
estudió Dirección Escénica en la Escuela de Arte Dramático de Milán y se graduó
en Literatura Contemporánea en la Universidad de Venecia, donde nació. Silvia
Aymonino, de origen romano, acompaña el proyecto de Michieletto y hace de cada
traje una auténtica creación. Esmerado el cumplimiento de Paolo Fantin,
graduado en escenografía en la Academia de Bellas Artes de Venecia, habitual de
los grandes escenarios líricos italianos y europeos, premio Abbiati por La
gazza ladra y del romano Alessandro Carletto, como iluminador.
Menor concentración aunque gran colorido en la música ofrece esta propuesta, que influyó en la performance de los cantantes y sobre todo del director musical parisino Marc Piollet, que llevó la batuta con una cierta “nonchalance” distante y falta de garra. Incluso el coro que dirige como siempre Andrés Máspero adoleció de una falta de profundidad, debido probablemente a la constante agitación escénica que hacía complicado centrarse y tomárselo en serio. Demasiado cerca está ¡ay!, la geografía y el bullicio convencional de las playas veraniegas españolas en el mundo entero, para que trasladar este paisaje tan familiar a un escenario como el Teatro Real resulte estimulante o sugerente.
Menor concentración aunque gran colorido en la música ofrece esta propuesta, que influyó en la performance de los cantantes y sobre todo del director musical parisino Marc Piollet, que llevó la batuta con una cierta “nonchalance” distante y falta de garra. Incluso el coro que dirige como siempre Andrés Máspero adoleció de una falta de profundidad, debido probablemente a la constante agitación escénica que hacía complicado centrarse y tomárselo en serio. Demasiado cerca está ¡ay!, la geografía y el bullicio convencional de las playas veraniegas españolas en el mundo entero, para que trasladar este paisaje tan familiar a un escenario como el Teatro Real resulte estimulante o sugerente.
Entonces
existe una impregnación de lo visual por demasiado evidente que empasta el
universo sonoro y así las prestaciones vocales quedaron algo desvaídas y
atrapadas en el tráfago excesivamente colorista y ordinario de la puesta. Sin
embargo, este crisol de cantantes dio su fruto. Camilla Tilling, la joven
soprano sueca compone una Adina pícara y sensual en lo teatral, con un
despliegue vocal agradable y expresivo. Ismael Jordi se esfuerza en su
Nemorino, al que dota por momentos de una gran expresividad. Como se ha dicho
en otra ocasión, su técnica y su carrera tienen un recorrido por delante y
puede mejorar, aunque su papel es omnipresente y exigido y no le queda margen
para no moverse en una prestación que bordee la excelencia. José Carbó es un
barítono australiano de ascendencia española e italiana que nació en Argentina.
Construye un Belcore guapo, muy en su papel, enamoradizo pero sobre todo un Don
Juan que se pone la conquista de Adina como un “must”. Posee una bella voz,
bien timbrada, con un color muy luminoso, frasea bien y goza de un cómodo
fiato.
Reconocido
como uno de los mejores barítonos buffo de su generación, Paolo Bordogna, está
perfecto en la composición escénica y cuenta con un repertorio que le hace
interpretar este rol con solvencia. Su voz está muy bien proyectada, es
generosa y grata y así equipara este lucimiento con el que anteriormente tuvo
en el Real, con ocasión de La pietra del paragone y L´italiana in Algeri.
Mariangela
Sicilia, de Cosenza, (Calabria) hizo una holgada labor como Giannetta,
redondeando el elenco vocal con una cierta fluidez y generosidad que posibilitó
una noche cómoda y distendida para un público que, debido tal vez a las catorce
funciones que ofrece el coliseo madrileño de esta ópera, no completó el aforo,
sobre todo en los palcos, la noche del lunes 9 de diciembre.
Los
oyentes aplaudieron lo suyo en esta función, conscientes de que, a pesar de no
haber sido una propuesta apabullante y arrebatadora, el conjunto no estuvo mal.
Ya se preparan los ánimos para reencontrarse después del receso de Navidad, muy
corto, con Wagner (Tristán e Isolda) y el estreno mundial de Brokeback
Mountain, un desafío muy en la línea de la admirada y discutida constelación
Mortier. Felices Fiestas con paz, salud y prosperidad para todos. A ver si
puede ser…
Alicia
Perris
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