El Museo de África Central, herencia de la época colonial, se renueva para
transmitir una idea menos trasnochada de la historia
Congoleños en Tervuren
durante la Exposición Universal de Bruselas de 1897, que dio lugar al museo. / COLECCIÓN DEL MUSEO REAL DE ÁFRICA CENTRAL
Finales del siglo XIX. Un barco escoltado por
militares lleva a 250 congoleños a Bélgica, donde participarán en un importante
proyecto en el que se ha embarcado el hombre más poderoso del país. Leopoldo II
pretende dejar boquiabiertos a sus súbditos —y de paso recaudar
fondos— con la Exposición Universal de 1897. Logra su objetivo con creces. Más
de 1,2 millones de personas visitan la muestra de animales disecados,
utensilios y seres humanos procedentes de tierras africanas. Los dos centenares
de hombres, mujeres y niños decoran durante meses la muestra desde sus cabañas.
Por las noches, duermen en barracones militares. Siete de ellos no resisten el
invierno belga y mueren de gripe.
Sobre estas cenizas se construyó el Museo Real de África Central,
que se ha convertido en uno de los más populares del país. El edificio se
terminó en 1909 para dar cabida a una colección permanente que refleja cómo los
europeos veían un continente que se habían repartido con escuadra y cartabón.
Pero este modelo de museo benevolente con el colonialismo ha llegado a su fin.
El palacio de Tervuren cerrará mañana para emprender una profunda renovación en
la forma y en el fondo. Los que quieran visitarlo tendrán que esperar hasta su
reapertura en 2017. Y lo que se encontrarán entonces será muy diferente.
Alberto I inaugura en 1910
el nuevo edificio del museo creado por su tío, el Rey Leopoldo II. / COLECCIÓN DEL MUSEO REAL DE ÁFRICA CENTRAL
Basta dar una vuelta por el precioso palacio
neoclásico que el segundo rey de los belgas se hizo construir como su pequeño
Versalles para entender por qué los responsables del centro han decidido darle
un lavado de cara. “Bélgica lleva la civilización al Congo”, se puede leer en
una estatua nada más entrar. Sobre el letrero, un misionero abraza a un niño
africano semidesnudo que parece precisar la llegada de un blanco europeo que lo
eduque y cristianice. “Aquí no ha cambiado nada en los últimos 60 años. Y
algunas salas no se han tocado desde su inauguración. Este es el último museo
colonial del mundo. Tenemos que actualizar la imagen que ofrecemos”, explica el
director de la institución, Guido Gryseels.
Pero para dar con la obra que quizás mejor resuma
el espíritu de la época —y la que suscita más recelo en la comunidad africana,
deseosa de quitarse de encima pesadas etiquetas— hay que avanzar un poco. En un
pasillo está instalada una estatua de un hombre amenazante disfrazado de
leopardo atacando a otro, ambos negros. Se trata de una figura que cualquier
tintinófilo reconocerá como fuente de inspiración para las aventuras del
aguerrido periodista que Hergé imaginó en África. Un hombre-leopardo
exactamente igual aparece en Tintín en el Congo, el álbum por el que se tachó al
dibujante belga de racista y colonialista.
La imagen no solo alimenta el mito del africano
salvaje. También sirve para explicar el sustrato ideológico de un museo
construido a mayor gloria de Leopoldo II, el hombre que se hizo con el Estado
Libre del Congo —cuya extensión equivalía a 76 veces la de Bélgica— como una
propiedad privada personal en la que cultivar, entre otras cosas, el caucho
necesario para los neumáticos de los automóviles que empezaban a proliferar.
Entre tanto, varios millones de congoleños perdieron la vida. “Se ha hablado de
10 millones, pero es una exageración. Sí hubo millones de muertes, pero es
imposible saber el número exacto”, señala Idesbal Goddeeris, historiador de la
Universidad de Lovaina.
explica su director
Pese a su pesada herencia, el museo que emprende
ahora una renovación que costará 75 millones de euros también ha servido para
fomentar el debate sobre el pasado de un país embarcado en una ola de exámenes
de conciencia. En los últimos 15 años —con la publicación del libro Los
fantasmas de Leopoldo o la exposiciónLa memoria del Congo— Bélgica ha
empezado a cuestionarse su responsabilidad ante lo que en su
momento se vendió como una campaña civilizadora por el bien de los africanos.
“Yo misma, que trabajo aquí, me enteré gracias a esa muestra de que el Congo
belga segregaba las razas. Que en las tiendas había zonas para negros y para
blancos. No me lo podía creer”, confiesa una empleada del museo.
“Los belgas nos aproximamos de manera muy
emocional a la antigua colonia. Casi todos tenemos un familiar que estuvo allí,
convencido de haber ido por un buen motivo. El Congo poseía el mejor sistema de
salud, de educación y las mejores carreteras de toda África. El problema es que
todo se hizo con una actitud muy paternalista”, sostiene Gryseels. Es cierto
que todos los niños aprendían a leer y a escribir. Pero en 1960, cuando se
independizó, el país solo tenía 27 licenciados universitarios.
Pero, ¿cómo resolver el dilema de incorporar una
mayor sensibilidad sin adulterar la historia? Los responsables del museo han
encontrado su propia respuesta. La colección permanente seguirá intacta. Nada
se ocultará, pese a que resulte ofensivo. Seguirá siendo posible encontrar en
las paredes 40 veces el símbolo de Leopoldo II; y se mantendrá el listado de
belgas muertos en el Congo sin uno solo de los africanos que perecieron por
Bélgica. Pero incorporarán obras de artistas africanos contemporáneos, que
arrebaten a los europeos blancos el monopolio del relato histórico. “Puede ser
un buen paso adelante. Pero aún podríamos hacer más por incorporar voces de la
antigua colonia para conocer mejor nuestra historia”, añade el historiador
Goddeeris.
Christian-Joseph Djongakodi es una de esas voces
que el museo ha escuchado para esta nueva etapa. Confía en que la colección que
se verá a partir de 2017 deje de ser una justificación de la época colonial.
Pero no puede evitar un respingo cuando se le menciona la estatua del
hombre-leopardo. “Por supuesto que me genera rechazo, y muestra la herida que
tenemos muchos africanos. Pero también vemos en esa figura algo de lo que estar
orgullosos. Representa la resistencia de los negros contra los que conquistaron
tierras ajenas”, responde Djongakodi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario