jueves, 19 de marzo de 2015

JACQUES OFFENBACH, EN EL TEATRO DE LA ZARZUELA




 Zarzuela bufa en tres actos y cuatros cuadros, de Henri Meilhac y Ludovic Halévy. Música de Jacques Offenbach. Teatro de La Zarzuela, 18 de marzo, 2015.

Ficha Artística 

Dirección musical 

Cristóbal Soler 

 Dirección de escena, escenografía, vestuario e iluminación ,Pier Luigi Pizzi

 Realización de la dirección de escena
Massimo Gasparon
(supervisión de escenografía, vestuario e iluminación)
 Coreografía
Marco Berriel

REPARTO

LA GRAN DUQUESA,  Nicola Beller Carbone
 FRITZ,  Andeka Gorrotxategi
 WANDA,  Elena de la Merced
 EL CONDE PUCK, Manuel de Diego
 EL GENERAL BUM, César San Martín
 EL PRÍNCIPE POL, Gustavo Peña
 EL BARÓN GROG, Francisco Crespo
 EL CAPITÁN NEPOMUCENO, Enrique R. del Portal
 IZA, Leonor Bonilla
 OLGA, Nuria García Arrés
 AMELIA, Ana Cadaval
 CARLOTA, Hanna Moroz
 NOTARIO, Juan Ignacio Artiles*
* Miembro del Coro del Teatro de la Zarzuela

Bailarines
Estíbaliz Barroso, José Ángel Capel, Araceli Caro, Íñigo Celaya, Estefanía Corral, José Antonio Domínguez, Alberto Escobar, Daniel Ramos, Susana Román, Sara Peña

Figuración
Ariel Carmona, Javier Crespo, Pablo Garzón, Javier Martínez, Iván Nieto, Joseba Priego, Marcos Rivas, Pedro Ángel Roca, Robson Dos Santos, Israel Trujillo, Gustavo Adrián Villalba, Álvar Zarco

Orquesta de la Comunidad de Madrid
Titular del Teatro de la Zarzuela

Coro del Teatro de la Zarzuela
Director:
Antonio Fauró

Edición de Jean-Christophe Keck y traducción de Enrique Mejías García.
Estrenada en Madrid en el Teatro del Circo (Bufos Arderíus), el 7 de noviembre de 1868. Se trata de una producción del Festival del Valle d'Itria de Martina Franca (1996).


En el turbulento escenario del II Imperio de Napoléon III, cuando la capital de Francia prefiguraba el final de una época, igual que sucedió al final del siglo XIX con la preparación de la caída del Imperio Austrohúngaro, varios compositores y artistas judíos, hacían de las suyas. De sus travesuras fantásticas nacieron las composiciones de Halévy, Meyerbeer y Offenbach.
Jacques Offenbach ( nacido en Colonia, luego, Alemania, el 20 de junio de 1819 y fallecido en París, el 5 de octubre de 1880) fue un compositor y violonchelista judío nacido en la Confederación Germánica que luego se convirtió al catolicismo y se nacionalizó francés.
Está considerado el creador de la opereta moderna y de la comedia musical y sin duda fue uno de los compositores más influyentes de la música europea de su tiempo. Su producción fue inmensa y variadísima. Sus “Cuentos de Hoffmann” no han dejado nunca de representarse y a menudo se desempolvan sus maravillosas partituras consideradas por algunos creaciones menores, pero de una ductilidad y un ingenio compositivo que sorprenden. Ahí están para demostrarlo Orfeo en los infiernos o La bella Helena, por ejemplo.
Había visto la luz en Deutz, hoy un barrio de la ciudad de Colonia, en el seno de una familia judía, con el nombre de Jakob. Su padre fue cantor sinagogal y profesor de música, el compositor Isaac Juda Eberst y su madre, Marianne Rindskopf.
 Poco antes de su nacimiento cambiaron su apellido por el nombre de la ciudad natal del padre, Offenbach del Meno, cercana a Frankfurt. Estudió violonchelo y violín, pero París fue durante décadas (lo continúa siendo aún) una de las mecas de los pintores, escritores y compositores y a esa ciudad se dirigió en 1833, donde fue alumno de Cherubini en el Conservatorio.
Se casó con la española Herminia de Alcain, de 18 años de edad, pero para eso dejó al menos formalmente la religión judía, aunque sus compatriotas del pueblo hebreo siempre lo han considerado uno de los suyos más suyos. 
Fundó en 1855 el teatro «Bouffes Parisiens » donde llevó a escena sus propias obras, que reflejan la despreocupación de su época, ese talante preapocalíptico del que nadie parecía darse cuenta y si así hubiera sido, vivieron como les señaló Horacio, “aprovecha tu día”.
Después de la batalla de Sédan, que barrió para siempre las monarquías y los imperios de Francia, con la caída del Imperio de Napoléon III, creó el Théâtre de la Gaité aunque sin éxito y dio una gira por Estados Unidos con el mismo resultado.
Su condición de fronterizo, de trashumante, le granjearon a Offenbach muchos enemigos locales, como suele suceder, pero su chispa y esa “nonchalance” tan judía a la par que el humor que todos reconocen a su pueblo, le permitieron sobrevivir con gracia y continuó creando, porque Offenbach era/es de la estirpe de los supervivientes.
Según Karl Krauss, reconocido escritor de la Viena fin de siècle, el compositor de origen germano «cumple la función de remediar la estupidez, darle un respiro a la razón y estimular la actividad mental».
Offenbach inventó incluso nombres para algunas obras individuales: anthropophagie y chinoiserie musicale, comédie à ariettes, conversation alsacienne, légende bretonne y légende napolitaine y también fantasie musicale, opéra féerie, tableau villageois y valse.
Al programar esta opereta, el Teatro de la Zarzuela está recuperando un género que durante los siglos XIX y XX,  se mostró con mucha frecuencia sobre sus tablas.

Esta vez, la conocida pieza antimilitarista francesa, una burla al estamento castrense, sube a escena traducida al español, como entonces, con una emblemática producción de Pier Luigi Pizzi.

Esta puesta en escena, sumamente sencilla, es una muestra del estilo y colorido del regista italiano, capaz de llegar, con los recursos más simples, a la escena misma del teatro lírico francés. Otro acierto del director italiano y responsable del Teatro de La Zarzuela, Paolo Pinamonti.
Esta opereta, que relata la divertida historia de una extravagante y tiránica aristócrata, mucho más cercana a Catalina II de Rusia, que a Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia de origen español y esposa de Napoléon Le Petit, resulta una interesante ocasión para corroborar cómo el género aparentemente más despreocupado del momento, también se convirtió en ocasiones en mecanismo de denuncia y crítica social.
 La zarina rusa casi acaba con la organización del ejército zarista por su voracidad amatoria y esta es precisamente, una de las características temperamentales de la Gran Duquesa de Gerolstein, alrededor de la cual pivota toda la propuesta literaria y musical.
 No siempre la adaptación al español y el léxico resultan afortunados, un poco oxidados si acaso y las reinterpretaciones no necesariamente son tan brillantes como el original. Esto le ocurrió también a la Carmen que ofreció La Zarzuela a comienzos de esta temporada, pero el público está cantado con esta propuesta y eso es muy importante.
 Además, la velada transcurre con una dinámica y una frescura llena de una alegría arrolladora. Escénicamente perfecta la interpretación de Nicola Beller Carbone como la Gran Duquesa “qui aime les militaires”, aunque su voz no siempre resulta tan obnubilante como su físico y su actuación. Se trata de una cantante todo terreno con una trayectoria sorprendente y lleva el vestuario como un guante.
Fritz, en la voz y el desempeño escénico de Andeka Gorrotxategi es de una ligereza limpia y cautivadora, voz potente y hermosa, buena planta, como le gustan a la soberana protagonista.
 La Wanda de Elena de la Merced tiene una prestación bonita y generosa, como el Conde Puck de Manuel de Diego y el General Bum de César San Martín, divertidos, muy en su rol de acompañantes laxos en una corte de opereta. De eso se trata, justamente.
El Príncipe Pol de Gustavo Peña compone un papel un tanto afeminado, que no siempre es bien recibido, pero marca un corte diferente en el poblado reparto y cuenta con una buena voz.
 El barón Grog tiene una vis cómica ajustada y canta adecuadamente, igual que sus compañeros de reparto Enrique R. del Portal, como el capitán Nepomuceno e Iza, Olga, Amelia, Carlota y el notario, en las voces de Leonor Bonilla, Nuria García Arrés, Ana Cadaval, Anna Moroz y Antonio González respectivamente.
 La danza le presta al montaje una vivacidad que entusiasma, aunque a veces parezca reiterarse y los bailarines tienen un encanto enorme y lo hacen muy bien. Son una delicia.
 La figuración es relevante también en la puesta, así como la dirección musical de Cristóbal Soler, quien se deja llevar por momentos por una facilidad y una condescendencia a la que La gran Duquesa tiene tendencia desde el punto de vista compositivo.
 Pier Luigi Pizzi, como se dijo al principio, recrea un ambiente de cuento, festivo, en “el mejor de los mundos posibles”, como diría el Candide de Voltaire. Su enfoque es ingenioso y bello. Massimo Gasparon, que supervisa la escenografía, el vestuario, precioso y la iluminación,  contribuye también al éxito global desde la realización de la dirección de escena, para cerrar un espectáculo redondo.
 El escritor Félix de Azúa, cita en el periódico español El País, la obra “Jacques Offenbach y el París de su tiempo”, antes inhallable y ahora reeditada por la editorial Capitán Swing. De  ella opina que “han pasado más de cien años desde que se editó, pero la sociedad que describe, delirante, fantasmagórica, entregada a su propia destrucción, no es muy distinta de la nuestra.
 La diferencia es que los parisinos se hundieron en el vicio y cayeron en la ruina y la guerra con gran estilo”.
 No tuve tiempo de preguntar a ninguno de los presentes si estaría de acuerdo con esta aseveración, porque estaban ocupados en aplaudir a rabiar al final de la función.


Alicia Perris

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