Zarzuela bufa en tres actos y cuatros cuadros, de Henri Meilhac y Ludovic Halévy. Música de Jacques Offenbach. Teatro de La Zarzuela, 18 de marzo, 2015.
Ficha Artística
Dirección musical
Cristóbal Soler
Dirección de escena, escenografía, vestuario e iluminación ,Pier Luigi Pizzi
Realización de la
dirección de escena
Massimo Gasparon
(supervisión de
escenografía, vestuario e iluminación)
Coreografía
Marco Berriel
REPARTO
LA GRAN DUQUESA, Nicola
Beller Carbone
FRITZ, Andeka
Gorrotxategi
WANDA, Elena
de la Merced
EL CONDE PUCK, Manuel de Diego
EL GENERAL BUM, César San Martín
EL PRÍNCIPE POL, Gustavo Peña
EL BARÓN GROG, Francisco Crespo
EL CAPITÁN NEPOMUCENO, Enrique
R. del Portal
IZA, Leonor
Bonilla
OLGA, Nuria
García Arrés
AMELIA, Ana
Cadaval
CARLOTA, Hanna
Moroz
NOTARIO, Juan
Ignacio Artiles*
* Miembro del Coro del Teatro de la Zarzuela
Bailarines
Estíbaliz Barroso, José Ángel Capel, Araceli Caro,
Íñigo Celaya, Estefanía Corral, José Antonio Domínguez, Alberto Escobar, Daniel
Ramos, Susana Román, Sara Peña
Figuración
Ariel Carmona, Javier Crespo, Pablo Garzón, Javier
Martínez, Iván Nieto, Joseba Priego, Marcos Rivas, Pedro Ángel Roca, Robson Dos
Santos, Israel Trujillo, Gustavo Adrián Villalba, Álvar Zarco
Orquesta de la
Comunidad de Madrid
Titular del Teatro de la Zarzuela
Coro del Teatro de la
Zarzuela
Director:
Antonio Fauró
Edición de Jean-Christophe
Keck y traducción de Enrique
Mejías García.
Estrenada en Madrid en el Teatro del Circo (Bufos Arderíus), el 7 de
noviembre de 1868. Se trata de una producción del Festival del Valle d'Itria de
Martina Franca (1996).
Jacques Offenbach ( nacido en Colonia, luego, Alemania,
el 20 de junio de 1819 y fallecido en París, el 5 de octubre de 1880) fue un compositor
y violonchelista judío nacido en la Confederación Germánica que luego se
convirtió al catolicismo y se nacionalizó francés.
Está
considerado el creador de la opereta moderna y de la comedia musical y sin duda
fue uno de los compositores más influyentes de la música europea de su tiempo.
Su producción fue inmensa y variadísima. Sus “Cuentos de Hoffmann” no han
dejado nunca de representarse y a menudo se desempolvan sus maravillosas partituras
consideradas por algunos creaciones menores, pero de una ductilidad y un
ingenio compositivo que sorprenden. Ahí están para demostrarlo Orfeo en los
infiernos o La bella Helena, por ejemplo.
Había visto la luz en Deutz, hoy un barrio de la ciudad de Colonia, en el seno de una
familia judía, con el nombre de Jakob. Su padre fue cantor sinagogal y profesor
de música, el compositor Isaac Juda Eberst y su madre, Marianne Rindskopf.
Poco antes de su nacimiento cambiaron su
apellido por el nombre de la ciudad natal del padre, Offenbach del Meno, cercana a Frankfurt. Estudió violonchelo y violín, pero
París fue durante décadas (lo continúa siendo aún) una de las mecas de los pintores,
escritores y compositores y a esa ciudad se dirigió en 1833, donde fue alumno
de Cherubini en el Conservatorio.
Se casó con la española Herminia de
Alcain, de 18 años de edad, pero para eso dejó al menos formalmente la religión
judía, aunque sus compatriotas del pueblo hebreo siempre lo han considerado uno
de los suyos más suyos.
Fundó en 1855 el teatro «Bouffes
Parisiens » donde llevó a escena sus propias obras, que reflejan la despreocupación
de su época, ese talante preapocalíptico del que nadie parecía darse cuenta y
si así hubiera sido, vivieron como les señaló Horacio, “aprovecha tu día”.
Después de la batalla de Sédan, que
barrió para siempre las monarquías y los imperios de Francia, con la caída del
Imperio de Napoléon III, creó el Théâtre de la
Gaité aunque sin éxito y dio una gira por Estados Unidos con el mismo
resultado.
Su condición de fronterizo, de
trashumante, le granjearon a Offenbach muchos enemigos locales, como suele
suceder, pero su chispa y esa “nonchalance” tan judía a la par que el humor que
todos reconocen a su pueblo, le permitieron sobrevivir con gracia y continuó
creando, porque Offenbach era/es de la estirpe de los supervivientes.
Según Karl Krauss, reconocido
escritor de la Viena fin de siècle, el compositor de origen germano «cumple
la función de remediar la estupidez, darle un respiro a la razón y estimular la
actividad mental».
Offenbach inventó incluso nombres
para algunas obras individuales: anthropophagie y chinoiserie
musicale, comédie à ariettes, conversation alsacienne, légende bretonne y légende
napolitaine y también fantasie musicale, opéra féerie,
tableau villageois y valse.
Al programar esta opereta, el Teatro de la Zarzuela está recuperando
un género que durante los siglos XIX y XX, se mostró con mucha frecuencia sobre sus
tablas.
Esta vez, la conocida pieza antimilitarista francesa, una burla al
estamento castrense, sube a escena traducida al español, como entonces, con una
emblemática producción de Pier Luigi Pizzi.
Esta puesta en escena, sumamente sencilla, es una muestra del estilo y
colorido del regista italiano, capaz de llegar, con los recursos más simples, a
la escena misma del teatro lírico francés. Otro acierto del director italiano y
responsable del Teatro de La Zarzuela, Paolo Pinamonti.
Esta opereta, que relata la divertida historia de una extravagante y
tiránica aristócrata, mucho más cercana a Catalina II de Rusia, que a Eugenia
de Montijo, emperatriz de Francia de origen español y esposa de Napoléon Le
Petit, resulta una interesante ocasión para corroborar cómo el género
aparentemente más despreocupado del momento, también se convirtió en ocasiones
en mecanismo de denuncia y crítica social.
La zarina rusa casi acaba con la organización del ejército zarista por
su voracidad amatoria y esta es precisamente, una de las características
temperamentales de la Gran Duquesa de Gerolstein, alrededor de la cual pivota
toda la propuesta literaria y musical.
No siempre la adaptación al español y el léxico resultan afortunados,
un poco oxidados si acaso y las reinterpretaciones no necesariamente son tan
brillantes como el original. Esto le ocurrió también a la Carmen que ofreció La
Zarzuela a comienzos de esta temporada, pero el público está cantado con esta
propuesta y eso es muy importante.
Además, la velada transcurre con una dinámica y una frescura llena de
una alegría arrolladora. Escénicamente perfecta la interpretación de Nicola
Beller Carbone como la Gran Duquesa “qui aime les militaires”, aunque su voz no
siempre resulta tan obnubilante como su físico y su actuación. Se trata de una
cantante todo terreno con una trayectoria sorprendente y lleva el vestuario
como un guante.
Fritz, en la voz y el desempeño escénico de Andeka Gorrotxategi es de
una ligereza limpia y cautivadora, voz potente y hermosa, buena planta, como le
gustan a la soberana protagonista.
La Wanda de Elena de la Merced tiene una prestación bonita y generosa,
como el Conde Puck de Manuel de Diego y el General Bum de César San Martín,
divertidos, muy en su rol de acompañantes laxos en una corte de opereta. De eso
se trata, justamente.
El Príncipe Pol de Gustavo Peña compone un papel un tanto afeminado,
que no siempre es bien recibido, pero marca un corte diferente en el poblado
reparto y cuenta con una buena voz.
El barón Grog tiene una vis cómica ajustada y canta adecuadamente,
igual que sus compañeros de reparto Enrique R. del Portal, como el capitán
Nepomuceno e Iza, Olga, Amelia, Carlota y el notario, en las voces de Leonor
Bonilla, Nuria García Arrés, Ana Cadaval, Anna Moroz y Antonio González
respectivamente.
La danza le presta al montaje una vivacidad que entusiasma, aunque a
veces parezca reiterarse y los bailarines tienen un encanto enorme y lo hacen
muy bien. Son una delicia.
La figuración es relevante también en la puesta, así como la dirección
musical de Cristóbal Soler, quien se deja llevar por momentos por una facilidad
y una condescendencia a la que La gran Duquesa tiene tendencia desde el punto
de vista compositivo.
Pier Luigi Pizzi, como se dijo al principio, recrea un ambiente de
cuento, festivo, en “el mejor de los mundos posibles”, como diría el Candide de
Voltaire. Su enfoque es ingenioso y bello. Massimo Gasparon, que supervisa la
escenografía, el vestuario, precioso y la iluminación, contribuye también al éxito global desde la
realización de la dirección de escena, para cerrar un espectáculo redondo.
El escritor Félix de Azúa, cita en el periódico español El País, la
obra “Jacques Offenbach y el París de su tiempo”, antes inhallable y ahora
reeditada por la editorial Capitán Swing. De ella opina que “han pasado más de cien años
desde que se editó, pero la sociedad que describe, delirante, fantasmagórica,
entregada a su propia destrucción, no es muy distinta de la nuestra.
La diferencia es que los parisinos se hundieron en el vicio y cayeron
en la ruina y la guerra con gran estilo”.
No tuve tiempo de preguntar a ninguno de los presentes si estaría de acuerdo
con esta aseveración, porque estaban ocupados en aplaudir a rabiar al final de
la función.
Alicia Perris
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