Ha vuelto Philippe
Jaroussky a Madrid, con un repertorio al que no nos tiene
acostumbrados. Atrás ha quedado por el momento toda su performance vocal
dedicada al Barroco, cuando resplandecía bajo fantásticos trajes en los mejores
teatros de Francia y otras capitales de Europa.
A pesar de que su recital colocó el cartel de “entradas agotadas”, había huecos en la sala y como siempre, una enorme expectación.
La velada comenzó con unos minutos de retraso pero todo parece perdonársele a un cantante prolífico, muchas veces sobreexpuesto en los escenarios, que nos obligó a trasladarnos de estética y de época.
Podríamos intuir en esta variación de repertorio una voluntad de proteger su voz y su tesitura, tan exigida habitualmente, amparándose bajo el lirismo de un poeta- Paul Verlaine- considerado un clásico irremediable en Francia, porque no solo se recita en funciones teatrales, sino también en los colegios, como su partenaire tan querido en una relación sentimental dramática y peculiar, Arthur Rimbaud.
Considerado el autor maldito por excelencia, junto a unos escritores tan féericos como inasibles, Baudelaire, o Edgard Poe, con Mallarmé es tratado como maestro y precursor por los artistas simbolistas y decadentistas.
Su constelación de influencia se amplía incluso a Hispanoamérica, donde influyó grandemente en autores como José Martí, Pablo Neruda o José Asunción Silva.
Hay profusión de imágenes y figuras literarias en su obra y una marcada sinestesia, impregnada de misticismo y misterio, colmada de una sensualidad lánguida y contenida, que aprovecharán como inspiración la pléyade de compositores que le han puesto música a sus poemas.
A pesar de que su recital colocó el cartel de “entradas agotadas”, había huecos en la sala y como siempre, una enorme expectación.
La velada comenzó con unos minutos de retraso pero todo parece perdonársele a un cantante prolífico, muchas veces sobreexpuesto en los escenarios, que nos obligó a trasladarnos de estética y de época.
Podríamos intuir en esta variación de repertorio una voluntad de proteger su voz y su tesitura, tan exigida habitualmente, amparándose bajo el lirismo de un poeta- Paul Verlaine- considerado un clásico irremediable en Francia, porque no solo se recita en funciones teatrales, sino también en los colegios, como su partenaire tan querido en una relación sentimental dramática y peculiar, Arthur Rimbaud.
Considerado el autor maldito por excelencia, junto a unos escritores tan féericos como inasibles, Baudelaire, o Edgard Poe, con Mallarmé es tratado como maestro y precursor por los artistas simbolistas y decadentistas.
Su constelación de influencia se amplía incluso a Hispanoamérica, donde influyó grandemente en autores como José Martí, Pablo Neruda o José Asunción Silva.
Hay profusión de imágenes y figuras literarias en su obra y una marcada sinestesia, impregnada de misticismo y misterio, colmada de una sensualidad lánguida y contenida, que aprovecharán como inspiración la pléyade de compositores que le han puesto música a sus poemas.
En este concierto, acompañado de una forma exquisita por el pianista Jérôme Ducros, que conoce
su ritmo y respeta sus tiempos con delicadeza, Jaroussky considera que para él
“este repertorio siempre ha sido su jardín secreto” y que, después de un primer
álbum, Opium (grabado
en 2009), decidió construir uno más ambicioso, Green, objeto de esta velada.
Aquí explora la filosofía de Verlaine de acuerdo con las primeras frases de su célebre Art Poétique, “De la musique avant toute chose”, destacando la preeminencia de la tonalidad y la riqueza de cada uno de sus versos, que invaden el escenario de una resonancia particular, evocadora de un universo crepuscular de emociones ambiguas, por momentos indescifrables.
Es una evidente afinidad que impulsó a músicos como Fauré, Honegger, Massenet o Debussy y a cantautores legendarios y universales como Trénet, Brassens o Ferré a hacer suyos sus versos y ponerles música. Hay una comunión espiritual y creativa que recorre las décadas y nos transporta del siglo XIX al XX, pero la esencia permanece.
Como se indica en el completo programa de mano de la velada, “Con el heterogéneo repertorio de esta noche Philippe Jaroussky quiere ofrecernos, entre otras cosas, un amplio panorama de adaptaciones musicales de los mismos poemas, lo que nos permite comparar, por ejemplo, el melodismo melancólico y terso del Colloque sentimental de Léo Ferré con la incisiva visión de Debussy, que expresa en frases nítidamente contrastadas la distancia anímica entre las dos voces del texto; o escuchar dos muestras distintas (el sobrio intimismo de Chausson frente a la efusión lírica de Poldowski) de La lune blanche.
En el apartado pianístico de esta noche también se nos ofrece Idylle, una agradable pieza pianística de Chabrier, compositor que estuvo muy vinculado con Verlaine por amistad, aficiones noctámbulas y alguna colaboración artística.
A destacar entre las numerosas versiones y compositores que se despliegan esta noche en el teatro de La Zarzuela, difíciles de reseñar de manera exhaustiva, dada su número, riqueza y complejidad,la obra de una hija de un conocido compositor y violinista de origen polaco, Régine Wieniawski firmaba sus composiciones con el seudónimo de Poldowski. Es conocida sobre todo por sus canciones, entre las que destacan las dedicadas a la poesía de Verlaine”.
En su atribulada vida, el creador fue un homenaje a la poesía y a la vida, aunque paradójicamente murió joven, estuvo en la cárcel y su forma de producirse se encuadró en los límites de la autodestrucción y la carrera galopante hacia la soledad y la muerte.
Melancólico y cargado de una tristeza estuvo Philippe Jaroussky la noche de Green en La Zarzuela, en consonancia con las obras y los sentimientos que abanderó Verlaine en medio de la vorágine de su existencia.
Vestido de negro, muy francés, y camisa blanca, un estilo sobrio y poco llamativo para que tal vez el énfasis y la atención se centraran en los poemas y en la música. Lejos quedan ahora los antiguos oropeles que lució en otras ocasiones en veladas operísticas y grabaciones burbujeantes y de fuegos de artificio, que hubiera amado y vestido un Farinelli.
Su voz sigue teniendo la luz y la tersura habituales, pero sin gorjeos ni exhibiciones barrocas a la Bartoli, la mezzosoprano tan admirada y respetada por el joven contratenor francés.
Ha sido una noche oscurecida por la penumbra de la tristeza y el sufrimiento de las propuestas poéticas y musicales que me devuelven a mi infancia, cuando al intentar recitar en francés a Verlaine, el que fuera mi primer e irremplazable maestro me dijo, sin dramatismos, que se me daría mejor el latín que la impronunciable por entonces para mí lengua de Molière.
Hubo muchísimos aplausos del público, sus seguidores incondicionales y también propinas de uno de los cantantes más admirados de la actualidad operística internacional: un aria de la opereta Frisch-Ton-Kan de Chabrier, contando además con la voz del pianista, Jérôme Ducros y la versión de Colombine de Brassens, otro mito.
Como anécdota podríamos terminar diciendo que las dos primeras estrofas de la “Chanson d´automne”, fueron la contraseña elegida por las tropas aliadas en la II Guerra Mundial para anunciar a la Resistencia Francesa, que había comenzado el desembarco de Normandía: “Les sanglots longs des violons de l´automne blessent mon coeur d´un longueur monnotone”. Oh là là!
Aquí explora la filosofía de Verlaine de acuerdo con las primeras frases de su célebre Art Poétique, “De la musique avant toute chose”, destacando la preeminencia de la tonalidad y la riqueza de cada uno de sus versos, que invaden el escenario de una resonancia particular, evocadora de un universo crepuscular de emociones ambiguas, por momentos indescifrables.
Es una evidente afinidad que impulsó a músicos como Fauré, Honegger, Massenet o Debussy y a cantautores legendarios y universales como Trénet, Brassens o Ferré a hacer suyos sus versos y ponerles música. Hay una comunión espiritual y creativa que recorre las décadas y nos transporta del siglo XIX al XX, pero la esencia permanece.
Como se indica en el completo programa de mano de la velada, “Con el heterogéneo repertorio de esta noche Philippe Jaroussky quiere ofrecernos, entre otras cosas, un amplio panorama de adaptaciones musicales de los mismos poemas, lo que nos permite comparar, por ejemplo, el melodismo melancólico y terso del Colloque sentimental de Léo Ferré con la incisiva visión de Debussy, que expresa en frases nítidamente contrastadas la distancia anímica entre las dos voces del texto; o escuchar dos muestras distintas (el sobrio intimismo de Chausson frente a la efusión lírica de Poldowski) de La lune blanche.
En el apartado pianístico de esta noche también se nos ofrece Idylle, una agradable pieza pianística de Chabrier, compositor que estuvo muy vinculado con Verlaine por amistad, aficiones noctámbulas y alguna colaboración artística.
A destacar entre las numerosas versiones y compositores que se despliegan esta noche en el teatro de La Zarzuela, difíciles de reseñar de manera exhaustiva, dada su número, riqueza y complejidad,la obra de una hija de un conocido compositor y violinista de origen polaco, Régine Wieniawski firmaba sus composiciones con el seudónimo de Poldowski. Es conocida sobre todo por sus canciones, entre las que destacan las dedicadas a la poesía de Verlaine”.
En su atribulada vida, el creador fue un homenaje a la poesía y a la vida, aunque paradójicamente murió joven, estuvo en la cárcel y su forma de producirse se encuadró en los límites de la autodestrucción y la carrera galopante hacia la soledad y la muerte.
Melancólico y cargado de una tristeza estuvo Philippe Jaroussky la noche de Green en La Zarzuela, en consonancia con las obras y los sentimientos que abanderó Verlaine en medio de la vorágine de su existencia.
Vestido de negro, muy francés, y camisa blanca, un estilo sobrio y poco llamativo para que tal vez el énfasis y la atención se centraran en los poemas y en la música. Lejos quedan ahora los antiguos oropeles que lució en otras ocasiones en veladas operísticas y grabaciones burbujeantes y de fuegos de artificio, que hubiera amado y vestido un Farinelli.
Su voz sigue teniendo la luz y la tersura habituales, pero sin gorjeos ni exhibiciones barrocas a la Bartoli, la mezzosoprano tan admirada y respetada por el joven contratenor francés.
Ha sido una noche oscurecida por la penumbra de la tristeza y el sufrimiento de las propuestas poéticas y musicales que me devuelven a mi infancia, cuando al intentar recitar en francés a Verlaine, el que fuera mi primer e irremplazable maestro me dijo, sin dramatismos, que se me daría mejor el latín que la impronunciable por entonces para mí lengua de Molière.
Hubo muchísimos aplausos del público, sus seguidores incondicionales y también propinas de uno de los cantantes más admirados de la actualidad operística internacional: un aria de la opereta Frisch-Ton-Kan de Chabrier, contando además con la voz del pianista, Jérôme Ducros y la versión de Colombine de Brassens, otro mito.
Como anécdota podríamos terminar diciendo que las dos primeras estrofas de la “Chanson d´automne”, fueron la contraseña elegida por las tropas aliadas en la II Guerra Mundial para anunciar a la Resistencia Francesa, que había comenzado el desembarco de Normandía: “Les sanglots longs des violons de l´automne blessent mon coeur d´un longueur monnotone”. Oh là là!
Alicia Perris
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