Lukas Pairon, director de
MusicFund, la semana pasada en Madrid. / KIKE
PARA
Jorge Drexler cantaba
el sábado su Milonga del moro judío como un espontáneo más en
el patio de La Casa
Encendida de Madrid. Instrumentos de todo tipo lo arropaban
ante un público encantado y sentado en el suelo, entre el que correteaban niños
jugando. El músico uruguayo se sumaba así a la campaña de Music Fund,fundación del
belga Lukas Pairon, de la que fue embajador, que recibe instrumentos que habían
quedado olvidados en las casas de ciudadanos europeos para que vuelvan a la
vida en manos de niños de Gaza, Mozambique o Congo. Ya han cumplido 10 años
repartiendo música por el mundo.
Music Fund trabajó sus primeros años en Oriente Próximo e intensificó con
el tiempo sus esfuerzos en Gaza, después de que el director de orquesta Daniel
Barenboim y el intelectual palestino Edward Said, fundadores de la West-East
Divan Orchestra, le comentaran lo difícil que resultaba en algunos lugares
conseguir instrumentos musicales. “En 2007, empezamos a trabajar con las
escuelas de música de Maputo [Mozambique], Kinshasa [Congo] y Tetuán
[Marruecos], y desde hace tres años también tenemos proyectos en Haití. En
Europa también trabajamos en zonas complicadas; lo que hacemos es recoger
instrumentos por todo el territorio europeo y luego llevarlos tras las campañas
a Bélgica, donde está la sede de Music Fund”, cuenta Pairon.
Cuando esos instrumentos llegan a Bruselas, un equipo de técnicos se
encarga de devolverles el esplendor.
¿Qué siente uno de esos niños al recibir un instrumento? “Quieren tocar
música, así que son felices. Lo que ofrecemos es la oportunidad de que haya más
gente que pueda estudiar música. Hay muchas circunstancias, pero en una zona de
extrema pobreza como la de Kinshasa esta iniciativa es algo muy potente. Es
complicado, porque esos niños parten de cero, pero en cuanto empiezan a hacer
música con otras personas, se convierte en algo muy especial”, añade. En Congo,
por ejemplo, Music Fund ha conseguido que jóvenes de familias de delincuentes
formen un grupo de percusión tradicional congoleña o que niños de 10 años que
viven en la calle entre la violencia y las infecciones creen bandas de metales.
Junto a ellos, forman a lutieres en los lugares donde tienen proyectos para que
se especialicen en reparar instrumentos.
“La música no puede acabar con las guerras ni erradicar la pobreza, pero te
hace crear algo bello que transforma tu personalidad y tu vida diaria”, dice
Pairon. “Algunos niños exageran y, como el título de la campaña de recogida,
dicen que la música les ha salvado. No creo que la música salve, pero así
expresan su pasión y lo importante que es esa ayuda para ellos”, apostilla. “No
me gusta la proclama del sistema de Venezuela, que dice que la música ha
salvado a esos niños de la pobreza. Creo que la música juega un papel en la
transformación social; hay jóvenes que vienen de familias con complejidades y
que no tienen posibilidad de acceder al estudio de un instrumento, y sí que les
ayudamos”, concluye. Ayer, cuando se cerró la recogida de instrumentos en
Madrid, el número de donaciones ascendía a un total de 306.
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/11/30/actualidad/1448890827_540641.html
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