Por Alicia Perris
MACBETH, de Giuseppe Verdi ( 1813- 1901).
Domingo 20 de diciembre, 2015
Ópera en 4 actos
y dos cuadros. Libreto de Francesco María Piave y Andrea Maffei. Estrenada en
Florencia en el Teatro della Pergola, el 14 de marzo de 1847. Editores y
propietarios: Casa Ricordi, Milán.
Director
musical: Henrik Nánási , Director de escena: Peter Stein, Escenografía:
Ferdinand Wögerbauer. Vestuario: Anna Maria Heinreich
Iluminación: Joachim
Barth
VOCES
Plácido Domingo:
Macbeth, Ekaterina Semenchuk: Lady Macbeth, Giorgio Berrugi: Macduff ,Alexánder
Vinogradov: Banco, Dama de Lady Macbeth: Federica Alfano*. Malcolm: Fabián
Lara*. Médico: Lluís Martínez **.Criado de Macbeth: Boro Giner**.Sicario: Pablo
Aranday*. Heraldo: Juan Felipe Durá**
Apariciones:
Josep de Martín+ y Héctor Francés+. Brujas: Alejandro Amores, Jorge Boluda,
Yester Mulen**. Sicarios: Carlos Díez, Esaúl Llopis, Jeilson Serrano**. Mujer:
Estela Carbonell**
*Centre de Perfeccionament
Plácido Domingo
**Cor de la Generalitat Valenciana
+Escolanía de la
Mare de Déu dels Desemparats
++Ballet de la
Generalitat
Cor de la
Generalitat Valenciana, Director, Francesc Perales. Orquestra de la Comunitat
Valenciana. Coproducción: Teatro dell’Opera di Roma, basada en la producción
original del Salzburger Festspiele.
un buque insignia musical
maravilloso, EL Palau de les Arts, enclavado en el corazón cultural y
científico de la ciudad (¿cuál no lo es?), levanta el telón de la décima temporada
de abono con Macbeth,
de Verdi en la Sala Principal.
Parcialmente escrita por el
dramaturgo de Stratford-upon- Avon, contó con adiciones de Thomas Middleton
(“The witch”) y sus fuentes son Holinshed y Boece y el personaje del primer
asesinato de la pareja más sangrienta del teatro isabelino, fue, realmente, el
rey de Alba, Duncan I, muerto en 1040 a manos del Macbeth histórico.
Es la primera creación de Shakespeare
que el compositor de Busseto llevó a la escena operística y cuenta con Plácido
Domingo como estrella del reparto en su papel número 145. Verdi le dedicó su
décima ópera a Antonio Barezzi, su primer suegro. Como escribió el compositor:
“He aquí este Macbeth, que amo más que a todas mis otras óperas”.
El “baritenor” madrileño, que a sus
casi 75 años, recoge el desafío de defender un personaje sombrío, intenso,
emocionante, corroído por la ambición, la traición y posteriormente por la
culpa. ¿Otro “juguete del destino”, como exclamaría Romeo, el joven enamorado
de Shakespeare?
Enardecido hasta la ceguera por la
suerte, la predicción de las brujas y desgarrado sin tregua por un fatum que él
mismo ha contribuido a alimentar.
Macbeth se despide del Palau de les
Arts, coincidiendo con el estreno de la enésima versión cinematográfica de esta
gran tragedia, dirigida esta vez por Justin Kurzel y con Michael Fassbender y
Marion Cotillard en los roles principales.
Hay otras composiciones como la
ópera de Ernest Bloch de 1910, Lady Macbeth de Mtsensk de Shostakóvich, o el
Poema Sinfónico de Richard Strauss, representaciones teatrales y traducciones
en todo el mundo, hacen de esta propuesta una de las más visitadas del bardo
inglés, verdadero paradigma de la falta de moral y de un maquiavelismo tan
renacentista, tan florentino y a la vez, por supuesto, tan propio del
sanguinario teatro isabelino, un reflejo especular de la política inglesa a lo
largo de la historia, cruenta y sin principios.
La mujer de Macbeth es el prototipo
de la mujer enloquecida, sin límites, como la dulce adolescente de “Lástima que
sea una…” de John Ford, o más hacia atrás en la historia del teatro universal,
Medea, la vengativa madre que ajusticia a sus propios hijos por ira y despecho
hacia el marido y el padre de su propia descendencia.
Se trata además de otra ópera donde
Verdi vuelca sus propios fantasmas. La pérdida de los hijos y la ausencia de
descendencia, el destino, la carrera permanente hacia la infelicidad y el vacío
y esa descripción tan proverbial y ambigua, que hace del papel de la mujer,
danzando siempre sobre el abismo, entre la figura de la “mamma” y sobre todo,
las Amneris, las Eboli, en fin, toda la colección interminable de “traviatas”,
que desencadenan catástrofes imposibles de contener ni de parar.
Está claro que una de las evidencias
que más atormenta a los Macbeth, es que reinarán los hijos de otros designados
por el destino, no los suyos propios, porque carecen de ellos, circunstancia
que viven como un vacío irreparable. Henrik Nánási, el director húngaro,
regresa al podio de Les Arts con este Verdi, después de su éxito con El
castillo del duque Barbazul el
año pasado y el director alemán Peter Stein
firma la puesta en escena de Macbeth,
que es una coproducción de Salzburgo y la Ópera de Roma.
Cuando paseo por la
playa de La Malvarosa (irrefrenable recuerdo de Manuel Vicent y su geografía), a la mañana siguiente de la velada operística, me
encuentro enfrente del lugar donde Plácido Domingo, el mítico cantante español,
tiene su cuartel general. Es un día perfecto de otoño, casi de primavera al
revés del calendario y, programa en mano, aprovecho para repasar las carnosas
propuestas del Palau para esta temporada: Bohème, Silla, Samson et Dalila,
Aída, Idomeneo, Café Kafka, de Francisco Coll, Sueño de una noche de verano de
Britten, Katiuska, y otras óperas, Don Quijote de Minkus, conciertos,
recitales, conferencias, esta gran sala de música impone e infunde respeto y
admiración con su despliegue arquitectónico pero también musical.
Impagable la
gestión del todo que hace el Intendente, Davide Livermore y el trato a los
medios por parte de los responsables de prensa, atenta la recepción al público
y asequibles las entradas en un teatro democrático en la concepción visual y
con una acústica envidiable. Un modelo raro e imaginativo, donde la dedicación
no a “los estudiantes de canto” sino a los “jóvenes cantantes” es primordial y
un must. Livermore tuvo algunos desencuentros por su enfoque de su gestión cultural en Italia, pero aquí y ahora, respira a pleno pulmón.
Con estos mimbres,
no podía resultar más que una versión contundente del Macbeth verdiano, con un
despliegue de emociones que alcanzan al espectador hasta en el plano más
físico.
El desempeño
musical de Henrik Nánási, con la complicidad eficaz de la orquestra de la
Comunitat Valenciana, es de una completa
riqueza sonora, con una elegancia manifiesta en los timbres y en los matices,
absoluta su conexión con el territorio vocal de los artistas y una antena
permanente puesta en el núcleo del escenario. Dirige como un italiano, ¡qué más
se podría escribir de él! Joven y cargado de esperanzas, este maestro especial.
Austera pero
proteica este proyecto acabado de Peter Stein y Ferdinand Wögerbauer, con una
iluminación talentosa a cargo de Joachim Barth y un excelente vestuario (clásico,
¡menos mal que no nos ponen unos cortesanos vestidos como en los años de la II
Guerra Mundial o el Novecento, por ejemplo!).
Aparece resuelto el
hecho teatral con gran soltura y magnificencia, haciendo del minimalismo
virtud, con una compenetración generosa con las voces, el texto y la música. El
coro es una pieza importantísima en esta ópera y la dirección vocal y escénica
de su director, Francesc Perales, consigue una expresividad y un potencial riquísimo.
Los niños del ballet que acompañan el sueño de Macbeth son una delicia.
Plácido Domingo,versionó
en 6 ocasiones este Macbeth y su actuación es inenarrable. Sabio, inteligente, salva
sin complejos y con elegancia, todas las trampas que puede presentar este rol y
esta partitura. Arrastra sus ropajes a lo grande por un escenario que, aunque
amplio, a veces le resulta pequeño, como un viejo león emancipado.
La mezzo rusa
Ekaterina Semenchuk, ejercita un personaje antipático, muy amargo. Su
prestación es sólida, pero a veces le falta dulzura, incluso en un rol, que,
como se ha explicado, no tiene ningún viso positivo. Áspera su dicción además,
pero hace una buena pareja con Domingo, amplificando el efecto musical y
teatral en la escenificación de la crueldad y la sangre.
La
contextualización del noble Banco de Alexánder Vinogradov, el suelto y ajustado
Macduff de Giorgio Berrugi y el excelente Malcolm de Fabian Lara, la dama de
Lady Macbeth, muy bien Federica Alfano, enmarcan el dúo protagonista, con unos
secundarios que no lo son, todo lo contrario, que emocionan, conmueven y
solicitan atención y aplausos: Lluís Martínez como el médico, Boro Giner, el
criado, Pablo Aranday, como el sicario,
Juan Felipe Durá como el heraldo y las apariciones de Josep de Martín y Héctor
Francés, algunos integrantes del coro, del Centre de Perfeccionament Plácido
Domingo o de la Escolanía de la Mare de Déu.
Podría ser más
extenso el programa de mano, con biografías o notas sobre la ópera y el texto,
pero, en cambio, tiene la ventaja de estar presentado en valenciano y español y
cuenta con unas buenas fotos.
El público, que llenó completamente la sala, aplaudió generosamente, con unas loas previsibles y muy merecidas para Plácido Domingo, su esfuerzo, prestancia y todos los cantantes, el director musical, el coro y el ballet de los pequeños.
La amargura del
original de Shakespeare queda lejos a la salida del Palau de Valencia, con esa
inmersión casi literal en los jardines, la construcción alada que rompe las
leyes de la gravedad y el agua, grandiosa, recorriendo todos los recovecos de
los alrededores.
Pero, cómo evitar
la tentación de citar a Shakespeare, con aquella frase memorable, casi un
recitativo en boca de Plácido: “la vida no es más que una sombra en marcha…, es
un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa
nada". Ahí queda eso.
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