Llega a las librerías la versión en
español de ‘Voltaire contraataca’, el libro póstumo del pensador francés
fallecido hace seis meses
El ensayista propone releer al
autor de 'Cándido' como medicina frente a los males del mundo actual
André Glucksmann, en 2010 en Madrid. CRISTÓBAL MANUEL
Siempre que el viento viene negro se acaba echando
mano de Voltaire. En 1989 el ayatolá Jomeini dictó una fatwa condenando
a muerte a Salman Rushdie y en una pared de Londres apareció una pintada
icónica: “Que alguien avise a Voltaire”. En enero de 2015 los hermanos Kouachi
asaltaron la sede de Charlie Hebdo y mataron a 13 personas y,
en pocos días, los libreros de París y las listas de Amazon comprobaron
incrédulos cómo un libro escrito unos 250 años antes,Tratado sobre la
tolerancia, se convertía en
un fenómeno de ventas. Y antes de aquella masacre al grito de
“¡Al- lahu akbar!”, en 2014, como veía que la humanidad y su hábitat, el mundo,
se empeñaban en suicidarse cada día un poco más, André
Glucksmann creyó necesario escribir una nueva reivindicación de
Voltaire. Al año siguiente, el 9 de noviembre de 2015 —cuatro días antes de los
atentados de París— Glucksmann (Boulogne-Billancourt, 1937) moría en la capital francesa. Y ahora, seis meses después, Voltaire
contre-attaque llega a las librerías en su versión en español (Voltaire
contraataca,editado por Galaxia Gutenberg).
Es el libro póstumo del autor de ensayos lúcidos y
controvertidos sobre la evolución política del siglo XX como La
cocinera y el devorador de hombres, Los maestros pensadores o La
tercera muerte de Dios. Un intelectual respetado, idolatrado y odiado por igual que sobre los
adoquines de mayo del 68 fue maoísta, que abjuró del marxismo y que acabó
reconvertido, en el plano internacional, en defensor de las políticas de EE UU
e Israel y de los bombardeos contra Irak (y en Pepito Grillo de las causas
chechena, georgiana y ucrania frente a uno de sus grandes ogros, Vladimir
Putin, lo que argumenta en el libro) y, en el ámbito doméstico, en adalid de la
causa Sarkozy. "Lo que nos sirvió para aprender el valor de la amistad:
superamos aquel trance sin un rasguño en nuestra relación personal",
escribe Josep Ramoneda en el prólogo del volumen.
Un mensaje
claro
Lo que parece seguro es que el viejo discípulo de Raymond Aron no se despidió con un
libro así porque sí. Su mensaje, lo dijo él en su día, estaba claro:
reivindicar, desde una relectura comentada y apoyada en un gran número de
notas, la obra de Voltaire en general y su cuento filosóficoCándido o el
optimismo en particular, como símbolos inalterables de la lucha contra
las tres ies: el integrismo (o fanatismo), la ignorancia y la indiferencia.
La clave de por qué y cómo entronca Glucksmann con
el viaje alucinado de Cándido, ese antihéroe volteriano que recorre el mundo y
sufre en sus carnes la tragedia del ser humano, puede estar en esta frase,
recogida en el libro: “He dedicado mi vida adulta a combatir el beatífico
optimismo de los dogmáticos, de los idealistas, de los bienaventurados
ideólogos convencidos del progreso ineluctable de la Historia, he intentado
desbaratar la engañosa benevolencia de los estafadores que prometen el paraíso
así en la tierra como en el cielo mientras nos conducen al infierno”.
“Todo aquel que tenga el poder de hacerte creer
tonterías, tendrá el poder de hacer que cometas injusticias”.
“Nunca veinte volúmenes en papel harán una
revolución. Son los libros portátiles los que deben temerse. Si el Evangelio
hubiera costado 1.200 sestercios… la religión cristiana nunca se habría
establecido”.
“No me gustaría ser feliz a condición de ser un
idiota”.
“Los que creen que el dinero lo es todo, suelen
hacer de todo por dinero”.
“El universo es una inmensa disputa de bandidos
abandonada a su suerte”.
“Si algún poder ha amenazado alguna vez la tierra
entera es el de los califas”.
El autor de Voltaire contraataca saca
partido del infinito sarcasmo que habita las páginas del cuento filosóficoCándido
y el optimismo y lo erige en metáfora de los horrores y los errores
contemporáneos del género humano. Sobre todo, Glucksmann arremete contra el
cinismo disfrazado de buenismo que encarna el filósofo Pangloss, el tutor del
pobre Cándido y que representa sin asomo de duda —en la pluma de Voltaire— ese
ideal del mejor de los mundos posibles que edificó la filosofía de Leibniz. Voltaire, y
una vez más Glucksmann, abjuran del optimismo histórico de Leibniz y lamentan
las hipócritas ganas de salvar a la humanidad que tienen los poderosos de altar
y de palacio. Es el espíritu ilustrado en toda su eclosión.
Su credo moral: es mentira que todo acabará bien
porque alguien nos quiera convencer de ello, el mundo es lo que es porque “un
hombre es torturado en la rueda y eso es más que suficiente, es lo que deshonra
al creador del orden, al verdugo y a cada uno de nosotros”. Voltaire nos viene
a decir que el mal es irremediable pero que por cuestiones morales estamos
obligados a la subversión. André Glucksmann asume el principio, y frente al
ansia de influencia y poder de los papas, Lenin, Hitler, Putin o el
fundamentalismo islámico propone la elegante disidencia de Vaclav Hàvel, el
absurdo de Ionesco y la rebelión de Lou Reed.
François-Marie Arouet —Voltaire— defiende a
los desharrapados y lanza una especie de grito que molesta
profundamente al orden establecido y biempensante del siglo XVIII (recuérdese
que estuvo preso dos veces en La Bastilla básicamente por eso, por tocar las
narices al poder): “Desarraigados del mundo, uníos”. André Glucksmann coge el
guante y escribe sobre los nuevos desarraigados: “La permanente ruptura de las
fronteras económicas y espirituales ha llevado a millones de asiáticos,
sudamericanos y africanos a un modo de vida, de producción y de consumo que era
para ellos terra incognita (…) Las izquierdas europeas, que se definen como
humanistas, y las derechas, que se dicen caritativas, refunfuñan a la hora de
felicitar a dos tercios del género humano por su ascensión no al ‘mejor de los
mundos’ sino a una condición comparable a la nuestra”.
Hace cosa de un año, Fernando Savater publicó el libro Voltaire
contra los fanáticos (Ariel), una antología de textos
del pensador y escritor francés. El título lo decía todo. ¿Por qué leer, por
qué seguir leyendo a Voltaire? Savater lo tiene claro y antepone, a otras
razones, una con la que se siente identificado hasta el tuétano: la del uso de
la razón como arma arrojadiza frente a desidias, fatalismos, ignorancias y
abusos. Para ello, nada como tomarse un Voltaire: “¿Por qué leerlo hoy? Porque
fue alguien que se preocupó por los distintos, por esos personajes que llamamos
‘diferentes’ pero que según él habían de ser comprendidos desde la misma razón:
Voltaire demostró que el elemento racional es el que nos une a todos. Porque
cuando nos ponemos en el folclore, todos somos muy diferentes, pero cuando nos
ponemos en la razón, en eso que él llamaba el espíritu geométrico y analítico,
todos nos parecemos mucho… y esa es la base para empezar a entenderse. Cuando
empezamos a buscar definiciones en lugar de solo tradiciones y leyendas,
estamos todos bastante de acuerdo”.
La segunda razón atiende más al carácter viajero
—y militante, por qué no decirlo— del autor de Cartas filosóficas en
lo relativo al Viejo Continente. “Fue uno de los primeros europeístas”, explica
Savater, “y el primero que dijo que Europa era un país compuesto de naciones. Y
hoy todo eso nos puede parecer trivial pero en su época no era, desde luego,
aceptado por todos. Esa capacidad suya de moverse por Europa, de esconder los
males de un país en otro… hace de él una figura muy europea”
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/05/28/actualidad/1464441144_653062.html
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