8 de Mayo, 2017
(En .la ciudad de los Medici, la tragedia de los Austrias Mayores españoles)
Don Carlo de Giuseppe Verdi. Ópera en 4 actos de François-Joseph Méry y Camille du Locle a partir de un texto de Friedrich Schiller. Traducción italiana de Achille de Lauzières y Angelo Zanardini. Edición: Edwin F. Kalmus & Co. Boca Raton, Florida.
(En .la ciudad de los Medici, la tragedia de los Austrias Mayores españoles)
Don Carlo de Giuseppe Verdi. Ópera en 4 actos de François-Joseph Méry y Camille du Locle a partir de un texto de Friedrich Schiller. Traducción italiana de Achille de Lauzières y Angelo Zanardini. Edición: Edwin F. Kalmus & Co. Boca Raton, Florida.
Escenas del- ABAO-OLBE de Bilbao, de la Fundación Ópera
de Oviedo, del Teatro de la Maestranza de Sevilla y del Festival Ópera de
Tenerife (España).
Trajes y zapatería:
Cornejo (Madrid), atrezzo, Rancati, Milán, Hijos de Jesús Mateos (Madrid).
Subtítulos en
italiano e inglés de Prescott Studio, Florencia con Inserra Chair e ICAMUS,
USA.
Director de la
organización de producción y Servicios Musicales: Giovanni Verona.
Elenco
Filippo II, Rey de España:
Dmitry Beloselskiy
Don Carlo, Infante
de España: Roberto Aronica
Rodrigo, Marqués de
Posa: Massimo Cavalletti
El Gran Inquisidor: Eric Halfvarson
Un monje: Oleg Tsybulko
Isabel de Valois: Julianna Di Giacomo
La Princesa de Eboli:
Ekaterina Gubanova
Tebaldo, paje de la
reina: Simona Di Capua
El Conde de Lerma: Enrico Cossutta
Un heraldo real: Saverio Fiore
Una voz del cielo: Laura Giordano
Diputados flamencos:
Tommaso Barea, Benjiamin Cho, Quanning
Dou, Min Kim, Chanyoung Lee, Dario Shikhmiri
Dirección de escena
(regia): Giancarlo Del Monaco
Dirección de escena
asociada: Sarah Schinasi
Escenografía: Carlo Centolavigna
Vestuario: Jesús Ruiz
Luces: Wolfgang von Zoubek
Director musical: Zubin Mehta
Maestro del Coro: Lorenzo Fratini
Coro y Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino
En esta octogésima
edición del Maggio Fiorentino, cuando se retira de la responsabilidad musical
el maestro Zubin Mehta, aunque
seguirá siendo director vitalicio de esta institución, esta puesta en escena
del Don Carlo de Verdi en italiano y 4 actos (hubo variantes más o menos largas
y también en francés, como la original, cuya primera representación fue el 11
de marzo de 1867 en el Théâtre de l´Académie Impériale de Musique de París),
lleva consigo la ebullición añadida que le aportan una situación financiera
complicada, el cambio del Superintendente, la discusión sobre el papel del
estado y las fundaciones en la gestión de este tipo de organizaciones, algunas
enfermedades de los cantantes, que obligan, a veces, a sustituciones de infarto a última
hora en algunos de los roles principales.
Antes del comienzo de
la función, catorce representantes con pancarta de instituciones musicales
italianas de todo el país, reivindican una mejor y saneada gestión de la
economía, más que justificadas en todos los casos, pero sobre todo, que se
sepa, en el Maggio, donde, me comentan algunos cantantes, no siempre se cobra
el trabajo antes de los dos años. Y en eso están, cuando Mehta, Verdi y
Schiller llaman a la puerta, en una tarde lluviosa donde nos reciben en la explanada
del entrada al teatro, unos caballos
rojos muy grandes, dando la bienvenida a un público que corre directamente al
restaurante, para aprovisionarse de comida y de espacio.
Casi a la vez que en
Florencia, se representa en Génova otro Don Carlo, pero vayamos al nuestro.
Zubin Mehta conserva increíblemente intactas a sus 81 años, la ductilidad, la
comprensión exquisita de la partitura verdiana. De hecho el Don Carlos es una
de sus óperas favoritas y en sus declaraciones se queja amargamente de haberlo
tenido que hacer en el Maggio hace cuatro años, en versión concierto. Tiene
buena relación con la orquesta y el coro, dirigido por Lorenzo Fratini, fantásticos, que lo respetan como a un monumento
colosal de la dirección orquestal. La calidez cuando hace falta de su batuta,
la energía, ese pequeñísimo y casi imperceptible rubatto en muchas de sus
entradas, para permitir, según algunos expertos, que los cantantes no vayan
agobiados con los tempi. La orquesta y el coro del Maggio, son como un guante
bien ajustado pero cómodo en sus manos y dan lo mejor de sí mismos, aunque tal
vez le faltara un último punto de acabado final al sonido.
Giancarlo del Monaco ha entendido no solo el libro de Schiller, sino también la historia de España, de la que toma, como Mehta, que confiesa preferir la época de las tres culturas “anterior a la Reina Isabel de Castilla, los trazos gruesos de la intolerancia, la razón de estado llevada a la crueldad y a la carnicería implacables, con los autos de fe, las intrigas palaciegas, el espionaje dentro y fuera de palacio y del reino, la tiranía y ese monarca que todo lo ve y todo lo puede, pero que está solo, espoleado además, por el poder temporal de la iglesia, representada por el Gran Inquisidor, que consigue alumbrar y avivar en el monarca, su parte menos humana y más sangrienta. Hay quien habla de una leyenda negra, en contra de los españoles, en la conquista de América, en Flandes o en la propia España y todos sus territorios, muy vastos, que incluían Portugal en el reinado de Felipe II. La verdad es que los Trastámaras (sus antepasados) y los Austrias Mayores (su familia inmediata) dejaron un reguero de sangre allá donde fueron.
Giancarlo del Monaco ha entendido no solo el libro de Schiller, sino también la historia de España, de la que toma, como Mehta, que confiesa preferir la época de las tres culturas “anterior a la Reina Isabel de Castilla, los trazos gruesos de la intolerancia, la razón de estado llevada a la crueldad y a la carnicería implacables, con los autos de fe, las intrigas palaciegas, el espionaje dentro y fuera de palacio y del reino, la tiranía y ese monarca que todo lo ve y todo lo puede, pero que está solo, espoleado además, por el poder temporal de la iglesia, representada por el Gran Inquisidor, que consigue alumbrar y avivar en el monarca, su parte menos humana y más sangrienta. Hay quien habla de una leyenda negra, en contra de los españoles, en la conquista de América, en Flandes o en la propia España y todos sus territorios, muy vastos, que incluían Portugal en el reinado de Felipe II. La verdad es que los Trastámaras (sus antepasados) y los Austrias Mayores (su familia inmediata) dejaron un reguero de sangre allá donde fueron.
La historia del
final de Don Carlo, contada por algunos como un crimen de estado, justificada
por los más oficialistas y conservadores defensores de las monarquías, como la
de un heredero que no estaba a la altura del legado paterno y sí
desequilibrado, es una especie de Mayerling avant la lettre, donde no está
ausente una relación edípica brutal, nunca resuelta. Es por eso, que aunque
alguna crítica no comprenda la falta del fantasma de Carlos V, el todopoderoso,
el omnisciente emperador de medio
universo conocido en el último acto y sí la espada homicida del padre, la
concepción y la comprensión de del Monaco son correctas. Ha entendido la
gravedad de la situación política y también a la perfección el marco artístico
y literario.
La gran estatua de Carlos V evoca a los Leoni, los escultores de
la corte de Felipe y el decorado de fondo del Auto de Fe, concebido como dos
partes, tiene un perfume al Entierro del Conde de Orgaz, de El Greco. Poco
estuvo el maestro del Monaco, hijo del famoso tenor homónimo en esta
producción, que quedó en manos de Sarah
Schinasi, valiente y dispuesta directora de escena asociada, que no solo se
ocupó de mantener el espíritu de la obra de su mentor del Monaco, sino que,
convertida ella misma en una fuente de ideas, expandió su rol al coaching
corporal y teatral de los cantantes, de distintas proveniencias, a veces
desenfocados en sus papeles, con otras maneras propias de otras magnitudes y no
de la austera y muy bien definida corte de los Austrias. Siempre dispuesta
Sarah Schinasi, para ir donde los demás no llegan, siempre presente, siempre
compañera. No reconocido su trabajo a veces ni en los papeles ni en lo
cotidiano, es sin embargo su labor imprescindible y goza de una fluida relación
personal y musical con el maestro Mehta. Un Cristo crucificado de Cellini de
500 kilos que evoca el conservado en El Escorial, residencia y panteón de los
Austrias de un blanco inmaculado, encuadra un setting de terror, de
desconfianza y de espanto. La religión no como amor y goce sino como verdadero
sufrimiento y castigo. Como la entendió Verdi, como la recoge ahora Giancarlo
del Monaco.
El tercero necesario
en la puesta en escena es Carlo
Centolavigna, que me recibe en su casa, donde llegamos con Sarah Schinasi.
Fue ayudante de Franco Zeffirelli,
realizador de grandes trabajos en el mundo operístico. Habla con afecto de su
labor en la película Té con Mussolini, de las óperas que dirigió con del Monaco,
como el Andrea Chenier que se hizo en el Teatro Real de Madrid. Opina con
soltura y afecto sobre el maestro Mehta, reconociendo que “es una persona
estupenda, muy inteligente, un hombre del espectáculo, delicioso” y
“condescendiente”, agrega Sarah. A destacar, además, el telón que tomó Centolavigna de Vasari, de la batalla de Acannagallo, que divide las diversas escenas del Don Carlo, y que los Medici llevaron a cabo contra la familia Strozzi, pero donde los Medici eran aliados del ejército de Carlos V, padre de Felipe II. De hecho, muchos generales por parte de los Medici eran españoles.
El vestuario de Jesús Ruiz, rico y suntuoso, real y
cuidado trabajo de luces, del responsable Wolfang
von Zoubeck.
Así se pasan las
tardes en esta Florencia donde la primavera se resiste a vestirse del todo,
entre amigos, los del Maggio, que conversan, que escuchan, que preguntan, los
camareros del Scudieri, del Gilli, del Rivoire, esas confiterías míticas de
hace tanto que siguen como siempre, porque esta ciudad de teatro sigue como
solía, bañada en ocres, disfrutando del descubrimiento que hizo el renacimiento
de la perspectiva, escuchando como en sueños los ecos de las peleas a muerte
entre los grandes señores de aquellos tiempos, los banqueros Pazzi y sobre todo
los Medici, los Albizzi, los Sforza y los Visconti y otros condottieri de
renombre, los papas como el Borgia y su descarriada familia. Esta Florencia
renacentista llena de luz y de belleza tiene sus claroscuros, sus sombras, como
la propia historia de Don Carlo, asesinado sin merced por su padre Felipe II,
con la aquiescencia del Gran Inquisidor, en una batalla sin cuartel por el
poder y la gloria. Y entre tantos entresijos, las matanzas en Flandes, a sangre
y fuego, territorio ocupados por el español, cuya guerra estuvo muy lejos de la
amabilidad que contaba, entre sonrisas, la mítica película belga La Kermesse
Heroica, de Jacques Feyder.
Compone un buen
Felipe II Dmitry Beloselskiy, vocal
y teatral el bajo, sin llegar a las cotas de un Ferruccio Furlanetto, un especialista del papel, con solvencia.
Pero tal vez con los consejos de Schinasi, consiguió obtener la compostura
real, que exigían el protocolo de la corte española, como el saber estar de su
reina, Isabel de Valois, desdichada consorte de un monarca que devoraba a sus
mujeres. Tuvo cuatro y muchas fueron medio parientes, quimeras, como María
Tudor, o murieron de sobreparto o sobreespanto. Esta hija de Catalina de Medici
y Enrique II, el que murió a consecuencias de las heridas sufridas en unas
justas en Francia, no ama a Felipe II y sí a su hijo, y compone emocionantes
dúos con el infante a lo largo de la ópera, representada aquí por la soprano Julianna di Giacomo con una voz bien
timbrada, rica y con buena línea de canto.
Rodrigo, marqués de
Posa es aguerrido y apasionado, fiel amigo del heredero, de quien consigue
contener el deseo amoroso e irresponsable, bella voz y ejecución de Massimo Cavalletti en este Don Carlo,
aunque no se ponen de acuerdo los críticos sobre su prestación. Tiene una
estampa espléndida en escena.
El Don Carlo de Roberto Aronica cumple con eficacia un
papel difícil, lleno de matices en lo psicológico y despliega su entusiasmo y
vitalidad a lo largo de toda la ópera. El amor y la desesperación expresados
con un instrumento cálido, de agudos agradecidos y emisión segura.
La princesa de Éboli
es la intrigante presente en todas las cortes, aunque esta figura histórica
española alcanzara en estos quehaceres cotas inigualables de traición,
infidelidad y engaño. Muy bien la mezzo Ekaterina
Gabanova, sobre todo en las famosas Canzone del Velo o en O Don fatale.
Menos brillante y
con muchas carencias vocales el Gran Inquisidor que compone Eric Halfvarson, indispuesto por una
alergia el día de esta función, le faltó todavía más dramatismo y osadía cuando
se dirige al rey, lo aconseja y se desarrolla este diálogo entre ambos: “Padre
(al Gran Inquisidor): ¡Que la paz reine entre nosotros!”, pide el soberano.
“¿La paz?”, le contesta el sacerdote.
“Olvidar lo que ha sucedido aquí”, aclara Felipe II. “Tal vez”, concluye
el Inquisidor, mientras se aleja, lento y amenazante.
Los acompañantes de
los protagonistas están muy adecuados en su papel, como el monje de Oleg Tsybulko, algunos reinciden en el
Maggio, como Severio Fiore, el
heraldo real, la graciosa y encantadora Simona
di Capua en el agradecido rol de Tebaldo,
que hace una escena deliciosa con el precioso tul negro de Eboli, o Una voz del cielo, que defiende con amplitud
y dulzura, Laura Giordano, fuera del
escenario, una futura madre, embarazada de seis meses.
El Conde de Lerma, Enrico
Cossutta solvente, igual que la delegación de los diputados flamencos, bien
conjuntados escénica y vocalmente y con el empaque necesario que solicitan las
causas perdidas.
Como todo es
mejorable, habrá quien diga que otra versión de Don Carlo, anterior o
contemporánea es mejor o más adecuada. Siempre se puede afilar el lápiz y la
daga. Por mi parte, recuerdo como si fuera hoy, las representaciones de esta
ópera a cargo del dúo Plácido Domingo y
Piero Cappuccilli en el teatro de La Zarzuela de Madrid. Así que ya me
dirán… No se puede, no se debe pasar el tiempo en comparar, recordar, lo que se
ha visto ya se fue y ahora somos esto y estamos aquí. La versión de este Don
Carlo postrero pero no último fue representada con entusiasmo, con entrega, con
devoción dentro y fuera del gigantesco escenario del Maggio Fiorentino.
Estuvieron absolutamente disponibles sus intérpretes, los músicos, los
cantantes y los técnicos y un público entusiasta reconoció el esfuerzo y el trabajo
bien hecho. En medio de las dificultades financieras, de los problemas de
salud, de la inseguridad global de los tiempos que corren, se regalan aquí, un
oasis de empatía, dedicación, de buen gusto, de excelente música. Una ópera
conseguida, auguri a tutti e sopratutto, grazie!
Alicia Perris
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