MARÍA FLUXÁ OSLO
El escritor Karl Ove
Knausgård es el comisario de una muestra que enseña la obra de Edvard Munch más
allá de los iconos clásicos
La expectación en el Museo
Munch era alta. No es habitual que un autor sea comisario de una exposición de
arte. En este caso, además, el escritor es Karl Ove Knausgård quien nos
introduce en la obra del más célebre pintor noruego. «Mi arte ha sido un acto de
confesión», había dicho, palabras que también podrían definir al autor de Mi
lucha, la obra de autoficción más loada desde que Serge Doubrovsky inauguró el
género.La exposición se inaugura hoy. A la pinacoteca de Oslo le movía el deseo
de arrojar «una mirada alternativa, fresca» sobre la obra del precursor del
expresionismo. Al escritor noruego le apremiaba mostrar un «Munch que no parece
Munch», según explicó en su visita guiada a la prensa.
He aquí el primer desconcierto.Salvo
por El sol, pintado entre 1910 y 1913, no hay un único lienzo icónico. Y
figuran, en cambio, algunos nunca antes expuestos. Es intencionado, explicó,
para llegar a la «esencia» porque los cuadros por los que es conocido Munch han
destruido nuestra capacidad de verlo. «El objetivo de toda la exposición fue
intentar encontrar otro Munch más allá de los cuadros icónicos que todo el
mundo conoce, como El grito», explica a EL MUNDO en la terraza del museo. «No
quería buscar diferentes facetas suyas, sino encontrar qué expresó en esos
cuadros famosos de otro modo», añade.
«Edvard Munch fue un hombre
fuerte y original. Y ése no soy yo. Estoy muy lejos de ello»
La muestra se articula en
cuatro «capítulo» y de un modo poco ortodoxo, alejada de la pedagogía, de
consideraciones biográficas o cronológicas. El primero, Luz y Paisajes,
presenta a un Munch menos conocido. Hay armonía, luz, casi optimismo, en un
artista que abraza la vida, como en el fabuloso Niños bañistas, pintado entre
1897-98, es decir después de los lienzos angustiosos Vampiro y Celos.Si la obra
del pintor noruego es símbolo del drama existencial, en esta sala brilla la
vida. También la cotidiana y trivial. Como en Cuatro mujeres en el jardín
(1926) o Pintor junto a la pared (1942), una de sus últimas obras, y jamás
antes expuesta. El siguiente "capítulo" es El bosque, un espacio en
el que entrar y salir para llegar a la esencia de la obra. «El arte de la
pintura es percibir y entonces hacer que la distancia entre lo percibido y pintado
sea lo más pequeña posible. El gran talento de Munch reposa en su habilidad de
pintar no sólo lo que la mirada percibió, sino también lo que hay detrás de esa
mirada», cuenta Knausgård. En ella cuelga Bajo las estrellas (1900-05), que
Kanausgård describió como «fantástico por poco común». «Me encanta eso»,
explicó casi entusiasmado, señalando un horizonte de viviendas que, junto con
una noche estrellada vangohgiana, envuelve dos figuras de postura ambigua.En la
sala Caos y energía nos encontramos al Munch con el que estamos familiarizados,
el del alma. Incluye numerosas xilografías, como la que da nombre a la muestra,
Hacia el bosque. «¿Qué es el bosque? ¿Libertad?», se pregunta. «Sí, pero
libertad como desaparición, libertad como muerte». También está La tormenta,
que le recuerda a Francis Bacon, nos cuenta. Y obras inacabadas, como La
montaña humana: rayos de sol (1927-29). Inacabadas pero tan potentes... «Estaba
muy interesado», cuenta Knausgård, «en su acercamiento a la pintura. Y
[conforme trabajaba en la muestra] cada vez más y más interesado en qué es
pintar, porque no soy pintor, en cómo redujo tanto, cómo lo despojó para llegar
a la esencia. En uno de sus cuadros no hay apenas nada pero sigue siendo
fuerte. Cuánto se puede quitar y mantener la intensidad», prosigue.¿Y cuál fue
el mayor reto? «Es hacer que las salas funcionaran. Aún no sé si lo hacen. Lo
hacen para mí y es lo mejor que pude conseguir», contesta. La última se llama
Los otros y la componen retratos, porque «pintó a la gente tan bien como pintó los
árboles», si bien fue un hombre «solitario, insocial, aislado».También fue
«fuerte y original», prosigue Knausgård cuando le preguntan qué tiene en común
con Munch. «Y ése no soy yo. Estoy muy lejos de ello. Pero creo que algo lo
convirtió en artista y puedo identificarme en eso. Creo que fue una persona muy
cerrada, que se aisló del mundo más o menos cuando murió su hermana y creo que
usó el arte para conectarse a él. Yo, en menor escala, hago lo mismo. No me
relaciono con el mundo cuando estoy en él, sino cuando escribo».
Este mes, Knausgård
estrenará en español la quinta entrega de su serie
Precisamente el 17 de mayo
se publica en España Tiene que llover (Anagrama), el quinto libro de Mi Lucha.
Este volumen abarca desde que tiene 19 años y es un joven estudiante en la
Academia de Escritura de Bergen hasta que concluye su primer matrimonio, 14
años después. Ahora, divorciado de su segunda esposa, le preguntamos si teme
que su propia vida interfiera en la exposición, empañe la obra de Munch. «No,
no creo porque he intentado quitar de ella todo lo que tiene que ver conmigo.
Hay unas pocas citas en las paredes, pero es sólo Munch. Son sus salas. Y
cuando entras en ellas espero que no se piense que alguien ha hecho esa
experiencia, sino que sólo las veas. Eso es lo que espero y creo que puede ser
así porque no hay una conexión directa. Quizás algunos de mis lectores por
curiosidad vengan a verla, pero les absorberá Munch. Eso espero. Si no, sería
un desastre de exposición».
http://www.elmundo.es/cultura/2017/05/06/590c8625ca47419f0c8b4695.html
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