Vicente Todolí inaugura en HangarBicocca de Milán la mayor muestra de la
obra realizada por el artista alemán y su hijo Björn
Una de las instalaciones de
la obra de Dieter Roth en HangarBicocca en Milán.
“Miedo. Miedo de no saber transmitir emociones en
un espacio tan grande y peculiar”. Esa fue la primera sensación de Björn Roth
(Islandia, 1961), hijo de Dieter Roth (Hannover,
1930-1998), uno de los artistas más influyentes de la segunda mitad del siglo
XX, cuando Vicente Todolíle
invitó a abrir su programación en el espacio HangarBicocca
de Milán,con la más amplia exposición nunca dedicada a la obra
creada por padre e hijo. “Se titula Islands [Islas], pero
se trata más bien de un archipiélago, un caos perfectamente ordenado de obras
que no están hechas para espacios institucionales”, asegura Todolí, rodeado por
más de un centenar de piezas gigantescas, incluida una nueva versión delEconomy
bar,una obra de ensamblaje y reciclaje de objetos recuperados de la vida
diaria en el más puro estilo Roth, que funciona como un verdadero bar.
El recorrido plasma la trayectoria de un
investigador insaciable, que se midió con todas las disciplinas y convirtió su
vida en un proceso creativo continuo, en el cual integró primero a su hijo
Björn, cuando tenía 16 años, y luego a sus nietos Oddur y Einar. Ellos son la
última generación de una dinastía que parece ajena a las problemáticas que a
menudo aquejan los hijos de personajes famosos con personalidades arrolladoras.
“Yo no pedí a mis hijos subirse a este tren, ellos lo decidieron. Yo ni
siquiera sé dónde va este tren, pero los únicos problemas que tuve trabajando
con mi padre fueron de espalda”, bromea el artista, aludiendo a una práctica
que supo conciliar lo conceptual con lo manual y artesanal. “Es como aquellas
sagas nórdicas de artistas, en este caso encabezada por un nómada, que tuvo
numerosos estudios en Alemania, Islandia y Suiza”, añade Todolí, que se ha dado
el gusto de colocar en vertical los inmensos suelos de dos de estos estudios,
junto con la alfombra que aún conserva las marcas de los cochecitos de Björn
cuando era niño, convirtiéndolos en lienzos abstractos. También se ha
reconstruido el último taller de Roth en Basilea, donde murió en 1998. “Los
estudios eran nuestra casa y nuestro lugar de trabajo, una especie de
laboratorio, fábrica de ensamblaje y refugio donde ocultarnos de los intrusos”,
explica Björn.
No es la única hazaña de una muestra, llena de
detalles, que oscila entre lo macro y lo microscópico en la recreación del
universo, solo en apariencia caótico, de un artista que utilizó todos los
materiales, con un especial interés por los orgánicos y su degeneración. “Las
obras deberían cambiar, envejecer y morir como los hombres”, afirmaba Roth.
Para la muestra, Björn y su equipo han utilizado cuatro toneladas de chocolate
de primera calidad (que en parte se podrán comer) para reproducir in
situ dos torres de más de cinco metros, formadas por pequeños bustos
de Dieter. Son obras que hacen referencia a la mítica experiencia del Museo del
Moho, que funcionó en Hamburgo entre 1992 y 2004, cuando las autoridades lo
cerraron por evidentes motivos, ya que los principales materiales de las obras
eran chocolate, azúcar y especias, mientras que el moho intervenía después de
forma autónoma.
Dieter Roth en su estudio
en 1995. /DIRK DOBKE
En esta sección se encuentran también los enanos
de jardín encerrados en jaulas de chocolate que dejan a la vista solo la punta
de los gorros. “Mi padre los asociaba con la guerra, cuando los enanos de
jardín se erigían como un vestigio de normalidad en medio de las peores
atrocidades. Es la obra más triste de la muestra junto con Solo scenes, 131
monitores que como un diario en tiempo real retransmiten escenas de su último
año de vida”, indica Björn. En homenaje al mítico Garden Sculpture, el
artista ha creado una gran instalación —que el público puede recorrer a tres
metros de altura— donde viejos instrumentos fantasmales tocan melodías
imposibles cada media hora.
Tras la inauguración el comisario volverá a
Alicante para atender su segunda ocupación, la recogida de las olivas con las
que destila el aceite Tot Oli, algo que seguramente le habría
gustado a Dieter Roth. El artista, gran amante de la bebida y las mujeres, pasó
largas temporadas en Cadaqués con Richard Hamilton y su mujer, Rita Donagh. Fue
ella quien le regaló la postal que dio lugar a The Picadilly Project, serie
que, según Todolí, marca un antes y un después en la obra gráfica del siglo XX,
así como los 52 grabados que realizó con las placas de cobre desechadas por
otros creadores. En 1982, a otra mujer, la galerista Rosanna Chiessi, le dedicó
una serie de imágenes que resultan ser la documentación fotográfica de sus
excrementos diarios, colocados en preciosos platos de porcelana. Otro ejemplo
de su voluntad de rebasar el límite impuesto por los circuitos artísticos
oficiales, algo que según la tradición medieval ha transmitido a su hijo y
nietos, junto a sus técnicas y conocimientos.
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