Alfred Wertheimer hizo 2.500 retratos de Presley en 1956.
Esa visión cercana del futuro ídolo de masas ahora puede verse en una
galería madrileña
El beso, Elvis con una fan
en los pasillos del Teatro Mosque, en Richmond, Virginia, en junio de 1956. / ©ALFRED WERTHEIMER / CORTESÍA MONDO
GALERIA (EL PAÍS)
“Todo. Lo recuerdo todo”, afirma con
firmeza Alfred Wertheimer desde su casa en Nueva York. Envidiable seguridad
teniendo en cuenta que ha cumplido 83 años y habla de las semanas que pasó
retratando a Elvis Presley entre marzo y julio de 1956. “Yo fui solo un nombre
en una lista de fotógrafos. El freelance que contestó al teléfono cuando
llamaron de RCA. El que estaba disponible el 17 de marzo. Y al final se ha
convertido en el encargo más largo de mi vida. Dura ya 57 años”.
Son tantos los
detalles que atesora —desde la marca de la maquinilla de afeitar de Elvis al
repertorio de los conciertos— que o su memoria es colosal o ha repasado muchas
veces las 2.500 instantáneas que tiró. “La primera vez que le vi estaba en una
habitación, antes de actuar en televisión. Se miraba con atención la mano
izquierda. Le dije: ‘Elvis, vengo a hacerte fotos, si no te parece mal’, pero
me ignoró. Siguió fijándose en sus dedos. Entonces vi que llevaba un anillo con
una cabeza de caballo de oro rodeada de diamantes. Lo había encargado y estaba
decidiendo si se lo quedaba. Se concentraba mucho en cada cosa que hacía. Daba
igual que estuviera peinándose, ligando o cantando. No le importaba lo que
pasaba a su alrededor y eso le hacía perfecto para mi forma de entender la
fotografía. Me gusta volverme invisible. Llegó un momento en el que podía estar
a 90 centímetros de él, y ni siquiera me saludaba”.
Pensé:
‘Este hombre es especial, es único. Pégate a él’. Tenía cualidades que nunca
había visto en nadie".
Wertheimer tenía
26 años cuando le reclamaron para fotografiar al futuro Rey del rock, que con 21 visitaba Nueva York para
hacer su debut en la televisión nacional. Todavía era solo un cantante de
moderado éxito. Un paleto del sur, mal visto en la gran ciudad. “¿Elvis
quién?’, pregunté cuando me dijeron su nombre. Jamás había oído hablar de él”.
Algunas de esas
instantáneas, convertidas en documento histórico, se exponen en Mondo Galería,
en Madrid. Están a la venta y su precio va de los 1.700 a los 4.000 euros.
Pero tan
precisas son sus memorias como escasos sus juicios de valor. Apenas habla del
Elvis persona. Él era su objetivo. Solo eso. “No soy un crítico musical ni un
psicólogo, soy un testigo. Lo que intento hacer es desaparecer para que el
fotografiado aparezca. Para mí tenía dos grandes virtudes. Permitía que me
acercase y hacía a las chicas llorar. Tenía poder, era increíble. Yo había
fotografiado a Sinatra o a Paul Anka, pero esto era distinto. Pensé: ‘Este
hombre es especial, es único. Pégate a él’. Tenía cualidades que nunca había
visto en nadie. Por eso aquella tarde decidí viajar con Elvis si conseguía
permiso”.
Lo consiguió y
paso varias semanas a su lado. Haciendo fotografías en cualquier momento. Elvis
en el baño y en el escenario. En trenes, hoteles o en la tele. Meses después,
su fama le aislaría del mundo, pero entonces viajaba casi solo, con su primo
Junior como consejero y con sumanager, el siniestro Coronel Parker.
De la hora de
charla con el fotógrafo se deduce que el Elvis que conoció es el que aparece en
las fotos: un mocetón apuesto, callado y carismático. Un carisma que empleaba
para la seducción, ya fuera en masa en sus apariciones públicas, o en privado,
en la constante caza de presas, de las que, al parecer tenía un apetito voraz.
“Una de mis fotos favoritas es la de Elvis con su primo en un restaurante. Una
camarera les pregunta que van a pedir. Junior está pensando en el menú. Elvis
está fijándose en ella. Quince minutos después de la imagen estaba
abrazándola”.
O su más famosa
foto, en la que el cantante aparece besando a una fan. “Ella era solo una chica
en el backstage. En mi imaginación era unafemme fatale, y para Elvis solo era una pequeña
conquista en el tiempo libre que tenía antes de salir al escenario. Lo demás
carecía de importancia para mí. Soy una persona visual. Mi única preocupación
es conseguir la imagen”.
Y un carisma que
otros sabían aprovechar. El Elvis de los retratos parece saber que lo tiene
todo para conseguir el éxito, pero el cómo conseguirlo se lo dejaba a otros.
“En aquel momento todo el mundo le decía lo que tenía que hacer. Yo era el
único que le dejaba ser él. Era mi primer año como profesional y no me atrevía
a dirigirle. Si me hubiera pillado dos más tarde lo hubiera hecho. Pero por eso
las fotografias han envejecido tan bien”.
Incluso el
ejército se aprovechó. La última vez que se vieron fue en el puerto de
Brooklyn, en 1958, cuando partía al servicio militar. “Lo negaban, pero le
usaron como un imán para conseguir reclutas. Por eso iba con uniforme de gala y
no con el mono verde que vestían los 6.000 que embarcaron con él. Seguía
pareciendo una estrella. La única diferencia era que se había cortado el tupé”.
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