'Estudio de un toro' (1991), de Francis Bacon. ESTATE OF
FRANCIS BACON
El historiador Martin Harrison descubre un cuadro
hasta ahora desconocido del pintor irlandés Francis Bacon.
LORETO SÁNCHEZ SEOANE
El destino hizo que Francis
Bacon muriera en Madrid. Se despidió por la puerta grande en 1992,
cogiendo la última bocanada de aire en el Hospital Ruber Internacional de
Madrid. Se apagó a las 8.30 del 28 de abril por una crisis cardiaca. Durante
sus últimos años pasó largas
temporadas en España, y mucho tiempo durmiendo en una suite del Hotel
Palace con uno de sus amantes españoles, José Capelo.
Decían que gran parte de las obras que pintó durante aquella época pasaron
a manos de esta última pasión. Eran las más oscuras, como si la luz que veía
fuera cada vez más negra. Pero ayer, el historiador de Arte, Martin Harrisondescubrió que no todas
tuvieron igual destino y, lo mejor de todo, que nunca habíamos visto una de
ellas. Desconocíamos la despedida.
Harrison, en una entrevista concedida al diario británico The
Guardian, confiesa que ha
encontrado un cuadro inédito del pintor, el último que realizó. Se trata
de Estudio de un toro y
data de 1991, un año antes de su muerte. "No se había encontrado hasta
ahora porque estaba en una colección muy, muy privada de Londres", ha
comentado a este mismo diario. El historiador lo ha descubierto trabajando en
un catálogo que reunía toda la obra del irlandés y que iba a publicar en abril.
"Se trata de un cuadro que nunca
se había visto y tampoco se ha escrito sobre él. Es totalmente
desconocido".
"Si uno ha visto alguna vez una corrida", dijo Bacon, "no la
olvida jamás". Y así parece que se despidió, con su última faena, con un
toro que entra para no salir. "Bacon estaba listo para rendirse... Estaba
tan enfermo. ¿Está el toro entrando en algún lugar? ¿Está retrocediendo ante
algo o alguien?", se pregunta Harrison.
Y quién había más toro que Bacon en sus noches, en sus mañanas de resaca,
en todo lo que le desgarraba... El toro entra para morir, como entró Bacon en
aquel hospital, sin esperanza. Con el cuerpo desecho y la cara impecable, con
esa elegancia no buscada que llevaba como si hubiese bebido agua. Y es que la
bebida, el asma y las operaciones consiguieron debilitarle. "Tenía 82
años, se estaba muriendo y lo sabía".
Este, su último cuadro,
muestra también la pasión del irlandés hacia la tauromaquia. Algo que
reflejó en 1969 y a lo que volvió con persistencia en los años 80, cuando en
1987 le dedicó un tríptico. "Su interés por los toros le viene por su amigo
el surrealista francés Michel
Leiris, que murió un año antes de que él terminase esta obra",
añade al medio británico.
La mayor parte de la obra, de dos metros de altura, es lienzo sin tratar.
Pero Bacon incluyó polvo de su estudio en South Kensington debajo del toro,
otra referencia a la muerte, según Harrison, haciendo alusión a una de las
reflexiones del pintor: "El polvo es eterno. Después de todo, regresamos
al polvo". "Que haya utilizado este material, a mí me conmueve".
Revive así Francis Bacon. El que cuentan que volvió a Madrid a recuperar a
Capelo, el que no aguantaba que el
español renegase en público de su homosexualidad. El sádico. El del
carácter de cuidado. El tipo que puede presumir de haber contado con el desprecio de Thatcher. El que
se bebió medio mundo y el que pintó con la fuerza de todos. "Quisiera que
mis pinturas se vieran como si un ser humano hubiera pasado por ellas como un
caracol, dejando un rastro de la presencia humana y un trazo de eventos
pasados, como el caracol que deja su baba".
http://www.elmundo.es/cultura/2016/02/23/56cca5ad22601d327f8b46bb.html
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